Por Xavier Villar
Si Erdogan es derrotado, significaría no solo el fin de una era en la política nacional turca, sino también el fin de una política regional determinada.
Las encuestas de opinión muestran una campaña muy reñida entre dos bloques principales: la Alianza del Pueblo de Erdogan, compuesta por su Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), el Partido Nacionalista de Acción (MHP) y algunos partidos más pequeños; y la oposición de seis partidos, liderada por el Partido Republicano del Pueblo (CHP).
Estas elecciones están siendo seguidas con especial interés en Irán, donde los medios han publicado artículos de opinión sobre cuál de los dos candidatos sería la opción más favorable para los intereses de la República Islámica.
Cuando el AKP de Erdogan ganó las elecciones legislativas por primera vez, muchos iraníes se sintieron satisfechos, creyendo que la victoria de un partido considerado como “islamista” podría aumentar la cooperación y coordinación entre Teherán y Ankara. Sin embargo, otros analistas consideraron que la categorización del AKP como “islamista” era solo un ejercicio retórico sin contenido político real, ya que el supuesto islamismo del partido no facilitó una colaboración política entre Irán y Turquía.
Ni siquiera en temas tan importantes para el islamismo, como la cuestión de Palestina, ha habido una colaboración entre Irán y Turquía. La postura de Erdogan sobre Palestina nunca ha cuestionado la existencia de la Entidad Sionista, a diferencia de la posición oficial de la República Islámica. La reciente disminución de las tensiones entre Ankara y Tel Aviv demuestra, para aquellos que no consideran al AKP como “islamista”, las enormes diferencias entre Turquía e Irán. La postura de Irán sobre Palestina, así como su apoyo al Eje de Resistencia, son parte integral de la visión anti-sionista sobre la que se basa la República Islámica.
Otro de los puntos de fricción entre Irán y Erdogan ha sido el llamado “neo-otomanismo” por los medios iraníes. Se refiere a la estrategia turca en política exterior después de 2002, que se articula en tres ejes: una presencia activa en puntos críticos a nivel regional e internacional, un papel como mediador en conflictos internacionales y mejorar el prestigio y la posición de Turquía en las regiones que estuvieron bajo el gobierno del Imperio Otomano, tratando de desempeñar un papel de liderazgo en el mundo islámico.
Un ejemplo destacado de esto se puede observar en las intervenciones militares y políticas directas de Turquía en Siria, Irak, Libia, Túnez, Palestina, Qatar, entre otros países, después del año 2016. Según varios analistas iraníes, Erdogan ha perseguido durante sus años de presidente el ambicioso objetivo de poner en marcha el Tratado Nacional, una visión expansionista ratificada por el parlamento otomano en 1920, según la cual territorios de Irak, Siria e Irán formarían parte de esa supuesta “Gran Turquía”.
Es importante destacar que esta visión neo-otomana, como ideología política, puede ser vista como un intento de bloquear o borrar la formación de la identidad política islámica en la región.
La victoria de Erdogan en las elecciones del 14 de mayo podría llevar a la continuidad e incluso a la intensificación de la doctrina neo-otomana, lo que podría plantear problemas para Irán en relación con Azerbaiyán.
Varios medios iraníes han enfatizado que los partidos de la oposición se centran en la política interna, y citan al exministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoğlu, como representante de la doctrina “cero problemas con los vecinos”. Por otro lado, se considera que la oposición es mucho más pro-occidental. Si Kılıçdaroğlu gana las elecciones, se espera una mejora en las relaciones con Occidente, lo cual no es un escenario deseable para Teherán.
En términos discursivos, se puede decir que ni Erdogan ni el candidato opositor Kılıçdaroğlu ven la región desde la misma perspectiva política que la República Islámica. A pesar de toda su retórica, Erdogan no ha logrado abandonar el episteme eurocéntrico que sostiene que lo político propiamente dicho es un patrimonio occidental. La doctrina ultra-nacionalista y expansionista de Erdogan en Azerbaiyán es un ejemplo de este episteme.
Se conoce ampliamente la relación entre el eurocentrismo del estado-nación y el papel constitutivo del supremacismo y el racismo en los fundamentos del nacionalismo europeo y estadounidense. Erdogan y Kılıçdaroğlu son herederos de aquellos intelectuales que, en el Muslimistán de finales del siglo XIX y principios del XX, en lugar de criticar el marco epistemológico de la nación-estado por sus fundamentos racistas e injustos, buscaron su inclusión tratando de demostrar su asimilación política con Occidente.
Por su parte, la Revolución Islámica rechazó el modelo eurocéntrico de la nación-estado como lugar exclusivo de lo político, identificando explícitamente el modelo de estado-nación como racista y forjando una alternativa política asentada sobre una identidad musulmana y una visión ummática.
Podemos afirmar que, a pesar de las diferencias políticas entre Erdogan y Kılıçdaroğlu, la relación con Turquía en términos de desafíos políticos y geopolíticos se mantendrá sin importar quién gane las próximas elecciones del 14 de mayo.
Xavier Villar es Ph.D. en Estudios Islámicos e investigador que reparte su tiempo entre España e Irán.