“Estamos observando la situación muy fuertemente. Tenemos buenas relaciones en esa área, veremos si podemos detenerlo”, afirmó el domingo el mandatario norteamericano, Donald Trump, sobre la reciente escalada entre Armenia y Azerbaiyán en la disputada región de Nagorno Karabaj, donde, en la misma jornada, se produjeron enfrentamientos armados entre las fuerzas de ambos países.
El Departamento de Estado de Estados Unidos (el Pentágono), a su vez, emitió un comunicado, en el que, contrariamente, dice: “la participación en la escalada de violencia por parte de partes externas sería profundamente inútil y sólo exacerbaría las tensiones regionales”.
El texto, sin embargo, urgió a las partes a que trabajen con los copresidentes del Grupo de Minsk, es decir: EE.UU., Francia y Rusia, “para volver a las negociaciones lo antes posible”. Precisa, igualmente, que Washington, como Copresidente del Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), sigue comprometido a ayudar a las partes a lograr una solución pacífica y sostenible del conflicto.
Según las declaraciones de las cúpulas militares de los Armenia y Azerbaiyán, ambas partes ya han perdido varios equipos. Además, desde Bakú han aseverado que hay muertos entre la población civil, sin precisar su número exacto.
Tras estos hechos, tanto el premier armenio, Nikol Pashinián, como Arayik Harutyunyan, presidente de la República de Nagorno Karabaj, declararon el estado de guerra y la movilización general de todos los varones mayores de 18 años.
El Parlamento de Azerbaiyán, a su vez, también dictó el estado de guerra en varias regiones del país y anunció la introducción del toque de queda en Bakú (capital), Ganca, Yevlax, Goygol y otras varias ciudades.
Azerbaiyán y Armenia mantienen hostilidades desde el conflicto Nagorno Karabaj, en 1988, cuando este enclave, de población mayoritariamente armenia y con apoyo del Gobierno armenio, decidió independizarse de la entonces República Socialista Soviética de Azerbaiyán.
En 1994, un alto el fuego puso fin al conflicto bélico —con un saldo de 30 000 muertos—, pero no resolvió el problema, por lo que, desde entonces, es frecuente que se registren escaramuzas en la frontera.
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