Tras la Guerra de los Seis Días en 1967, el régimen de Israel intensificó su política expansionista ocupando la península del Sinaí, Cisjordania, la Franja de Gaza y los altos del Golán sirios. Aunque después tuvo que retirarse del Sinaí y la Franja de Gaza, desde entonces, ha construido y ampliado decenas de asentamientos en los altos del Golán y sobretodo en la ocupada Cisjordania.
Como resultado de esta política expansionista, más de 600 000 israelíes viven hoy en los asentamientos en la ocupada Cisjordania y Al-Quds (Jerusalén). Estos asentamientos son ilegales bajo el derecho internacional y violan convenciones internacionales que prohíben a un poder ocupante transferir su población al territorio ocupado.
Pese a que durante años, EE.UU. aparentemente se oponía a la expansión israelí, con la llegada de Donald Trump al poder, el régimen de Tel Aviv ha recibido luz verde para hacer y deshacer a su antojo.
El inquilino de la Casa Blanca trasladó la embajada estadounidense a Al-Quds y ahora ha presentando un plan llamado “acuerdo del siglo” que ignora todos los derechos de los palestinos y da luz verde al establecimiento de asentamientos israelíes en Cisjordania.
El apoyo de Washington ha alentado al premier israelí, Benyamin Netanyahu, a dar un paso más de manera que Netanyahu ha prometido anexarse el 30 por ciento de la ocupada Cisjordania, el valle del Jordán, la zona norte del mar Muerto o cualquier parte de los territorios palestinos ocupados en 1967.
Los esfuerzos israelíes para usurpar más territorio palestino, que forman parte del llamado ‘acuerdo del siglo’ presentado en enero por EE.UU., han desatado una ola global de condenas y rechazos. El mundo entero desde la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea (UE) y otros organismos internacionales alertan que así nunca habrá paz.
A su vez, los palestinos, que piden a la coumunidad internacional romper el silencio ante los crímenes de Israel, han prometido que harán frustrar los nuevos complots en su contra. El presidente palestino, Mahmud Abás, por su parte, dio por rotas las relaciones con el régimen de Tel Aviv y Washington tras reiterar su rechazo al plan estadounidense-israelí.
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