El mundo vuelve a ser testigo de una nueva serie de cruce de acusaciones entre Washington y Caracas a causa de la fallida incursión marítima militar que se produjo en la madrugada del 3 de mayo desde las costas nororientales de Colombia en contra de la integridad fronteriza de su vecino Venezuela.
Todo comenzó cuando el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, informó de la detención de un grupo de mercenarios que pretendían desembarcar en las playas de un pueblo costero del estado Aragua (norte) para desarrollar un complot terrorista dirigido a desestabilizar al Gobierno venezolano.
El mandatario venezolano llegó a asegurar que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) había frustrado una nueva acción terrorista que llevaba estampado el sello inconfundible de EE.UU. y marcado por el apoyo de los opositores golpistas, liderados por Juan Guaidó, que tenía como meta desestabilizar a su Ejecutivo mediante su asesinato.
No pasó mucho tiempo de este pronunciamiento inculpatorio para que el presidente de EE.UU., Donald Trump, saliera a desmentirlo alegando que su país no tenía ninguna vinculación con esta operación militar. Si eso no fuera suficiente, su secretario de Estado, Make Pompeo, dijo que todo este asunto se trata de una simple propaganda ilusoria y calumniosa de las autoridades venezolanas lanzadas en contra de Washington y, por ende, no merece detenerse y considerarlo mucho, puesto que “Maduro y sus socios son bien conocidos por sus constantes manifestaciones engañosas sobre lo que ocurre en Venezuela”.
No hace falta ser un experto para darse cuenta de que Trump y Pompeo están faltando a la verdad a la hora de decir que Washington no tiene nada que ver con esta nueva intentona golpista contra Maduro, ya que en toda la historia de EE.UU., no ha habido un Gobierno más mentiroso y engañoso que la actual Administración de Donald Trump.
Con un simple vistazo a los informes estadísticos publicados en los medios de comunicación estadounidenses, uno puede observar las veces que este Ejecutivo ha tenido que recurrir a las mentiras para salir del paso por sus sinfines de medidas hostiles e impopulares ante la opinión pública tanto a nivel nacional como internacional.
En cuanto al asunto de Venezuela, a nadie se le escapa el hecho de que, desde que Trump llegara al poder allá en enero de 2017, el hostigamiento de Washington en contra de Caracas se ha agravado a unos niveles nunca vistos hasta la fecha, cuyos halcones de la Casa Blanca en su intento de someter como fuera a las autoridades venezolanas a su antojo no han dudado en patrocinar e instigar tramas conspiratorias con apoyo de algunas fracciones opositoras más reaccionarias de la derecha venezolana.
Entre estas tramas, cabe mencionar la autoproclamación de hace más de un año del jefe de la Asamblea Nacional (AN), Juan Guaidó, como el “presidente interino”, quien se prestó a llevar a un buen puerto los designios imperiales de EE.UU. dentro de las fronteras venezolanas.
Este líder opositor con apoyo financiero de Washington comenzó con su red de colaboradores y mercenarios a urdir una serie de complot para interrumpir el normal funcionamiento constitucional del país buscando el tan anhelado derrocamiento de Maduro y, entre estas, hubo varios golpes militares fallidos.
Desde entonces y cada vez que se registraba una nueva intentona golpista contra el Ejecutivo venezolano, cuyo desarrollo señalaba la Casa Blanca como el centro de operaciones, el Gobierno estadounidense se apresuraba a desmentir que estuviera detrás de tales acciones desestabilizadoras, por más que hubiera por medio pruebas que contradecían tales alegaciones.
Así pues y mientras en estos últimos días Caracas viene presentando pruebas irrefutables de que los estadounidenses han estado detrás de esta última intentona de socavar la seguridad y la estabilidad dentro de las fronteras venezolanas, la maquinaria propagandística de Washington está tratando de esquivar una vez más su vinculación con estos actos terroristas que se nutren desde el territorio colombiano.
Empero, en esta ocasión, va ser muy difícil para los funcionarios de la Casa Blanca eludir su responsabilidad de haber ingeniado este complot, puesto que los pasaportes estadounidenses y otras tarjetas de identificación pertenecientes a Airan Berry y Luke Denman, quienes lideraban a ese grupo de mercenarios capturados en las aguas cercanas a las costas del estado Aragua, hablan por sí solos de la evidente vinculación de Washington con esta trama desestabilizadora.
De hecho, Denman tras su detención afirmó que recibía órdenes de Jordan Goudreau, un veterano militar estadounidense que dirige la empresa de seguridad Silvercorp, con sede en Florida (EE.UU.), quien lideraba la misión llamada “Operación Gedeón” que tenía como objetivo ejecutar un golpe de Estado en Venezuela y secuestrar a Maduro.
Esta revelación sumada a que Goudreau, quien además ha fungido como el guardaespaldas del presidente Trump, ha declarado recientemente que ha estado entrenando en Colombia a un grupo de mercenarios opuestos a Maduro.
Tampoco hay que olvidar que desde un tiempo atrás las autoridades estadounidenses vienen advirtiendo de un posible desarrollo de una operación militar a gran escala sobre Venezuela, y ahora con la captura de Berry y Denman, quienes han estado desempeñando funciones como parte del Ejército estadounidense, en Irak y Afganistán, no es nada descabellado pensar que el Departamento de Defensa de EE.UU. (el Pentágono) haya iniciado la referida intervención imperialista, eso sí, en varias fases.
Con todo lo expuesto, queda claro que los estadounidenses al no poder asimilar el duro revés que les supone a sus intereses geoestratégicos regionales la soberanía y la independencia emprendida por las autoridades venezolanas desde hace más de dos décadas, liderada por el ya fallecido Hugo Chávez, respecto a los dictados hegemónicos de Washington, se han visto obligados a recurrir a estas artimañas que hasta el momento no le ha aportado muchos benéficos tal y como se esperaba desde el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Los estadounidenses son expertos en tramar conspiraciones contra todo aquel gobierno y nación que ose desafiar sus intereses geoestratégicos y comerciales en cualquier región de nuestro planeta sin importarle en lo mínimo las consecuencias de sus artimañas planeadas e impuestas sobre la población de estos territorios que quieren ser soberanos e independientes de las garras imperiales de las superpotencias mundiales, como lo es Estados Unidos.
Con el pretexto de “defender” los derechos humanos, la democracia y la libertad, Washington no duda en usar todo su poderío, sea militar o económico, para intervenir a una nación que se atreve a dejarle claro que quiere ser un pueblo libre de su yugo imperial.
De eso es bien consiente el pueblo persa que ha sufrido en sus propias carnes varias embestidas de Washington, como cuando en 1953, los iraníes experimentaron el amargo sabor de la caída del Gobierno popular del primer ministro iraní, Mohamad Mosadeq, en un golpe de Estado que volvió a restablecer a la monarquía dictatorial de Mohamdreza Pahlavi, quien perduró en el trono hasta su derrota por la victoria de la Revolución Islámica de 1979.
Unas injerencias que han continuado, incluso luego de haber transcurrido más de cuatro décadas de la victoria de la Revolución Islámica, y que se han traducido en una política de “máxima presión” de EE.UU. por medio de una serie de sanciones ilegales impuestas contra los iraníes después de haberse retirado Washington de forma unilateral del acuerdo nuclear firmado en 2015 por Teherán y el Grupo 5+1 (entonces formado por EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania), y toda esta argucia para intentar forzar nuevas negociaciones sobre el programa nuclear persa.
El mundo no puede olvidarse de las guerras e invasiones de EE.UU. sobre Corea, Vietnam, Irak, Afganistán o los golpes militares en América Latina, como Cuba, México, Puerto Rico, Honduras y Nicaragua, en los que los militares estadounidenses han tenido un papel tristemente destacado.
Por lo tanto, ante este nuevo episodio de pronunciamientos intercambiados entre Washington y Caracas entorno a la fallida incursión marítima militar está claro que la balanza del peso de la verdad recae sobre el lado venezolano.
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