• El presidente de EE.UU., el republicano Donald Trump, ofrece una charla a sus partidarios en un acto.
Publicada: martes, 18 de agosto de 2020 12:01
Actualizada: miércoles, 26 de agosto de 2020 11:11

Comunidad global atestiguará un nuevo fracaso de EE.UU. por la insistencia de Trump en recurrir al mecanismo de ‘snapback’ del Consejo de Seguridad contra Irán.

El sonado fracaso cosechado por el presidente de EE.UU., Donald Trump, y su secretario de Estado, Mike Pompeo, en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) para extender el embargo de armas contra la República Islámica de Irán, con la excepción de que solo un pequeño país de la región del Caribe los acompañó en su despropósito, es el preludio de la derrota más dura sufrida por la Casa Blanca en el marco de su próxima estratagema, que no es otra que la de recurrir al uso del mecanismo de snapback (reactivación inmediata) de las sanciones internacionales contra Teherán, eliminadas en virtud del acuerdo nuclear firmado en 2015 entre Irán y el Grupo 5+1 —integrado entonces por EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania—.

Son muchos los que opinan que lo acontecido en la reunión del viernes, 14 de agosto, del CSNU, por iniciativa del Gobierno de EE.UU., ha supuesto una gran derrota para EE.UU. y Trump y, en contraposición, un gran éxito para la Diplomacia iraní debido a que lo que buscaba el país norteamericano, es decir, el restablecimiento automático de las sanciones de armas contra Irán, contraviniendo los términos del acuerdo nuclear, habría sido una disruptiva del propio pacto.

La iniciativa de Trump, que previamente había retirado a EE.UU. del acuerdo nuclear y ahora buscaba eliminar una de sus cláusulas, es un claro ejemplo del enfoque unilateralista del presidente estadounidense, que ha sido rechazado, de forma tajante, por el resto de Estados miembros del CSNU, con la salvedad de la República Dominicana. De hecho, los entendidos en la materia coinciden en que, en este momento, existe un consenso relativo en el mundo de que el unilateralismo amenaza la seguridad global.

Las mismas reacciones negativas se han visto con la adopción de otras medidas por parte de Trump, como retirarse de organizaciones y foros internacionales, así como su abrupta salida del Acuerdo de París sobre el cambio climático o de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El trasfondo de la cuestión reside en que Trump se cree que puede imponer sus demandas irracionales e ilegales a los demás, recurriendo a la coacción y la presión mediante la maquinaria punitiva estadounidense. Mientras tanto, por supuesto, la abstención de los países europeos, aliados históricos de Washington, al borrador del proyecto antiraní de la Casa Blanca en el CSNU constituye un hecho muy importante, pues deja bien claro a EE.UU. que, en cuanto a sus políticas unilaterales, no hay quien los avale bajo ningún concepto.    

Los países europeos consideran el acuerdo nuclear una iniciativa propia, aunque el que fuera durante su firma secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, jugara un papel clave en las negociaciones que condujeron a la rúbrica del pacto –de nombre oficial Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC o JCPOA, por sus siglas en inglés)–, las bases de estas conversaciones fueron iniciadas por Europa y, en concreto, por sus sucesivos responsables de su política exterior.

Por tanto, las naciones europeas siguen interesadas en mantener vivo el principio del acuerdo nuclear porque lo consideran muy importante para preservar y garantizar la estabilidad y la seguridad de la región de Asia Occidental e incluso del mundo entero.

Así pues, el rechazo de Europa a la propuesta de EE.UU. de extender el embargo de armas en el CSNU contra Irán, que expirará el próximo 18 de octubre, demuestra su total desacuerdo con todas y cada una de las medidas unilaterales a las que la Administración de Trump ha recurrido para imponer su voluntad sobre las demás naciones del orbe.

Tanto China como Rusia, así como los europeos, han venido avisando de que EE.UU., al haberse retirado del acuerdo nuclear, no está en posición y menos aún tiene derecho a recurrir al uso del mecanismo de resolución de disputas que se contempla en el PIAC para volver a reactivar las sanciones internacionales contra Teherán.

 

Por tanto, se puede predecir que, a partir de ahora, si EE.UU. insiste en recurrir al mecanismo de reactivación inmediata del CSNU, no solo deberá digerir un nuevo y sonado fracaso en cuanto a sus políticas erróneas, sino que también se vería en la tesitura de verse más aislado que nunca a nivel internacional.

Otro punto que resulta importante resaltar es el hecho de que el Gobierno de EE.UU. es un enemigo declarado de la República Islámica de Irán desde que triunfara la Revolución Islámica en 1979, y sus derrotas en cualquier escenario vienen beneficiando las posturas de Irán.

El acuerdo nuclear ha sido fruto de una diplomacia activa de Teherán y el último fracaso de Washington en el CSNU es otro ejemplo de la eficacia de la diplomacia de la élite gubernamental de Teherán a la hora de relacionarse con los demás actores internacionales en el contexto del respeto mutuo.

 

En retrospectiva, cabe subrayar que el pacto nuclear, declarado como uno de los mayores logros en la arena diplomática por autoridades destacadas en el mundo, fue considerado por Trump “el peor acuerdo negociado en la historia”, y dijo que nunca debió haber sido rubricado por su antecesor, Barack Obama.

En virtud del pacto, Irán se comprometía a minimizar el desarrollo de su programa nuclear a cambio de la plena cancelación de las sanciones internacionales impuestas en su contra.

Transcurrido algo más de un año de su juramentación, en mayo de 2018, Trump retiró unilateralmente a EE.UU. del acuerdo nuclear y reimpuso los embargos a Irán, incluso invitó al resto de signatarios del convenio a secundarlo, en vano, con el objetivo de obligar a Teherán a renegociar el documento.

El mandatario republicano se escudó en el pretexto de que Irán no estaba cumpliendo plenamente sus responsabilidades en el contexto del tratado, pese a que los múltiples informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) confirmaban que Teherán había venido cumpliendo, a cabalidad, los compromisos que aceptó en su día en el PIAC.

Desde entonces, la Casa Blanca no solo ha aplicado una política de “máxima presión” con la nación persa, amenazando con castigar a otros Estados si siguen manteniendo relaciones comerciales con los iraníes, sino que, en un intento por forzar nuevas negociaciones sobre el programa nuclear persa, Washington ha estado jugando la baza de un conflicto armado contra Irán, hecho que ha suscitado el rechazo de la comunidad internacional, con la excepción de sus aliados en la región.

En su delirium tremens de ver sentadas a las autoridades persas en torno a una mesa de negociaciones, la maquinaria de guerra de Washington urdió el asesinato del comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán, el teniente general Qasem Soleimani, y del subcomandante de las Unidades de Movilización Popular de Irak (Al-Hashad Al-Shabi, en árabe), Abu Mahdi al-Muhandis, y varios otros compañeros, que cayeron mártires en un ataque aéreo de EE.UU. contra los vehículos en los que viajaban cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad, la madrugada del 3 de enero.

Con esta estrategia cobarde, los señores de la guerra de Departamento estadounidense de Defensa (el Pentágono) imaginaron que, con el asesinato del notable militar persa y sus acompañantes, que habían desempeñado hasta ese momento un papel relevante en los duros combates en Irak y Siria contra los grupos terroristas muchos de ellos respaldados por las fuerzas estadounidenses y las del régimen israelí, podrían hacer mella en la voluntad del pueblo iraní y debilitar, al mismo tiempo, los ánimos entre los miembros de las Fuerzas Armadas de la República Islámica, a fin de que el Gobierno de Teherán cediera y aceptara reunirse para conversar con la contraparte norteamericana.

Nada más lejos de la realidad. La surrealista conspiración de tintes maquiavélicos se volvió en contra de los intereses de EE.UU. en Asia Occidental, cuando, en represalia a este magnicidio que fue ejecutado por orden directa del propio Trump, la República Islámica de Irán respondió con varios ataques misilísticos lanzados la madrugada del 8 de enero por la División Aeroespacial del CGRI contra la base aérea Ain Al-Asad, ubicada en la provincia occidental iraquí de Al-Anbar y ocupada por las tropas norteamericanas desde la invasión de Irak en 2003, y contra una base en Erbil, capital de la región del Kurdistán iraquí, también en poder de los estadounidenses.

Por lo tanto, todas las estrategias a las que ha recurrido Trump han fracasado en su totalidad por la firme resistencia del pueblo persa, que se muestra decidido a no dejarse avasallar por los estadounidenses, quienes, para mitigar su rotundo fracaso, han decido hacer uso de la reactivación del mecanismo de restablecimiento automático para promover, en un intento a la desesperada, el conjunto de las sanciones internacionales del CSNU contra Irán.

Resulta del todo insólito que EE.UU., tras abandonar el acuerdo nuclear y perder todo derecho a recurrir a la activación del mecanismo de resolución de disputas del PIAC, siga imponiendo draconianas y asfixiantes sanciones a Irán, siendo estas unas medidas punitivas contrarias a los objetivos planteados en el PIAC y la Resolución 2231, buscando por todos los medios a su alcance poner punto final al consenso internacional sobre el pacto nuclear, so pretexto de que la parte iraní ha ido reduciendo gradualmente sus compromisos nucleares, obviando el hecho de que esta situación se produce a medida que las restricciones estadounidenses en contra de Teherán van in crescendo, seguidas de la incapacidad de otros países, concretamente los europeos, de cumplir las obligaciones adquiridas en el referido convenio.

 

Por otra parte, no hay que olvidar que, en estos momentos, Trump está empantanado en su caótica gestión para contener las consecuencias, tanto mortales como económicas, de lo que supone la propagación del nuevo coronavirus, causante de la COVID-19.

El magnate neoyorquino ve cómo se alejan sus aspiraciones a la reelección en la próxima cita electoral del 3 de noviembre debido a las fuertes críticas a su gestión, tanto a la hora de mitigar los efectos nocivos de la peor crisis sanitaria a la que ha hecho frente EE.UU. en más de un siglo, como para aplacar los ánimos caldeados de los votantes estadounidenses por los últimos episodios de racismo vividos, que se suman a una crisis económica galopante, así como a sus fallidas políticas a nivel tanto interno como internacional.

En definitiva, Trump da palos de ciego en su desesperación por mantenerse cuatro años más en la Casa Blanca y, para lograr tal objetivo, no duda en recurrir a cualquier estratagema posible. De hecho, el líder republicano, a sabiendas de que arrinconará aún más a EE.UU. a nivel internacional al recurrir al mecanismo de restablecimiento automático del CSNU, sigue adelante con su despropósito con la esperanza de ver materializadas sus ansias de permanecer en el poder hasta 2024. 

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