Publicada: miércoles, 12 de febrero de 2025 7:25

Después de que el Líder de Irán descartó cualquier posibilidad de diálogo con EE.UU., la incertidumbre se cierne sobre el futuro de las relaciones bilaterales.

Por: Xavier Villar

Tras la reciente comparecencia pública del Líder de la Revolución Islámica de Irán, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, en la que descartó cualquier posibilidad de diálogo diplomático con Estados Unidos —al menos mientras Washington mantenga su política de “máxima presión” sobre Teherán—, la incertidumbre se cierne sobre el futuro de las relaciones bilaterales. La pregunta que muchos se hacen es: ¿Y ahora qué?

Desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, las autoridades iraníes han dejado claro que sus políticas hacia Estados Unidos se ajustarían según el comportamiento de la nueva administración. Este enfoque reflejaba la cautela de Teherán ante la volatilidad de la política estadounidense, contemplando escenarios que iban desde la renegociación de un nuevo acuerdo que trascendiera el ámbito nuclear, hasta el endurecimiento de las sanciones mediante una “campaña de máxima presión 2.0”, que finalmente se materializó. Incluso, no se descartaba la posibilidad de un conflicto directo entre ambos países.

Ante este panorama, Irán está evaluando diversas estrategias de respuesta, tomando en cuenta varios factores clave. Uno de los más relevantes es la reevaluación de sus políticas regionales. Las élites políticas iraníes reconocen la necesidad de una revisión pragmática de su posición en Asia Occidental, adaptándose a las nuevas realidades geoestratégicas. Esto incluye el fortalecimiento de alianzas con países vecinos y potencias regionales, buscando crear un entorno más estable que favorezca sus intereses.

Simultáneamente, las prioridades económicas internas ocupan un lugar central en la agenda del gobierno iraní. Frente a desafíos económicos persistentes, Teherán busca mitigar el impacto de las sanciones internacionales, impulsar la producción nacional y diversificar su economía para reducir la dependencia de actores externos. La búsqueda de nuevas oportunidades comerciales y la adaptación a los cambios en el mercado global son esenciales para mantener la estabilidad interna.

El refuerzo de la capacidad militar es otro de los pilares de la estrategia iraní. Las tensiones con Israel y los Estados Unidos, exacerbadas por los ataques recíprocos del año pasado, han llevado a Teherán a priorizar la disuasión y la defensa. La situación en Líbano y Siria ha subrayado la necesidad de no solo preservar, sino también potenciar, su arsenal militar para proteger su soberanía nacional.

En este contexto, la República Islámica mantiene un significativo poder de negociación. Su programa nuclear ha avanzado considerablemente y cuenta con la capacidad de desarrollar un arma nuclear, pendiente solo de una decisión política. Además, su arsenal de misiles ha demostrado ser capaz de alcanzar objetivos estratégicos en Israel y bases estadounidenses en la región.

Para contrarrestar la “máxima presión” de Washington, Irán podría optar por dos vías: la exploración de rutas alternativas y la activación de planes previamente diseñados. Con los caminos tradicionales bloqueados por Estados Unidos, Teherán buscará eludir las sanciones mediante métodos más discretos, como la venta informal de petróleo, las transferencias clandestinas de dinero y la obtención de bienes a través de terceros.

No obstante, un aspecto crucial es la resistencia de la sociedad iraní ante esta nueva ronda de presión económica. La “máxima presión” no solo apunta a forzar al gobierno a la mesa de negociaciones, sino también a desgastar la economía desde dentro, provocando descontento social. El objetivo final de esta política es debilitar la cohesión interna iraní, presionando tanto a los líderes como a la población para lograr concesiones en el terreno diplomático.

Por su parte, Estados Unidos continuará con una estrategia de presión en varios frentes para forzar una negociación en la que, incluso antes de que se inicie el diálogo, el propio marco de la conversación esté diseñado para favorecer los intereses estadounidenses. Entre los objetivos de Washington se encuentran sanciones económicas sin precedentes, cuyo fin es reducir los ingresos petroleros de Irán a cero, incluso frente a la oposición de China. Trump ha emitido órdenes para eliminar las ventas de petróleo iraní a China, bloquear las rutas de suministro de bienes y restringir el uso de la red bancaria de Irak por parte de Irán.

Además, la administración Trump ha diseñado una campaña internacional destinada a aislar a Irán a nivel global. El secretario de Estado, Mike Pompeo, liderará esta iniciativa mediante viajes y consultas con socios clave de Estados Unidos en la región y con aliados europeos. Esta estrategia se complementa con amenazas militares indirectas. Durante una reunión con Netanyahu, Trump subrayó el “derecho de Estados Unidos a atacar las instalaciones nucleares de Irán”. En este contexto, Israel ha solicitado la compra de armamento avanzado por valor de 7000 millones de dólares, con prioridad en la entrega por parte de Washington.

Sin embargo, los analistas coinciden en que un ataque directo a Irán es poco probable debido a los “altos costos regionales” que implicaría. El escenario más factible sería que Israel, mediante un plan cuidadosamente elaborado, provoque a Irán para que ataque primero, justificando así una respuesta militar directa.

Otra pieza clave en la estrategia estadounidense es la imposición de restricciones tecnológicas. El objetivo es impedir que Irán acceda a tecnologías sensibles relacionadas con misiles y armamento nuclear. Para ello, Trump ha encargado al secretario de Comercio una campaña de supervisión exhaustiva para controlar las exportaciones hacia Irán y restringir el flujo de tecnología y componentes que el régimen podría utilizar con fines militares.

En las próximas semanas y meses, la República Islámica y sus autoridades, conscientes de que la última palabra en cualquier negociación pertenece al Líder de Irán, seguirán evaluando las amenazas y oportunidades que presenta Estados Unidos. Por ahora, lo que está claro es que las autoridades políticas con capacidad de decisión en Teherán no muestran ninguna señal de estar dispuestas a realizar compromisos significativos en futuras negociaciones.