Publicada: lunes, 5 de febrero de 2024 9:21

El objetivo de este artículo es analizar las relaciones entre la República Islámica e Irak en el período que abarca desde la caída del régimen de Saddam Hussein hasta la actualidad.

En primer lugar, hay que señalar que, desde un punto de vista geopolítico, Irak es uno de los países más importantes para Irán. Es decir, la estabilidad en Irak es fundamental desde el punto de vista estratégico iraní. Debido a esto, entra dentro del comportamiento racional que Irán, como actor estatal, haya diseñado estrategias políticas para atraer a los iraquíes y construir una serie de valores y objetivos comunes.

Desde la caída de Saddam Hussein, resultado de la invasión ilegal de Estados Unidos, Irán se ha convertido en el actor principal en Irak, con el objetivo de estabilizar y garantizar la seguridad del país. Al mismo tiempo, la nueva élite política iraquí se ha acercado de manera más evidente a las posturas geopolíticas defendidas tanto por la República Islámica como por el llamado Eje de Resistencia.

Esta nueva relación entre Irak e Irán no puede ser explicada desde posicionamientos esencialistas que limitan la colaboración entre ambos a una mera cuestión de "solidaridad religiosa chií". Sin negar la importancia de los llamados significantes chiíes, este artículo considera que los lazos que unen a ambos países son políticos y discursivos, compartiendo objetivos comunes sin implicar subordinación de ningún tipo. Además, se expresan mediante un mismo lenguaje político que tiene en la lucha contra la injusticia su razón de ser.

Ha sido, precisamente, la experiencia de la marginalización de una inmensa parte de la población iraquí (una parte que se define como chií ciertamente, pero hay que recordar que no se busca esencializar esa identidad) lo que sobresale a la hora de construirse como comunidad. Esta experiencia de la marginalización y la ausencia de justicia ha sido un factor constante desde el control otomano del país, las políticas coloniales británicas, así como el establecimiento del régimen baazista en 1968 y el posterior régimen de Saddam Hussein.

El régimen de Saddam Hussein, a pesar de su despliegue de símbolos islámicos, puede caracterizarse como un régimen secular, caracterizado por el control por parte del estado del Islam para moldearlo y hacerlo obediente en términos políticos. La marginalización de la población chií bajo Saddam Hussein hay que entenderla no desde el esencialismo sunismo contra chiísmo, sino como el ataque por parte del estado a una comunidad que, mediante la movilización de símbolos islámicos, desafiaba el discurso del Islam desplegado por el propio régimen. Es decir, lo que existía era una competición discursiva, tremendamente desigual, entre dos visiones antagónicas. La marginalización pública de la comunidad chií, por tanto, hay que entenderla como la respuesta dada por el estado frente a ese desafío.

Con la caída de Saddam Hussein se hizo posible la emergencia de ese discurso en el espacio público. Al mismo tiempo, y debido a la reconfiguración del espacio político, la comunidad chií comenzó a ocupar puestos de responsabilidad política. Desde Teherán, esta reconfiguración del poder se vio como la constatación de la necesidad de contar con esa población, hasta la fecha marginada, para asegurar la estabilidad del país. Al mismo tiempo y en la esfera regional, este nuevo poder en Irak se acercó políticamente a las posiciones representadas por Irán y el Eje de Resistencia, en concreto, la búsqueda de un nuevo orden político en la región.

Hay que insistir en que los lazos que unen a ambas comunidades, en Irán e Irak, son lazos políticos (evidentemente esto no quiere decir que no existan lazos de otro tipo como económicos, culturales...) basados en la misma visión, de inspiración islámica, y que hace que ambas comunidades vean de la misma manera quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Del mismo modo, es esta misma división del mundo lo que estructura el Eje de Resistencia y no las afinidades de tipo “religioso”.

De manera especial, hay que señalar a la Revolución Islámica, a su uso de un nuevo lenguaje político y a la influencia que este lenguaje ha tenido dentro de la política iraquí. Un ejemplo de esta influencia se puede ver en el partido Dawla Islámica, un partido fundado con anterioridad a la Revolución Islámica pero que, a raíz de la misma, experimentó un cambio en sus planteamientos y en su visión política, acercándose a la articulación política puesta en marcha por la Revolución.

Además de las dimensiones discursivas que explican la similitud a la hora de ver el mundo en términos políticos, no hay que olvidar que, como ya se ha apuntado, Irán, desde su propia arquitectura regional, considera la estabilidad iraquí como prioritaria para su propia seguridad interna. Esta importancia estratégica significa que Irán entiende que la presencia de tropas militares estadounidenses en el país pone en riesgo la estabilidad del mismo, además de suponer una amenaza directa. El propio parlamento iraquí, hay que recordar, comparte este mismo diagnóstico y por eso aprobó una resolución en 2020 en la cual se instaba a la expulsión de las tropas estadounidenses del país. Por otro lado, Irán también ve con desconfianza cualquier tipo de iniciativa sectaria y/o separatista que ponga en duda la soberanía iraquí.

Se puede decir, por tanto, que la presencia iraní en Irak, tanto en términos políticos como en términos materiales, ofrece una alternativa a la presencia estadounidense en el país, considerada por la inmensa mayoría de la población como ilegítima.

Por todo lo anterior, no debe sorprender que, desde la caída de Sadam Hussein y la posterior influencia iraní en Irak, se haya puesto en circulación el discurso esencializador de la "amenaza chií". Este discurso, por ejemplo, fue invocado por el rey Abdallah II de Jordania en el año 2004 en el Foro de Davos, donde definió a las comunidades chiíes en Siria, Líbano e Irak como "quintacolumnistas de Irán". También fue utilizado por el presidente egipcio, Hosni Mubarak, cuando dijo que las comunidades chiíes habían mostrado hasta la fecha más lealtad hacia la República Islámica que hacia sus propios estados-nación.

Por último, no se puede dejar de mencionar al académico Vali Nasr, quien dio forma académica a la idea del "renacimiento chií", entendiendo chiísmo como sinónimo de Irán. El supuesto "creciente chií", otro de los términos utilizados para este discurso, no tiene en cuenta las dimensiones políticas de la conexión entre Irán y, por ejemplo, Irak.

De hecho, ese discurso tiene como objetivo principal reintroducir el aspecto sectario dentro de la ecuación regional, presentando las alianzas de la República Islámica de una manera no política y esencialista.

Se puede decir que debido a la experiencia de marginalidad de la población chií en Irak a manos de Sadam Hussein, esta población se ha alineado con el discurso revolucionario representado por la República Islámica (un alineamiento que es político y que no puede ser leído en términos religiosos). Es cierto que los lazos históricos y culturales entre ambos países facilitaron este proceso, pero es un proceso puramente político. Los lazos de afinidad entre Irán e Irak responden, por tanto, a una misma unidad de discurso que necesita actualizarse políticamente, por ejemplo, en la lucha activa por la expulsión de las tropas estadounidenses de la región, para no dejar de ser relevante.

XAVIER VILLAR