En octubre de 2019, los manifestantes comenzaron a exigir una reforma completa del sistema político cuando la economía comenzó a estancarse. Desde entonces, la crisis económica de El Líbano se ha visto agravada por la pandemia del nuevo coronavirus, causante de la COVID-19, y la masiva explosión ocurrida, en agosto, en el puerto de Beirut.
La devastadora explosión, que muchos atribuyeron a la negligencia del Gobierno, provocó la dimisión del sucesor de Hariri, Hasan Diab. El hombre nominado para reemplazarlo, Mustafá Adib, renunció el mes pasado después de no obtener el suficiente apoyo para formar un gabinete.
Eso asestó un golpe a la iniciativa francesa, que requiere que los políticos libaneses implementen reformas urgentes a cambio de recibir miles de millones de dólares de ayuda internacional.
Nada más ser elegido premier del país, Hariri prometió que formaría un gabinete de expertos para lidiar con la profunda crisis económica del país. En declaraciones a los periodistas el jueves, Hariri dijo que su gobierno tendrá como misión “promulgar las reformas económicas y financieras” establecidas en el plan francés.
Saad Hariri recibió el respaldo de su propio partido, Movimiento Futuro, dirigido por musulmanes suníes, así como del partido chií Amal, de Nabih Berri, y del Partido Socialista Progresista, del líder druso, Walid Yumblatt.
El Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) declinó nominar a un candidato, pero dijo que “mantendría el clima positivo”. Los legisladores de los dos principales bloques cristianos, el Movimiento Patriótico Libre, dirigido por Gebran Bassil, y el partido Fuerzas Libanesas, de Samir Geagea, también se abstuvieron.
Si Hariri logra formar un gobierno, y eso está lejos de ser un hecho, se desempeñará como primer ministro de El Líbano por tercera vez. Los desafíos que enfrenta son enormes y la comunidad internacional ha dicho en repetidas ocasiones que no brindará asistencia a menos que los líderes del país realicen una reforma fundamental del sistema, cosa que en El Líbano actual parece muy difícil de materializar.
¿Cómo comenzó la crisis en El Líbano?
Durante el anterior mandato de Hariri, la economía libanesa comenzó a colapsar. Este país vio caer su crecimiento a cero y su moneda perdió valor ante el dólar estadounidense. El desempleo y la pobreza también aumentaron, hechos que provocaron la ira del pueblo ante la incapacidad del Gobierno de proporcionar, ni siquiera, servicios básicos.
Las protestas, que finalmente obligaron a Hariri a renunciar, estallaron después de que su Gabinete propusiera un impuesto a las llamadas de voz a través de los servicios de mensajería, como WhatsApp, para ayudar a recaudar ingresos.
Los disturbios derivaron rápidamente en una revuelta nacional contra una élite política a la que muchos libaneses han acusado, durante largo tiempo, de corrupción, mala gestión y negligencia.
Una de las demandas clave de los manifestantes era la creación de un gobierno que estuviera conformado por tecnócratas independientes. Sin embargo, el poder en El Líbano se basa, en gran medida, en los intereses sectarios. El Líbano reconoce oficialmente a 18 comunidades religiosas: cuatro musulmanas, 12 cristianas, la secta drusa y el judaísmo.
Conforme a un acuerdo que data de 1943, el presidente, el jefe del Parlamento y el premier de El Líbano se dividen entre las tres comunidades más grandes —cristiana maronita, musulmana chií y musulmana suní, respectivamente—.
Los 128 escaños del Parlamento también se dividen en partes iguales entre cristianos y musulmanes.
Por esas razones, algunos países llevan años tratando de pescar en un río revuelto para sacar adelante sus agendas en este país.
Desafíos de Hariri
Poco después de que Saad Hariri abandonara el poder en El Líbano en octubre del año pasado, este confiaba en que el Parlamento se vería obligado a reformar un nuevo Gobierno aceptando sus condiciones. No obstante, tal deseo no se materializó. Incluso, ahora, Hariri hace frente a una serie de desafíos de los que es sumamente consciente.
Los patrocinadores extranjeros de Hariri, Francia y Estados Unidos, tienen prioridades diferentes. París quiere que el nuevo gobierno defienda reformas que cumplan con los criterios de la “Iniciativa francesa”.
Por otro lado, Estados Unidos y Arabia Saudí están más enfocados en aumentar la presión sobre Hezbolá y esperan que Hariri adopte una postura más dura contra la Resistencia libanesa y reduzca el papel de este movimiento en el próximo gabinete, incluso si eso requiriese que la crisis continuara y, en consecuencia, se destruyera El Líbano.
El día de que Hariri fue designado como primer ministro de El Líbano, Washington impuso sanciones contra dos funcionarios de Hezbolá. Por lo tanto, las disimilitudes en los planes de sus aliados extranjeros son un gran desafío para Hariri.
Además, la formación de un gabinete en El Líbano puede llevar meses, puesto que los ministerios se dividen tradicionalmente entre las diferentes facciones políticas y religiosas.
El exministro libanés de Relaciones Exteriores y jefe del Movimiento Nacional Libre, Yebran Basil, ha enfatizado que el próximo gabinete debe estar formado por tecnócratas e independientes, pero Hariri no es independiente.
El proceso tomó más de ocho meses cuando Hariri fue nombrado primer ministro la última vez, una cuestión que podría acabar con la paciencia de los manifestantes insatisfechos con el regreso de Hariri, ya que su gobierno tiene que abordar una larga lista de problemas: la crisis bancaria, el colapso de la moneda, el aumento de la pobreza y la agobiante deuda pública.
Por esas razones, los analistas políticos esperan que las protestas regresen a las calles del país después del nombramiento de Hariri, porque su retorno a la escena política significa dar marcha atrás y volver al statu quo que causó la situación económica en la que se encuentra El Líbano.
Por Mohsen Khalif Zade