El pasado 8 de enero, Irán atacó con decenas de misiles tierra-tierra la base Ain Al-Asad en Irak, ocupada por el “Ejército terrorista y agresor” de Estados Unidos en Irak, en represalia por el asesinato por EE.UU. del teniente general Qasem Soleimani, comandante de Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán, que acaeció la madrugada del 3 de enero en Bagdad (capital iraquí).
La represalia iraní se produjo después de que EE.UU. pusiera sus tropas y su sistema de defensa aérea en alerta máxima, pese a todo, no logró interceptar ni un solo misil iraní, de acuerdo con fuentes iraquíes.
Tras el ataque de de Irán, el presidente estadounidense, Donald Trump, dijo que “todo estaba bien” y que ninguno de sus soldados había sufrido daño alguno.
El Departamento de Defensa de EE.UU. (el Pentágono), no obstante, anunció el 16 de enero que 11 soldados norteamericanos habían sido trasladados fuera del territorio iraquí para recibir tratamiento, como consecuencia del impacto de 13 misiles balísticos iraníes contra el mencionado recinto militar norteamericano.
La cifra se elevó después a “un mayor número de soldados heridos”, luego a 34, 50 y el jueves, los funcionarios de Defensa estadounidenses indicaron que la cifra subía a 64. Sin embargo, el 22 de enero, Trump defendió su postura anterior y dijo que había escuchado que sus tropas solo tenían meros dolores de cabeza.
El pueblo y los diplomáticos estadounidenses estallaron en cólera. La organización de Veteranos de Guerras Extranjeras (VFW, por sus siglas en inglés) pidió a Trump que se disculpe por minimizar los traumatismos craneoencefálicos (TBI) sufridos por los militares estadounidenses.
Asimismo, el precandidato demócrata a la Presidencia de EE.UU. Joseph Biden criticó el proceder de Trump, tachando de “repugnante” la decisión del mandatario de tratar de encubrir las lesiones de las fuerzas estadounidenses.
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