El reciente aumento de operaciones de grupos terroristas como Al-Qaeda y Daesh en el Sahel plantea dos preguntas clave: si esto indica un regreso sostenido de la violencia y si la estacionalidad de estos ataques se debe a factores locales o a posibles influencias externas de Occidente, que podrían estar manipulando esta violencia con fines geopolíticos.
Un ejemplo reciente del resurgimiento de los ataques terroristas en el Sahel es el atentado en Chad a finales de octubre de 2024, donde 40 soldados fueron asesinados en una base militar cerca de la cuenca del Lago Chad, en la frontera con Nigeria y Níger. Este ataque es uno de los más mortales en Chad en lo que va de año.
Mientras en Malí, el ejército ha intensificado sus operaciones en el norte y centro del país contra Al-Qaeda, informando la muerte de unos 40 terroristas en Nampala, cerca de la frontera con Mauritania. Esto ocurrió poco después de un ataque sin precedentes en el Aeropuerto Internacional de Bamako, donde más de 70 soldados murieron.
Desde 2017, los atentados terroristas en el Sahel, especialmente en Burkina Faso, Malí y el oeste de Níger, se han multiplicado por siete, convirtiendo la región en un foco de inestabilidad y competencia entre potencias globales.
El Índice Global del Terrorismo 2024 señala que cinco países africanos estuvieron entre los diez más afectados por el terrorismo en 2023, siendo el Sahel Central una de las áreas más amenazadas. Además de todo eso, operan en la zona grupos armados no yihadistas, como el Movimiento Árabe y el Movimiento Nacional de Liberación de Azawad, que buscan crear un estado tuareg en el norte de Malí.
Un informe de la ONU de febrero de 2024 alertó sobre un repunte de estos ataques, con miles de combatientes de Al-Qaeda y Daesh dispersos en el Sahel y el Cuerno de África. Este incremento también está relacionado con cambios en las relaciones internacionales, como el distanciamiento de Burkina Faso, Malí y Níger de sus alianzas con potencias occidentales y su acercamiento a Rusia y China, especialmente tras la creación de la Alianza del Sahel en 2023.
El aumento “estacional” de los ataques terroristas en el Sahel parece estar vinculado a la reorganización de las relaciones de estos países con Estados Unidos. Al parecer, Washington aprovecha la vulnerabilidad interna y el repunte de los ataques para justificar su presencia militar en África, buscando asegurar acceso a recursos y control de seguridad e inteligencia. Esto revela una relación oculta: a medida que disminuye la presencia estadounidense, aumentan los ataques terroristas, y viceversa.
Presionar a los países africanos
EE.UU. parece estar utilizando el aumento de los ataques terroristas en África como una herramienta de presión sobre países que se acercan a potencias como Rusia y China. Este enfoque vincula el incremento de los atentados con el distanciamiento de estos países de Washington y su cambio de alianzas. En algunos casos, esta tensión ha provocado la expulsión de tropas estadounidenses.
Para justificar su presencia militar en África, EE. UU. ha implementado diversas estrategias, como el envío de fuerzas especiales a Benín y Costa de Marfil el 11 de septiembre de 2024, e intentos de reabrir bases en Chad. El general retirado Mark Hicks destacó la importancia de reposicionar tropas en la costa africana tras la pérdida de influencia en Níger.
Otro ejemplo de esta estrategia ocurrió el 2 de noviembre de 2024, cuando el director de la CIA, William Burns, visitó Somalia en secreto para fortalecer la cooperación en inteligencia y lucha antiterrorista en el Cuerno de África. El aumento de ataques terroristas parece desgastar la capacidad de defensa de los países afectados, lo que facilita la intervención militar extranjera y el incremento del gasto en armamento, especialmente de EE. UU., con la justificación de que estos gobiernos no pueden garantizar la seguridad interna.
Competencia por el Sahel
El aumento de los ataques terroristas y su distribución geográfica también están estrechamente relacionados con la creciente competencia por la influencia en África entre potencias como Rusia y China, por un lado, y Estados Unidos y Francia, por otro. De hecho, el aumento de las tensiones entre estas potencias se ha visto reflejado en el incremento de los ataques terroristas en la región.
Níger ofrece un ejemplo claro de cómo la competencia internacional se ha traducido en un aumento de los ataques. La salida de Estados Unidos y la entrada de Rusia se ha reflejado en un repunte de los ataques terroristas en el país, especialmente después de que Moscú anunciara su intención de desplegar las fuerzas de la “legión africana”. En paralelo, en países como Níger, Malí y Burkina Faso, Washington ha iniciado conversaciones con Ghana, Togo, Costa de Marfil y Benín para firmar acuerdos de seguridad que permitan la construcción de bases para drones estadounidenses, bajo el pretexto de combatir el terrorismo. Un escenario similar ocurrió con Nigeria, cuando la administración del presidente Joe Biden aprobó en abril de 2022 la venta de helicópteros de combate avanzados por un valor de casi mil millones de dólares.
A pesar de los esfuerzos por combatir a los grupos armados, algunos de estos países han optado por aumentar su gasto militar en lugar de centrarse en el desarrollo económico y político. Un ejemplo de esto es el caso de Níger, que, el 7 de noviembre de 2024, renovó su flota aérea con la compra de aviones de combate a Italia para hacer frente a Boko Haram, cuyos ataques se han intensificado considerablemente en 2024.
Este patrón de utilizar el aumento de los ataques terroristas como una justificación para reforzar la presencia militar en África es cada vez más evidente. Estados Unidos parece estar manejando la inestabilidad de la región como una oportunidad para reestructurar su influencia en el continente, con el pretexto de combatir el terrorismo, al mismo tiempo que se asegura el acceso a recursos estratégicos y refuerza su control sobre los países que se alinean con sus intereses geopolíticos.
mkh