Echando un vistazo a su vida llena de altibajos y su compromiso con defender los derechos de todas las etnias en Myanmar (Birmania), puede ayudar a comprender por qué el mundo se siente ahora decepcionado por su controvertida postura ante el “genocidio” de la comunidad musulmana Rohingya en este país del sudeste asiático.
Aung nació el 19 de junio de 1945 en Rangún (antigua capital de Myanmar). Hija de Aung San, político destacado y uno de los padres de la independencia birmana, que participó en las negociaciones con el Reino Unido para poner fin al colonialismo y fue asesinado en 1947 por nacionalistas radicales.
Aung fue educada en el Reino Unido, donde se graduó en Filosofía, Economía y Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y trabajó durante algún tiempo para la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Regresó a Birmania en abril de 1988 para atender a su madre gravemente enferma, a pesar de las amenazas recibidas del gobierno militar, liderado por el dictador Ne Win. Su viaje coincidió con el estallido de las protestas violentas contra la junta militar que gobernaba el país desde 1962 y ella pronto se convirtió en la líder de las manifestaciones.
Fue detenida por la junta militar, y puesta en arresto domiciliario, una condición que sufría intermitentemente hasta 2010. Trabajó durante muchos años a favor de la democracia, al organizar un movimiento pro derechos humanos, lo cual optaba por la instauración de un régimen democrático.
La política birmana fue galardonada con el premio Nobel de la Paz en 1991 por ser “el ejemplo del poder de los que no tienen poder”, y por su resistencia pacífica frente a la opresión.
El silencio, por lo tanto, es el menor de sus pecados. El silencio también sugiere una neutralidad estudiada”, escribió Mehdi Hasan, periodista político británico en el portal Intercept.
En noviembre de 2015, el partido de Aung, la principal formación opositora del país, la Liga Nacional para la Democracia (LND), logró una victoria aplastante en los comicios presidenciales, cuatro años después de que la Junta Militar entregara el poder a un Gobierno civil (marzo de 2011).
Aunque la Constitución birmana prohíbe a cualquier candidato con esposo o descendientes extranjeros acceder a la Presidencia, Aung (su marido fue británico y sus dos hijos tienen pasaporte británico) se convirtió en la líder de facto del país, prometiendo entonces estar “por encima del presidente”.
La querida figura de los occidentales, considerada un ícono de los derechos humanos, y el Nelson Mandela de Asia, Aung San Suu Kyi, ha sido criticada en los últimos años por guardar un ‘silencio estudiado’ y una postura indiferente respecto a la persecución y ataques mortales contra la comunidad rohingya, residente en su mayoría en el estado de Rajine (noroeste), el más pobre de Myanmar.
Ella, igual que las autoridades de la exdictadura militar y los líderes religiosas budistas del país, ha negado la identidad de los musulmanes rohingyas, considerados por la ONU la comunidad más perseguida del mundo. En 2016 pidió al embajador de Estados Unidos que no use el término rohingya.
Durante el período de su liderazgo, Aung ha violado obviamente los artículos de la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio de la ONU. El artículo II de este documento dice que “genocidio significa cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
La líder opositora birmana, más allá de sus muchos años de silencio, tampoco ha levantado las restricciones severas del Estado al acceso humanitario a varias regiones de Myanmar afectadas por la insurgencia. Tampoco las autoridades han permitido a los medios de comunicación independientes investigar a fondo lo que está sucediendo en Rajine.
Un informe de febrero de los derechos humanos de la ONU sobre el tratamiento de los rohingyas, documentó la violación en masa de mujeres y niñas, algunas de las cuales murieron como resultado de las lesiones sexuales que sufrieron. El texto muestra cómo los niños y los adultos musulmanes tenían sus gargantas cortadas delante de sus familias.
Reporta las ejecuciones sumarias de maestros, ancianos y líderes comunitarios; los helicópteros del Ejército pulverizando aldeas con disparos; gente encerrada en sus hogares y quemada viva.
El informe detalla la destrucción deliberada de cultivos y la quema de aldeas para expulsar a poblaciones enteras de sus hogares; personas que trataban de huir disparadas en sus botes.
El desastre humanitario en Rajine se ha agravado desde el 25 de agosto cuando el Ejército intensificó los ataques contra la población rohingya. La ola de violencia ha matado hasta el momento más de 400 personas, obligando a cientos de miles de los rohingyas a huir al vecino país de Bangladés para salvar sus vidas.
No obstante, la líder opositora parece tener oídos sordos ante los llamados internacionales, incluido el de los Premios Nobel de la Paz, para actuar “con coraje y compasión” para poner fin a los crímenes contra los musulmanes rohingyas.
Activistas humanitarios acusan a Aung de ser un cómplice directo en la masacre de los musulmanes por escoger el silencio frente a esta discriminación para no perder su base de religión budista.
“El silencio, por lo tanto, es el menor de sus pecados. El silencio también sugiere una neutralidad estudiada”, escribió Mehdi Hasan, periodista político británico en el portal Intercept. “Sin embargo, no hay nada neutral sobre la postura de Aung San Suu Kyi. Ella ha elegido su lado y es el lado del nacionalismo budista y la cruda islamofobia”.
El martes, Aung rompió su silencio tras casi dos semanas desde el repunte de la violencia, y como era de esperar denunció una campaña de “desinformación” sobre los rohingyas.
La ONU ha advertido del posible surgimiento de una inminente “catástrofe humanitaria” debido a la violencia en curso contra los rohingyas, y ha pedido fin de la represión militar en el país asiático.
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