Ante la confrontación directa del poder duro, cada vez más países optan por estrategias menos costosas pero igualmente efectivas, utilizando recursos que seducen y convencen en lugar de imponer.
El poder blando engloba aquellas capacidades que permiten a los Estados proyectar su influencia mediante la promoción de valores culturales y políticos, así como a través del desarrollo de recursos científicos, tecnológicos y, en algunos casos, incluso militares. Este enfoque, más sutil y estratégico, convierte estas herramientas en un conjunto integral que impulsa sus objetivos en el ámbito internacional.
Tras el triunfo de la Revolución Islámica, la República Islámica de Irán ha consolidado una notable influencia política en Asia Occidental. Además de sus vastos recursos naturales y su ubicación estratégica, la región se ha visto marcada por la intervención de actores extrarregionales en los asuntos internos de sus países, lo que ha intensificado las tensiones y propiciado el surgimiento de diversas crisis. Este contexto ha favorecido el ascenso de Irán como un actor clave en la reconfiguración del equilibrio de poder regional.
Las acciones de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, liderada por el General Qasem Soleimani, desempeñaron un papel fundamental en la dinámica de poder en Asia Occidental, especialmente en Irak y Siria. Entre 2003 y 2011, Soleimani logró debilitar considerablemente la influencia estadounidense en Irak, al tiempo que se dedicó a combatir el terrorismo en la región.
Durante más de dos décadas, los métodos y principios del general Qasem Soleimani se destacaron por su habilidad para gestionar las transformaciones regionales e internacionales, consolidando así la posición de la República Islámica de Irán tanto a nivel regional como global. En este contexto, las operaciones de Soleimani fueron fundamentales en las derrotas estratégicas de Estados Unidos en Asia Occidental, lo que no solo reforzó el poder de Irán, sino que también minó la influencia estadounidense en la región, especialmente entre los países árabes. De este modo, Soleimani ha sido reconocido como el “arquitecto de las derrotas estratégicas de Estados Unidos en Asia Occidental”.
Este artículo se centra en una doble cuestión: ¿Qué papel desempeñó el general Soleimani en el fortalecimiento del poder blando de Irán en la región de Asia Occidental? Y, ¿bajo qué principios estratégicos se desarrolló su despliegue de poder?
El concepto de poder blando fue introducido por el académico Joseph Nye en 1990 en un artículo publicado en The Atlantic. En su análisis, Nye destacó la relevancia de comprender las diferentes formas de ejercer el poder, diferenciando entre el ejercicio directo, asociado a un estilo autoritario, y el ejercicio indirecto, centrado en la persuasión.
En el primer caso, el poder se ejerce mediante herramientas como recompensas, amenazas o persuasión. En el segundo, el poder blando se manifiesta a través de factores como la atracción de ideas y creencias, la capacidad para establecer una agenda política, y la influencia de la cultura, ideología e instituciones que modelan las preferencias de otros actores.
Nye define el poder blando como la capacidad de atraer, lo que a menudo lleva a la satisfacción de los intereses propios. A diferencia del poder duro, que depende de la fuerza, las amenazas o las recompensas, el poder blando permite a un país alcanzar sus objetivos mediante medios indirectos y persuasivos.
Según la teoría de Nye, la esencia del poder blando radica en la capacidad de moldear las preferencias de otros, un proceso que se logra de manera intangible mediante la promoción de atractivos culturales, valores y estructuras políticas. Sin embargo, el poder blando se distingue de la influencia en su base: mientras que la influencia puede depender del poder duro y la coerción, el poder blando se sustenta en la capacidad de atraer y convencer, siempre en función del consentimiento.
Para analizar el impacto del poder blando de Irán en Asia Occidental, es esencial comprender las fuentes de este tipo de poder. A partir de este conocimiento sobre los recursos de poder blando en los países de la región, se puede identificar el papel del general Qasem Soleimani en el fortalecimiento de la influencia de la República Islámica de Irán en la región.
Las creencias y valores, que surgen de normas sociales y patrones específicos de los contextos históricos, sociales, climáticos, políticos, económicos y culturales, son la base del poder blando. Este tipo de poder se fundamenta en la capacidad de influir en las preferencias y valores de los demás, utilizando aspectos intangibles como los atractivos personales, los valores culturales, las instituciones políticas y las políticas percibidas como legítimas y éticas.
En este contexto, el general Qasem Soleimani supo aprovechar estas fuentes de poder para promover el discurso islámico, fortaleciendo la posición de Irán en Asia Occidental. Su habilidad para establecer relaciones de confianza fue un factor crucial en este proceso.
La confianza, como pilar fundamental del capital social, juega un papel esencial en el poder blando. La confianza social se define como las expectativas y compromisos adquiridos y validados socialmente, lo que implica una relación de confianza tanto entre individuos como hacia las organizaciones e instituciones que influyen en la vida social. En este sentido, la confianza que Soleimani cultivó en la región, tanto entre sus propias fuerzas como con las fuerzas regionales, permitió que los países de Asia Occidental establecieran una relación especial con la República Islámica de Irán. Esto creó un ambiente propicio para la cooperación y facilitó la superación de desafíos comunes.
La diplomacia, como una dimensión clave del poder blando, ha sido un componente esencial en las estrategias internacionales de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, particularmente en Oriente Medio. En este contexto, también se ha utilizado en lo que algunos analistas denominan la “guerra ideológica”. Un ejemplo de ello es el uso de un discurso sectario destinado a generar divisiones entre chiitas y suníes en la región, como parte de una estrategia para influir en la dinámica política y social.
La respuesta de la República Islámica de Irán a este intento de crear divisiones sectarias fue desplegar un discurso islámico y ummático, basado en la unidad de la comunidad musulmana más allá de las fronteras sectarias.
En este sentido, se puede concluir que el éxito del general Qasem Soleimani en la región no se debió únicamente al uso de recursos de poder duro. Su éxito fue el resultado de un enfoque integral que combinó poder blando para persuadir a los países de la región a unirse en la lucha contra el terrorismo y el imperialismo. Este enfoque incluyó el uso de herramientas culturales, políticas, habilidades de comunicación y gestión, que le permitieron consolidar alianzas y fortalecer la influencia de Irán en Asia Occidental.
Desde la perspectiva de la República Islámica de Irán, uno de los factores clave que ha impulsado el aumento de su poder blando en la región es la naturaleza de sus objetivos. El propósito central de la presencia iraní en Asia Occidental, según los principios políticos establecidos tras la Revolución Islámica, ha sido la liberación de los pueblos de los agresores externos y los gobiernos represivos. Irán se presenta como un defensor de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, apoyando a los gobiernos regionales frente a la agresión, la ocupación extranjera y las amenazas terroristas y extremistas. Este enfoque ha fortalecido la relación de confianza con los gobiernos de la región, que consideran a Irán como un aliado estratégico en la defensa de su independencia y seguridad.
Tras el triunfo de la Revolución Islámica en 1979 y la creación de la República Islámica, se comenzó a movilizar una serie de discursos basados en la visión islamista expresada por el líder revolucionario, el Ayatolá Jomeini, que han influido profundamente en la política exterior de Irán y en la construcción de su identidad hasta el día de hoy.
El islamismo, en este contexto, se puede definir como el discurso que busca que el Islam sea el punto central en las estructuras políticas y sociales de las comunidades musulmanas. Es crucial diferenciar entre islamismo e islamización. Mientras que el islamismo hace del Islam un referente político explícito, la islamización se refiere a la visibilidad del Islam en los espacios culturales y religiosos sin que esto implique necesariamente su integración como un lenguaje o herramienta fundamental en las relaciones internacionales, las políticas públicas y la toma de decisiones.
Este islamismo iraní ha llevado al país a perseguir dos objetivos fundamentales, considerados imprescindibles para la consolidación de su poder blando y su influencia en la región:
- La unidad del Islam bajo el “mandato ummático”: Este objetivo implica adherirse a la visión de Jomeini, el fundador de la República Islámica de Irán, que aboga por la aproximación entre sunismo y chiismo. La idea es construir un lenguaje común entre los musulmanes, promoviendo el entendimiento y el diálogo entre las diferentes ramas del Islam, siempre dentro de los parámetros establecidos por esa unidad. En términos técnicos, este concepto se conoce como la “visión post-mazabi” (donde mazhab o madhhab significa escuela jurídica en árabe), que busca una interacción basada en los principios compartidos del Islam, superando las divisiones sectarias.
- La construcción de una sociedad justa: Este segundo objetivo responde a una aspiración ético-política fundamental, cuyo horizonte es inalcanzable pero siempre presente. Según la concepción iraní, la lucha por la justicia es un deber constante que debe llevar a los musulmanes a enfrentarse contra la opresión en sus diversas formas, ya sea política, económica o social. Esta aspiración no solo guía la política interna de Irán, sino que también justifica su intervención en los asuntos de otros países de la región, posicionándose como un defensor de los oprimidos frente a potencias extranjeras y regímenes considerados injustos.
Se puede afirmar, por tanto, que el eje central sobre el que se articula todo el discurso iraní es la “identidad islámica, revolucionaria y anti-occidental”. A partir de este principio fundamental se entiende la política exterior y defensiva de la República Islámica de Irán. Gracias a este enfoque, conceptos como independencia, resistencia, unidad islámica y responsabilidad hacia la umma se entrelazan, dando forma al discurso islámico único de Irán, al mismo tiempo que lo diferencia de otros actores internacionales. Un principio distintivo de la política exterior iraní es lo que se denomina responsabilidad hacia el mundo musulmán, que ve las acciones de Irán fuera de sus fronteras como un “deber ideológico”. En esta visión se inserta también la política anti-sionista y el apoyo a los movimientos islámicos de resistencia en la región, formando lo que se conoce como el “Eje de Resistencia”.
Este principio está formalizado en el artículo 152 de la Constitución de la República Islámica de Irán (adoptada el 24 de octubre de 1979), que establece: “La política exterior de la República Islámica de Irán se basa en... la defensa de los derechos de todos los musulmanes, la no alineación con respecto a las superpotencias hegemónicas, y el mantenimiento de relaciones mutuamente pacíficas con todos los estados no beligerantes”.
Otro principio fundamental en la cultura estratégica iraní es la vocación anti-hegemónica y la voluntad de resistencia. Basado en la idea de que el Islam debe prevalecer y no ser dominado por otros, Irán entiende que no puede permitir que potencias extranjeras impongan su voluntad sobre su política exterior. Esta identidad anti-imperialista está profundamente enraizada en la historia de Irán, marcada por los repetidos intentos de potencias occidentales por controlar el país.
Los líderes iraníes hacen llamados constantes a contrarrestar la hegemonía y resistir el imperialismo, considerándolo un principio esencial en su comportamiento exterior. En este contexto, el Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, expresó en un discurso en agosto de 2007 que “nunca toleraríamos comportamientos hegemónicos... y contrarrestar el sistema hegemónico global y superar la ecuación opresores-oprimidos es un indicativo inseparable de nuestra diplomacia”. Esta declaración subraya el compromiso de Irán con una postura anti-hegemónica, que guía su estrategia internacional.
Desde los primeros días de la República Islámica, los principios de contra-hegemonía se materializaron en la política de “Ni Este ni Oeste, solo la República Islámica”, que se puede considerar como una versión iraní de la política de no alineamiento. En ese momento, las autoridades revolucionarias iraníes establecieron tres objetivos políticos fundamentales: (1) lograr autonomía en la formulación de su política exterior, (2) poner fin a la dependencia de Irán de un solo campo ideológico y (3) mejorar las relaciones con todos los estados, con excepción de Israel y el régimen sudafricano del apartheid.
Dos principios fundamentales dentro de la cultura estratégica iraní son la autosuficiencia y la independencia. Tras la Revolución Islámica, la búsqueda de capacidades, tecnología y conocimientos autóctonos, especialmente en lo que respecta al ciclo de combustible nuclear, se ha convertido en un motivo de orgullo nacional. De esta forma, Irán intenta reducir su dependencia de potencias extranjeras. El Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, ha señalado que existe una relación causal entre el avance científico, la autosuficiencia y la independencia. Según el ayatolá Jamenei, las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa no solo son ineficaces para modificar la política exterior iraní, sino que, en realidad, resultan constructivas, ya que obligan al país a volverse más autosuficiente.
El patriotismo es otro de los elementos clave para entender la cultura estratégica de la República Islámica. Aunque Irán ha recurrido al nacionalismo, siempre lo ha filtrado a través de la visión islámica, utilizando el apoyo popular como una herramienta de presión contra las potencias extranjeras. Irán sostiene que el respaldo del pueblo al régimen actúa como una fuerza disuasoria frente a las amenazas militares. Como ha señalado repetidamente el Líder Supremo, los gobiernos que dependen del apoyo popular no pueden ser amenazados por fuerzas externas.
Finalmente, es fundamental comprender cómo la República Islámica ve el sistema de gestión global. Las autoridades iraníes consideran que el sistema internacional es injusto y desigual, y abogan por un orden mundial más justo. Desde la Revolución Islámica, Irán ha seguido una política revisionista centrada en la justicia y en la creación de relaciones internacionales equitativas, instando a los países que consideran arrogantes a comportarse de manera más justa. Según el ayatolá Jamenei, la República Islámica busca políticas “impulsadas por la justicia”, lo que implica una postura de hostilidad hacia Estados Unidos e Israel, a pesar de los enormes costos económicos y políticos derivados de las sanciones y el aislamiento internacional.
Se puede decir, por tanto, que la figura de Qasem Soleimani, desde la perspectiva de la República Islámica, encarna los principios revolucionarios establecidos tras el triunfo de 1979. Su habilidad para utilizar el poder blando lo consolidó como una de las figuras más relevantes, no solo en Irán, sino en toda la región. Destacó por su capacidad para influir y generar alianzas, basadas en valores compartidos y objetivos comunes, lo que fortaleció el papel de Irán en el ámbito regional e internacional.
Por Xavier Villar