Publicada: lunes, 21 de abril de 2025 8:39

La segunda ronda de negociaciones nucleares entre Irán y Estados Unidos, celebrada esta semana en Roma, ha arrojado avances concretos, según confirman fuentes diplomáticas.

Ambas delegaciones acordaron poner en marcha el trabajo de los equipos técnicos, una señal clara de que, pese a las tensiones persistentes, el diálogo avanza con paso firme.

El encuentro tuvo lugar en la embajada de Omán, ubicada en el tranquilo barrio de Camilluccia de la capital italiana, un escenario discreto pero cargado de simbolismo geopolítico. Este nuevo ciclo de conversaciones, que da continuidad a la primera sesión celebrada el pasado 12 de abril en Mascate, marca un momento decisivo en los esfuerzos por desbloquear un conflicto que trasciende lo nuclear y se adentra en el terreno de las estrategias regionales.

Irán estuvo representado por Abás Araqchi, ministro de Asuntos Exteriores, veterano negociador y figura clave en las conversaciones previas sobre el programa nuclear. Por parte estadounidense, acudió Steve Witkoff, enviado especial para Oriente Medio, cuya limitada experiencia en negociaciones nucleares ha generado dudas sobre su capacidad para gestionar un proceso de tal complejidad.

A pesar de la voluntad de diálogo mostrada por ambas partes, el proceso no está exento de obstáculos. En Washington, las presiones de sectores conservadores y la constante interferencia de aliados regionales, en particular Israel, siguen limitando el margen de maniobra de la Casa Blanca. Aun así, el presidente Donald Trump, respaldado por un sector de su equipo más moderado, parece apostar de momento por la vía diplomática, dejando en segundo plano las amenazas de acción militar.

En este contexto, marcado por crecientes divisiones dentro del propio Gobierno estadounidense, la continuidad del diálogo con Teherán refleja una voluntad política que, de consolidarse, podría sentar las bases para un acuerdo con implicaciones estratégicas de largo alcance. Para Irán, que ha reiterado su disposición a negociar siempre que se respeten su soberanía y el levantamiento de las sanciones unilaterales, esta nueva fase podría suponer una oportunidad para reequilibrar su posición en el escenario internacional.

Araqchí destacó los avances logrados durante la jornada, en declaraciones a la agencia IRIB: “A partir del miércoles, se iniciarán las negociaciones técnicas a nivel de expertos en Omán, y el próximo sábado se celebrará la tercera ronda de conversaciones”. El ministro calificó la reunión como “productiva”, añadiendo que se alcanzó un entendimiento más claro sobre ciertos principios y objetivos, y que ambas partes acordaron dar el siguiente paso con el inicio de las sesiones técnicas.

Sin embargo, las señales positivas no ocultan los desafíos que aún persisten. Las presiones internas en Estados Unidos, lideradas por sectores más belicistas del Partido Republicano, siguen tratando de descarrilar el proceso. Figuras como el senador Marco Rubio, uno de los críticos más vehementes del acercamiento a Irán, defienden la estrategia de “presión máxima” e insisten en mantener la opción militar sobre la mesa, advirtiendo que cualquier concesión a Teherán podría desestabilizar aún más la región.

A estas tensiones se suma el papel constante de Israel, que ha adoptado una postura inflexible y orientada a torpedear cualquier entendimiento diplomático. Las presiones del Gobierno israelí han sido constantes desde que comenzaron las conversaciones indirectas entre Teherán y Washington. Un reflejo de esta presión es la presencia recurrente de altos cargos israelíes, como Ron Dermer, ministro de Asuntos Estratégicos, y David Barnea, director del Mossad, en los desplazamientos del enviado especial estadounidense. Esta participación directa subraya la influencia que Tel Aviv sigue ejerciendo sobre las decisiones de Washington, en un intento de bloquear un acuerdo que podría facilitar un escenario de distensión en Asia Occidental.

Frente a este panorama, Irán ha mantenido una posición coherente. El propio ministro de Exteriores señaló que, durante las dos rondas de contactos, ninguna de las propuestas estadounidenses se apartó de la línea roja de Teherán: las negociaciones deben centrarse exclusivamente en el acuerdo nuclear, sin incluir cuestiones como el programa de misiles o la política regional iraní. Esta postura reitera la determinación de la República Islámica de acotar el marco de discusión, rechazando cualquier intento de ampliarlo a temas que considera asuntos internos o estratégicos no negociables.

 

Asimismo, Araqchi fue claro al afirmar que el marco técnico-político establecido por el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) de 2015 ya no es válido. Irán, sostuvo, busca ahora un nuevo acuerdo que refleje de manera más efectiva sus intereses y necesidades nacionales. Esta nueva perspectiva incluye no solo la exigencia del levantamiento inmediato y verificable de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos, sino también garantías firmes de que Washington cumplirá con los compromisos adquiridos, algo que no sucedió con el acuerdo anterior.

Desde la óptica iraní, uno de los principales obstáculos para reactivar el acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA) radica en la falta de cumplimiento por parte de Estados Unidos. Teherán considera que la experiencia del acuerdo anterior dejó al descubierto un desequilibrio estructural: mientras Irán cumplía con los compromisos asumidos en materia nuclear, Washington eludía sistemáticamente su parte del trato. De hecho, según fuentes iraníes, ya durante la administración de Barack Obama —la misma que impulsó la firma del acuerdo— se evitó aplicar plenamente los compromisos adquiridos.

Uno de los puntos más sensibles fue la desconexión del sistema financiero iraní del mercado internacional. Aunque el JCPOA contemplaba el restablecimiento de los lazos bancarios y la facilitación de operaciones económicas legítimas con Irán, en la práctica, Teherán denuncia que Estados Unidos ejerció presiones indirectas sobre bancos, compañías de seguros y multinacionales del sector energético para que no formalizaran acuerdos con entidades iraníes. Este incumplimiento, prolongado y sistemático, deterioró la confianza y condiciona profundamente la actitud actual de Irán en la mesa de negociaciones.

Por este motivo, cualquier nuevo acuerdo deberá partir de un principio que Teherán considera irrenunciable: el reconocimiento pleno, y sin ambigüedades, del derecho legítimo de la República Islámica a desarrollar un programa nuclear civil con fines pacíficos. Un derecho amparado por el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y por el marco legal internacional, y que Irán insiste en ejercer sin injerencias externas ni presiones unilaterales.

Esta reivindicación no es únicamente técnica o jurídica. Para Irán, la cuestión nuclear se ha convertido en un símbolo de soberanía nacional y de resistencia frente a décadas de sanciones, amenazas y doble rasero. En ese contexto, la reanudación del diálogo no puede reproducir los errores del pasado. Cualquier entendimiento duradero deberá ofrecer garantías concretas, mecanismos verificables de cumplimiento y, sobre todo, un enfoque que respete la dignidad política y la autonomía estratégica de todas las partes involucradas.

Por Mohsen Khalif