Sin embargo, su más reciente pronunciamiento sobre la Franja de Gaza ha alcanzado un nivel de extravagancia tal que resulta imposible no cuestionar el estado mental del expresidente. En una nueva muestra de su desconcertante visión, Trump, envuelto en su rol de magnate inmobiliario, ha propuesto que los dos millones de palestinos que habitan Gaza sean expulsados para transformar la región en un resort, con la ambición de convertirla en lo que ha calificado como la "Riviera del Medio Oriente".
Este tipo de declaraciones de Trump van más allá de sus habituales salidas de tono. Su yerno, Jared Kushner, ya ha tomado medidas concretas para posicionarse y hacer fortuna con la "reconstrucción" de Gaza, con capital saudí de por medio. Hace un año, durante una charla en Harvard, Kushner dejó entrever su visión sobre el futuro de la región: "Las propiedades frente al mar en Gaza podrían ser muy valiosas... si la gente se enfocara en desarrollar medios de vida." Y añadió sin rodeos: "Es una situación un poco desafortunada allí, pero desde la perspectiva de Israel, yo haría todo lo posible por sacar a la gente y luego limpiar el lugar."
Las palabras de Trump, pronunciadas en el marco de la visita del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la Casa Blanca, fueron igualmente impactantes. En un momento dado, el expresidente afirmó ante los periodistas que los palestinos no deberían regresar a Gaza porque "¿por qué querrían volver? Ese lugar ha sido un infierno", mientras estaba al lado del hombre que, irónicamente, lo convirtió en tal.
La propuesta de Trump de "reubicación" no es más que una llamada a la limpieza étnica de los palestinos, una idea que ha contado con el apoyo inmediato, como era de esperar, del gobierno colonial israelí y de los medios de comunicación. En este sentido, el Jerusalem Post publicó el 1 de febrero una columna de opinión firmada por Martin Oliner, presidente de los Sionistas Religiosos de América y designado por Trump como miembro de la directiva del Consejo del Museo Conmemorativo del Holocausto. En su artículo, Oliner no solo defendió el plan de Trump para Gaza, sino que además sostuvo que todos los habitantes de Gaza eran responsables colectivos del ataque perpetrado por Hamas durante su operación "Inundación de Al Aqsa".
Este enfoque revela otro punto en común: el colonialismo y el imperialismo son historias de depredación territorial. Las bravuconadas de Trump sobre el canal de Panamá o Groenlandia no son más que un reflejo del imperialismo atávico estadounidense. Por su parte, la ocupación sionista de Palestina ha tenido siempre la cuestión territorial en el centro de su programa político, especialmente la colonización de la región a través de la expulsión de la población palestina nativa.
El sionismo ha sido históricamente una ideología colonizadora de asentamientos, una realidad que fue expresada de manera explícita por los arquitectos del sionismo. Un claro ejemplo de esto es el líder sionista ruso, Ze'ev Jabotinsky, quien desempeñó un papel clave en la colonización de Palestina. En 1923, Jabotinsky escribió:
"Todo pueblo indígena resistirá a los colonos extranjeros mientras vea alguna esperanza de liberarse del peligro del asentamiento foráneo. Eso es lo que están haciendo los árabes en Palestina, y lo seguirán haciendo mientras quede una chispa de esperanza de que podrán evitar que 'Palestina' se convierta en la 'Tierra de Israel'.
[…] La colonización sionista, incluso la más restringida, debe ser terminada o llevarse a cabo desafiando la voluntad de la población nativa."
Es evidente que Gaza necesita ser reconstruida. Cerca de dos tercios de sus estructuras, incluidos edificios de apartamentos, escuelas, mezquitas, hospitales y tiendas, han sido demolidas o destruidas, dejando 42 millones de toneladas de escombros. Sin un plan de reconstrucción ambicioso y a largo plazo, los habitantes de Gaza jamás podrán vivir una vida mínimamente digna. Sin embargo, la reconstrucción de Gaza no debe implicar la expulsión de la población palestina, repitiendo así la tragedia de la Nakba de 1948. La realidad de la Nakba como un proceso continuo nunca ha sido más clara que ahora.
Las palabras de Trump revelan una vez más su visión imperialista, que ignora tanto a la población palestina como su vínculo con la tierra. Su propuesta se centra únicamente en la expulsión, disfrazada bajo el eufemismo de "reubicación".
Esta limpieza étnica no solo es promovida por Trump y su visión inmobiliaria, sino también es compartida por el gobierno israelí, la oposición, académicos y ciudadanos israelíes comunes. Este, en última instancia, es el objetivo fundamental del sionismo y del Estado israelí: expulsar al pueblo palestino y apoderarse de su tierra.
¿Qué dicen los palestinos? Imad al-Qassas, un padre de seis hijos de 60 años, fue desplazado del este de Deir el-Balah al centro de la ciudad, donde ahora vive en una tienda de campaña. Al ser preguntado por Al Jazeera sobre la propuesta de Trump, respondió: “Prefiero morir donde estoy. Incluso si me cortan a mí y a mis hijos en pedazos, no me iré.”
Como señalé en un artículo reciente, la “reubicación” de los palestinos, que en realidad es una forma de limpieza étnica promovida por Donald Trump y respaldada por Israel, no se llevará a cabo. Tras no lograr su objetivo mediante un genocidio, los palestinos seguirán resistiendo y no abandonarán su tierra ni los profundos lazos políticos y culturales que la vinculan a su identidad. La resistencia a la expulsión, sumada a su firme apego al territorio, ha perdurado a lo largo de décadas de despojos y desplazamientos. Estos elementos refuerzan la determinación de la población palestina de permanecer en su tierra, a pesar de los esfuerzos por imponer soluciones que les arrebaten su derecho a la autodeterminación.
Por Xavier Villar