Un fenómeno cuyas causas son múltiples y complejas, que ha teñido de sangre la historia republicana del país.
Los acuerdos de paz firmados a lo largo de las épocas dejaron las cosas incómodas sin resolver. El Estado nunca le hizo frente a lo esencial. La secuela inmediata ha sido la aniquilación de las contrapartes, y el consiguiente estallido de nuevas luchas y venganzas.
En el fondo del asunto, yacen siglos de negación, manipulación e injusticias sociales, a cargo de una dirigencia excluyente y particularmente agresiva, tal vez, como ninguna otra en América Latina.
Un poder que, además, se mantiene y crece a partir de un Estado configurado al antojo, y mediante la instauración de sucesivas “dictaduras constitucionales” (*).
Antes que una naturaleza nacional proclive a la violencia, como algunos señalan no sin cierta intencionalidad perversa, se trata de una condición de marginalidad impuesta, por las buenas o las malas, desde arriba.
Lejos de ser el potrero en el que pastan buenos salvajes, Colombia tampoco es el infierno en el que cincuenta millones de pecadores se torturan unos a otros, día tras día, por los siglos de los siglos.
La demostración es que cada tanto, como el ave fénix de las cenizas, la esperanza popular renace de entre la sangre derramada. Gustavo Petro y Francia Márquez, a nombre del Pacto Histórico, son una concreción de esa esperanza que siempre reverdece.
Ambos, junto a una confluencia de jóvenes, movimientos sociales y muchas fuerzas marginales, podrán, al fin, volver de carne y hueso el espejismo ancestral de la emancipación.
Para un país que lo máximo que ha conquistado en doscientos años es una especie de libertad condicional, sometido a la observancia de una conducta (que es sujeción) impuesta por las élites, la coyuntura actual tiene una trascendencia extraordinaria.
GUSTAVO
Entrevisté a Gustavo Petro hace más de cuatro años y medio, para Colombia de cara a la paz, la serie producida por HispanTV sobre los acuerdos de paz firmados durante el Gobierno de Juan Manuel Santos con la guerrilla de las FARC.
Aunque la entrevista estaba programada para media hora de duración, hablamos durante casi dos. No solo de paz, sino de varios otros aspectos de la realidad nacional y regional, algunos apenas esbozados en el material emitido, pese a que, en vez de un programa, produjimos dos.
En un país en el que la guerra es cotidiana, la paz es una cuestión transversal, que le atañe al tema que toque y a todo alrededor, por su presencia, pero, sobre todo, por su ausencia.
He vuelto a mirar la entrevista. Petro comenzaba entonces su segundo intento para llegar a la presidencia. Contrasta su sosiego con el ajetreo posterior, y mucho más con el tráfago inimaginable de la campaña reciente, de siete meses sin tregua.
Me sorprende, también, la emoción que lo imbuye al abordar ciertos temas, coherentes con el programa de Gobierno del presente. Ahí yacen varios de los fundamentos de Colombia, potencia mundial de la vida.
La paz del país no es un empeño accesorio, y las transformaciones necesarias para alcanzarla, económicas, políticas, sociales, culturales, son condiciones obligadas para potenciar la vida.
Colombia, ha expresado el nuevo presidente, debe ser un espacio pensado para la paz, como lo ordena la Constitución de 1991. Del mismo modo que, según sus palabras, América Latina debe serlo en el planeta tierra.
Por algo, la paz constituye el primer eje de su Gobierno. “Hacer viable un gran pacto social”, que cumpla en serio con los principios consagrados en la carga magna.
Resucitar el Acuerdo Final de Paz con las FARC, el cual, tras años de incumplimiento estatal, yace al fondo de la sepultura. Proseguir el diálogo con el ELN, y facilitar el sometimiento a la justicia ordinaria de organizaciones como el Clan del Golfo y demás bandas criminales.
Dos elementos claves en el camino indicado, pero insuficientes. Porque, Petro lo ha dicho, la paz es la garantía de los derechos de todos.
Un ámbito en el que queda bastante por hacer en la mitad del territorio nacional, y se adeuda todo en la Colombia profunda, o sea, en el medio país que resta. Y que con todos y cada uno de sus nadies, a partir de ahora, deberá sumar.
PETRO
Hablar de la inteligencia de Petro, que, incluso, le reconocen los opositores y los medios hostiles, es un lugar común. No lo es tanto aludir a su notoria característica de recobrar el pasado con sumo detalle.
En sus intervenciones, en general, refiere el suceso vivido, el asunto conocido o la enseñanza aprendida, al igual que el autor o el párrafo leído, con absoluta precisión.
Tal característica, a mi parecer, sencilla en el procedimiento, pero de resultados complejos y sorprendentes, radica en que cada experiencia es identificada en función del porvenir.
Son las metas que, paso a paso, van variando del sueño a la materialización, de modo semejante a como el sometimiento de la población colombiana mudó en confianza en sí misma y en el propio futuro.
La particular convergencia de una aspiración personal con una improrrogable reivindicación social, han sido determinantes en el liderazgo de Gustavo Petro y Francia Márquez, y lo serán para la construcción de un mañana distinto.
Nuevo Gobierno
Faltan, quizás, muchas preguntas en aquella entrevista informal realizada a Gustavo Petro a finales de octubre de 2017. Sin embargo, estoy seguro de que no sobra ninguna de sus respuestas.
Ojalá, algún día, recupere el disco estropeado en el que está la grabación original completa. De lo contrario, me quedará la duda de qué fue lo descartado en la edición de los programas, por razones de tiempo y temáticas de la serie.
De lo que sí tengo plena certeza es de que en las dos partes de la entrevista que acompañan estas notas figuran claves importantes para interpretar mejor al Gobierno que ahora empieza en Colombia.
Por: Juan Alberto Sánchez Marín (dxmedio.com)
Nota:
(*) "Colombia vive una dictadura constitucional", afirmación de Federico Estrada Vélez, político y magistrado asesinado por el Cartel de Medellín. El Espectador, Bogotá, 3 de agosto de 1979.