Publicada: viernes, 21 de marzo de 2025 9:45

Mientras aumentan las tensiones entre Estados Unidos y Ansarolá en Yemen, Donald Trump ha advertido que Irán será responsable de cualquier nuevo ataque y enfrentará "graves" consecuencias.

Por Xavier Villar

Trump calificó a Ansarolá como "criminales demoníacos" que operan en Yemen y aseguró que son "odiados" por la población. Además, afirmó que Irán es la verdadera fuente de los cientos de ataques perpetrados en la región.

El presidente republicano acusó a Irán de proporcionar armas, dinero, equipos militares avanzados y apoyo de inteligencia a Ansarolá, asegurando que Teherán dicta cada uno de sus movimientos.

El análisis sobre el grupo yemení Ansarolá –conocido en Occidente como los hutíes– y sus relaciones con la República Islámica suele quedar atrapado en el discurso político del llamado sponsor-proxy, el mismo empleado por el presidente Donald Trump. Dicho discurso niega la autonomía del movimiento yemení al presentarlo como una mera "herramienta en manos de Irán".

Este artículo busca examinar los factores que han impulsado el acercamiento político entre Irán y Ansarolá, desafiando la extendida idea de que su alianza se basa fundamentalmente en una relación militar. De hecho, esta interpretación se inscribe dentro de la mencionada doctrina sponsor-proxy, que concibe a Irán como un Estado que instrumentaliza su poder para controlar a un grupo subordinado. Sin embargo, esta categoría de análisis es prescriptiva y responde a una determinada visión política de la realidad, por lo que no puede considerarse neutral ni meramente descriptiva.

La tesis de este artículo es que la relación entre la República Islámica y Ansarolá no debe entenderse en términos de subordinación militar, sino como una convergencia política basada en una visión revolucionaria del Islam como lenguaje político. En este marco, Irán se percibe a sí mismo como defensor de las naciones oprimidas, una identidad que resuena con la lucha de Ansarolá en Yemen.

El análisis dominante sobre Ansarolá suele centrarse en su identidad religiosa, destacando su origen zaidí –una rama del chiismo– como clave para explicar su relación con Irán. Este enfoque ignora la dimensión política del grupo y su rechazo a la influencia saudí en Yemen, que responde más a una percepción de injusticia y opresión que a un conflicto meramente sectario. Esta oposición, arraigada en principios políticos con fundamentos islámicos, llevó a los levantamientos contra el gobierno entre 2004 y 2010 y a su participación en la revuelta de 2011, que culminó con la salida de Ali Abdullah Saleh del poder.

La imposición de Abdrabbuh Mansur Hadi como sucesor, con el respaldo de Arabia Saudí, fue rechazada por Ansarolá, lo que desencadenó una guerra civil aún sin resolver. Desde 2015, el grupo controla la capital, Sana’a, y amplias zonas del país, adoptando una postura abiertamente hostil hacia la presencia occidental en la región, especialmente contra Estados Unidos e Israel. Su apoyo a la causa palestina –clave en su reciente actividad en el Mar Rojo– se enmarca en una tradición yemení de oposición al colonialismo. Desde la huelga antisionista en Adén en 1947 hasta las acciones militares de la República Democrática Popular del Yemen contra Israel en los años 70, la cuestión palestina ha sido un eje central en la política exterior del país.

Tras el inicio de la guerra civil, las alianzas se han reconfigurado: mientras los sectores pro-saudíes mantienen lazos con la Autoridad Palestina, Ansarolá ha estrechado su relación con grupos de la Resistencia como HAMAS y la Yihad Islámica. Esta alineación, más que un simple cálculo estratégico, responde a una identidad política construida en oposición a enemigos comunes. Como señala Barnett, la política exterior de los actores –estatales o no– se define en función de la distinción entre aliados y adversarios, y en este caso, la identificación con la lucha palestina refuerza los vínculos entre Ansarolá e Irán.

Para comprender la relación entre Ansarolá e Irán es fundamental analizar sus identidades políticas. En el caso de la República Islámica, su visión se articula en torno a dos ejes: su naturaleza revolucionaria. La caída del Sha en 1979 consolidó una ideología antiimperialista que considera la resistencia a las potencias hegemónicas como una obligación política y existencial.

El islamismo iraní se basa en la unidad del Islam, superando las divisiones sectarias bajo la doctrina de la visión post-mazabi, y en la construcción de una sociedad justa, entendida como un horizonte ético que exige una lucha constante contra la opresión.

Por su parte, la identidad de Ansarolá no puede reducirse a un marco tribal o sectario, una visión de origen colonial que ignora sus dimensiones políticas. El grupo yemení reivindica una "identidad árabe" mediada por un discurso de resistencia que, al igual que Irán, interpreta el Islam como un lenguaje de resistencia frente al colonialismo y la intervención extranjera.

Desde los años 90, Ansarolá ha mostrado afinidad con la doctrina de la Wilayat e Faqih, aunque mantiene independencia en su agenda. Tras el 11-S, su discurso se alineó aún más con el antiimperialismo, como evidenció Seyed Hussein al-Houthi en 2001 al señalar a EE.UU. como el "principal enemigo del pueblo yemení".

Pese a esta coincidencia ideológica, la relación entre ambos actores no se ajusta al modelo sponsor-proxy. Más que una relación de subordinación, el vínculo entre Ansarolá e Irán se inscribe en la lógica del Eje de Resistencia: una alianza con un discurso común basado en el antiimperialismo, la oposición a la hegemonía occidental y un marco de referencia islámico. Interpretaciones que reducen esta relación a factores materiales ignoran la complejidad de una afinidad ideológica con margen para diferencias estratégicas.