Este análisis es clave para entender las dinámicas que han marcado y seguirán moldeando las relaciones entre ambos países, así como las implicaciones que esto tendrá para la política internacional.
La cultura estratégica proporciona un marco fundamental para analizar las interacciones entre Irán y Estados Unidos, dos actores con enfoques profundamente distintos hacia la política exterior, la seguridad y las relaciones internacionales. Para comprender el comportamiento de ambos países, es necesario examinar sus respectivas culturas estratégicas, que están profundamente influenciadas por sus contextos históricos, ideológicos y geopolíticos.
Cultura estratégica de Irán
- Resistencia y soberanía: La Revolución Islámica de 1979 instauró una política de resistencia frente a lo que Irán considera la opresión y la intervención externa, especialmente por parte de las potencias occidentales. La doctrina de la “resistencia” se ha convertido en un pilar central de la cultura estratégica iraní, impulsando al país a rechazar las influencias extranjeras y consolidar su independencia.
- Proyección de poder regional: Irán ha formulado una política exterior orientada a expandir su influencia en Asia Occidental. Para ello, utiliza tanto recursos diplomáticos como militares, su lucha contra el terrorismo en Irak y Siria demuestra es política.
- Revolución islámica: Irán se presenta como el defensor del islam, desafiando el orden mundial encabezado por potencias “imperialistas” como Estados Unidos. Este enfoque promueve un modelo alternativo al capitalismo y la democracia liberal, buscando establecer un liderazgo regional fundamentado en sus principios ideológicos.
- Diplomacia pragmática: A pesar de la confrontación, Irán ha demostrado ser pragmático en su aproximación diplomática. Ejemplo de ello es el acuerdo nuclear de 2015 con las potencias mundiales, donde Irán mostró flexibilidad para preservar sus intereses nacionales. Así, su cultura estratégica no es exclusivamente confrontativa, sino también adaptable cuando se trata de salvaguardar su soberanía y seguridad.
Cultura estratégica de Estados Unidos
- Hegemonía global y liderazgo: Estados Unidos ha adoptado una política exterior que busca mantener su hegemonía global y consolidar su rol como líder del sistema internacional. La doctrina de “liderazgo mundial” sostiene que Estados Unidos debe ser el principal defensor del orden internacional liberal, promoviendo valores como la democracia, los derechos humanos, la justicia social y el libre comercio. Esta visión se basa en la creencia de que el liderazgo estadounidense es esencial para la estabilidad global y el progreso económico.
- Uso de poder militar: A lo largo de su historia, la estrategia de Estados Unidos ha dependido significativamente de su capacidad militar, lo que le ha permitido garantizar su seguridad, proteger sus intereses estratégicos e intervenir en conflictos internacionales. El poder militar se combina con un enfoque de disuasión nuclear, cuyo objetivo es prevenir amenazas a su soberanía y la de sus aliados. Este enfoque ha dado lugar a agresiones militares en diversas regiones, como Asia Occidental, Afganistán y la península de Corea.
- Unipolaridad y diplomacia: Tras el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos consolidó su posición como la única superpotencia en un sistema internacional unipolar. Durante este período, ha buscado extender su influencia y reforzar su liderazgo mundial mediante la diplomacia, las sanciones económicas, las alianzas estratégicas y la cooperación en organizaciones multilaterales como la ONU, la OTAN y la OMC. La diplomacia estadounidense ha sido una herramienta clave para consolidar su poder y proteger sus intereses globales.
- Enfoque ideológico y promoción de valores: Desde su fundación, Estados Unidos ha promovido activamente la expansión de la democracia liberal, el capitalismo y los derechos individuales, considerando que estos valores son universales y deben ser adoptados por otros países para garantizar la paz y la prosperidad global. A lo largo del siglo XX y XXI, Estados Unidos ha utilizado su influencia para fomentar la adopción de modelos democráticos, tanto a través de la diplomacia como de la intervención directa, en muchas regiones del mundo.
Considerando las diferencias entre las culturas estratégicas de Irán y Estados Unidos, es posible entender cómo, de manera general, este último clasifica a los países en dos categorías principales: los percibe como “estados clientes” o como “enemigos”. En este marco, los países son vistos bien como aliados y amigos de Estados Unidos, o bien se encuentran en una categoría en la que no existe una interacción significativa, llegando incluso a ser ignorados por Washington. Desde la perspectiva de la política exterior estadounidense, los países se alinean con los intereses nacionales de Estados Unidos, o bien se oponen a ellos. Una tercera opción en las relaciones exteriores de Estados Unidos es, por lo general, una excepción rara.
Excepcionalismo de Irán y Estados Unidos
Estados Unidos, basado en las características sociales, económicas, institucionales y políticas que definen su sociedad, se percibe como una nación superior. Esta percepción ha consolidado su rol como potencia internacional, respaldado por la creencia en una misión histórica única que justifica su intervención global para promover sus valores y principios.
Por su parte, la excepcionalidad de la República Islámica de Irán se fundamenta en dos fuentes identitarias clave: el Islam y el nacionalismo iraní. De hecho, en las últimas décadas, los líderes iraníes han asumido que el país debe brindar apoyo tanto a los musulmanes como a los pueblos no musulmanes que sufren opresión y colonialismo, interpretando su misión como una cruzada por la justicia y la soberanía de los pueblos.
La importancia estratégica de Irán para Estados Unidos
Dicho esto, resulta fundamental profundizar en cómo Estados Unidos percibe a Irán desde un punto de vista geopolítico. Desde esta perspectiva, Irán posee características que lo convierten en un país de crucial importancia estratégica para Washington. Su ubicación geoestratégica, con fronteras clave en una de las regiones más disputadas del mundo, junto a sus vastos recursos naturales, especialmente petróleo y gas, han atraído la atención constante de Estados Unidos. La ubicación de Irán en Asia Occidental, una zona considerada de gran relevancia en el escenario internacional, refuerza aún más su centralidad en los cálculos estratégicos de Estados Unidos.
Irán no solo comparte frontera con Rusia, uno de los principales competidores geopolíticos de Estados Unidos, sino que también se encuentra en el centro de una de las zonas más conflictivas y disputadas del planeta. Además, su tamaño y abundancia de recursos naturales, que incluyen importantes yacimientos de petróleo y gas, consolidan aún más su relevancia dentro del tablero geopolítico global.
Desde esta óptica, Estados Unidos anticipa que Irán actúe en consonancia con sus propios intereses nacionales. En este contexto, Washington le asigna el rol de “estado cliente”, es decir, espera que Irán ponga a disposición tanto sus recursos naturales como su ubicación estratégica para respaldar los intereses de Estados Unidos. En caso de que Irán rechace este papel, como ha sucedido, será visto como un “enemigo”, lo que marcaría un giro significativo en las relaciones bilaterales.
Un análisis de las estrategias de seguridad de Estados Unidos en las últimas décadas revela que el ascenso del país como actor internacional se ha basado en la hegemonía indiscutible de Washington en el continente americano. Según esta visión, “Estados Unidos debe impedir que un estado logre la posición de hegemonía en otras regiones y, a través de la creación de un balance de poder entre las potencias regionales, debe enfocar sus esfuerzos en equilibrar el poder entre ellas”. Este principio se ha mantenido como uno de los pilares de la política exterior estadounidense.
En contraste, los líderes de Irán, respaldados por su ubicación geográfica, su población, los recursos materiales de poder y, en última instancia, los cimientos de poder blando como el nacionalismo y el chiísmo, consideran que alcanzar la posición de poder dominante en el Golfo Pérsico es un destino inevitable para la República Islámica de Irán.
A esto se suma una diferencia clave para comprender el comportamiento de ambas naciones: mientras que Estados Unidos, para alcanzar sus objetivos, no duda en recurrir al uso de la fuerza cuando lo considera necesario, adoptando un enfoque ofensivo en su cultura estratégica, Irán, por su parte, se caracteriza principalmente por un enfoque defensivo, centrado en la disuasión.
CONCLUSIÓN
La incapacidad de Estados Unidos para doblegar la voluntad política de la República Islámica ha llevado a que los planes de retirada de la región y el enfoque hacia Asia oriental avancen a un ritmo extremadamente lento. La principal razón de este retraso radica en la negativa estadounidense a aceptar la posición estratégica de Irán y la insistencia en debilitar al país. Este asunto resulta inaceptable para Washington, que considera que no puede abandonar la región sin antes debilitar a Irán y al Eje de la Resistencia.
En términos políticos, la propia existencia de la República Islámica representa un modelo que desafía la voluntad hegemónica de Estados Unidos, lo que la convierte en una amenaza para el sistema liberal.
Es por esta razón que cualquier administración estadounidense, independientemente de su color político, verá a Irán desde la óptica de “estado enemigo”. Esto no implica que no se puedan alcanzar acuerdos diplomáticos puntuales, como sucedió durante la administración de Obama con el acuerdo nuclear de 2015, pero sigue siendo una relación definida por la desconfianza y la rivalidad.
De manera particular, el regreso de Trump a la Casa Blanca probablemente traerá consigo la reimposición de la llamada estrategia de “máxima presión” contra Irán, así como el intento de expandir el alcance de los acuerdos de normalización entre los países árabes e Israel. Sin embargo, estos dos movimientos no deben ser vistos como una excepcionalidad en las relaciones de Trump con Irán, sino como parte de lo que se puede denominar “la estrategia de larga duración” de Estados Unidos para contener y debilitar a la República Islámica.