Publicada: martes, 12 de noviembre de 2024 18:02

Pocas figuras encarnan de forma tan clara el enfoque pomposo, condescendiente y agresivo de Occidente al analizar la situación en Asia Occidental —y en particular en Irán— como el columnista y exmilitar británico Richard Kemp.

Por: Xavier Villar

Antes de hacerse con una columna semanal en The Telegraph, desde la que lanza diatribas antiraníes, Kemp sirvió como comandante de infantería y estuvo destinado en Afganistán, donde lideró la llamada Operación Fingal entre julio y noviembre de 2003. Su experiencia en ese país, tras retirarse del servicio, se convirtió en el eje de su carrera pública. Junto al periodista Chris Hughes, publicó Attack State Red, un relato detallado de su campaña en territorio afgano.

Además, Richard Kemp es director de los Amigos del Reino Unido de la Asociación para el Bienestar de los Soldados de Israel (UK-AWIS), la filial británica de AWIS. Esta organización israelí, dirigida por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y encabezada por el general Yoram Yair, se dedica a brindar apoyo y recursos a soldados israelíes y sus familias.

En su última columna de opinión, publicada el 9 de noviembre bajo el título “Irán quiere la guerra con Estados Unidos”, Richard Kemp sostiene que la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses representa la peor “pesadilla para Irán”. Sin ofrecer mayores justificaciones, Kemp afirma que durante la administración de Joe Biden, Irán se habría beneficiado económicamente de una política de “apaciguamiento” por parte del presidente estadounidense, lo que habría fortalecido su posición política en la escena internacional.

En su artículo, Kemp enumera una serie de supuestas concesiones de la administración demócrata a la República Islámica, sin ofrecer un análisis profundo, para concluir que, bajo la presidencia de Trump, la postura de Estados Unidos será radicalmente distinta. Incluso sugiere que, independientemente de las medidas que Trump pueda tomar directamente contra Irán, será crucial que elimine todas las “restricciones” que Biden habría impuesto sobre Israel.

Es difícil tomar en serio tales declaraciones. Ningún observador mínimamente informado podría afirmar sin ruborizarse que la administración Biden ha impuesto restricciones a Israel en absoluto. Basta con mirar la situación en Gaza, donde no solo se ha brindado apoyo a Israel, sino que Estados Unidos ha respaldado activamente su accionar militar. Lo mismo ocurre con la campaña actual en el Líbano, donde las autoridades estadounidenses mantienen el mismo respaldo incondicional.

Kemp podría argumentar que su referencia a las “restricciones” se refiere exclusivamente a las limitaciones en el contexto de Irán, sugiriendo que, con Trump, Israel tendría vía libre para actuar como desee frente a la República Islámica. Sin embargo, esta interpretación obvia una realidad crucial: Israel no se ha contenido debido a presiones estadounidenses, sino a su propia evaluación del riesgo que implicaría un conflicto directo con Irán. Un enfrentamiento de ese tipo supondría para Israel un costo inmenso, tanto en términos materiales como humanos, incluso con el respaldo total de Estados Unidos.

En otras palabras, Israel no ha ejercido contención porque Estados Unidos se lo haya exigido, aunque es cierto que Washington ha intentado evitar que el conflicto escale de forma directa. En realidad, Israel ha evaluado que un ataque a infraestructuras clave de Irán, como sus instalaciones nucleares o petrolíferas, provocaría una respuesta iraní de tal magnitud que sería insostenible, especialmente en un momento en el que su estrategia de ocupación en el norte del Líbano muestra cada vez más grietas.

En su papel de hooligan proisraelí, Kemp llega incluso a abordar el tema de los rehenes capturados por HAMAS durante la operación “Tormenta de Al-Aqsa”, sugiriendo que Trump habría dado un ultimátum al grupo palestino para que libere a los rehenes antes de su toma de posesión en dos meses. Pero el aspecto crucial que Kemp omite es el absoluto desprecio mostrado por el propio gobierno israelí hacia la vida de estos rehenes y las reivindicaciones de sus familiares.

De acuerdo con información publicada en medios israelíes, el gobierno de Netanyahu considera que la situación de los cautivos “se resolverá de manera natural y trágica” y planea utilizar sus muertes como un nuevo pretexto para una ocupación permanente de Gaza y el establecimiento de asentamientos judíos en la región. En otras palabras, los rehenes han sido siempre una simple excusa para continuar con la ocupación colonial de Gaza.

Por último, y como no podía ser de otra manera, el comandante convertido en articulista aprovecha el supuesto intento de asesinato de Donald Trump por parte de Irán para justificar un ataque, afirmando en su artículo que “la intención de Irán de asesinar a Donald Trump constituye un casus belli, lo que demanda la eliminación del régimen iraní”. Sin embargo, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Seyed Abás Araqchi, ironizó sobre esta historia en un mensaje en la red social X (anteriormente Twitter), señalando que nadie en su sano juicio podría creer que un presunto asesino esté en Irán y, al mismo tiempo, mantenga comunicación directa con el FBI.

Este tipo de noticias no busca otra cosa que seguir fabricando una cadena de equivalencias en la que el significante “Irán” se asocie de inmediato con términos como “terrorismo” o “desestabilización”. Se trata, en suma, de una construcción discursiva diseñada para proyectar la imagen de un Irán como un Estado “desobediente” que, por tanto, merece ser disciplinado a cualquier precio.

Un aspecto no menos relevante es el perfil del autor del artículo: como ya se ha señalado, Richard Kemp es un alto mando militar británico en la reserva. En Occidente, cada vez es más común que militares, ya sean activos o retirados, aparezcan en los medios de comunicación presentados como “expertos en cuestiones políticas y geopolíticas”, mientras que las voces de otros especialistas apenas ocupan un espacio marginal. No se incluye aquí, claro está, a los “informantes nativos”, cuya función en los medios parece limitarse a reafirmar la narrativa ya establecida por Occidente.

Que el autor de un artículo titulado “Irán quiere la guerra con Estados Unidos” sea un exmilitar que lideró un batallón de infantería en Afganistán y que, además, preside una asociación de amistad con Israel directamente vinculada al ministerio de asuntos militares, es un hecho con un claro significado político. La narrativa que promueve se construye no solo en torno a su experiencia militar, sino también en consonancia con una agenda absolutamente antiraní.