Tras asumir el poder en 2016, Trump reconfiguró drásticamente las relaciones entre Washington y Teherán: retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear (JCPOA), impuso severas sanciones económicas sobre Irán y ordenó el asesinato del general Qasem Soleimani en Irak, llevando a ambos países al borde del conflicto.
Muchos analistas consideran que Irán podría enfrentarse nuevamente a un escenario similar al de esos años críticos. Ante este panorama, Teherán redobla sus esfuerzos para definir una estrategia de política exterior que le permita encarar el posible retorno de Trump con una perspectiva renovada.
No obstante, más allá de la preparación iraní para esta etapa, la gran pregunta es: ¿será este el mismo Trump de hace unos años? ¿Mantendrá su política exterior intacta? Y, en última instancia, ¿cuáles serán los principios y métodos que guiarán su diplomacia en esta nueva fase?
Para responder a estas cuestiones, primero es fundamental entender el “método” que define la diplomacia de Trump. Este análisis previo es necesario para abordar adecuadamente las preguntas que se plantean sobre el futuro de las relaciones internacionales bajo su posible segundo mandato.
El presidente electo de Estados Unidos, durante su primer mandato, reemplazó el “multilateralismo” y la “integración” por una política de “bilateralismo”. En lugar de priorizar alianzas globales y marcos multilaterales como la OTAN, las Naciones Unidas o los acuerdos económicos transatlánticos, Trump optó por involucrar a Estados Unidos en conversaciones políticas y económicas independientes. Este enfoque respondía a su lema de “América Primero”, que ya se había dejado claro en su primer mandato. En esa etapa, Trump debilitó la OTAN y, en lugar de ver a los países europeos o del Golfo Pérsico como aliados estratégicos, los consideró principalmente como socios económicos.
En esa etapa, Trump condujo al país a retirarse de importantes acuerdos internacionales, inició una guerra comercial con China, mantuvo enfrentamientos verbales con sus aliados y entabló negociaciones complejas con varios de los rivales y enemigos de Estados Unidos. En su última campaña electoral, Trump prometió continuar sus esfuerzos para modificar significativamente, e incluso bloquear, acuerdos internacionales, incluido el pacto de seguridad de la OTAN, lo que, según algunos expertos, podría debilitar de manera fundamental la posición de Estados Unidos en el orden mundial.
Entre las posiciones anunciadas por Trump en política exterior, su plan de política comercial proteccionista probablemente será la que cause el daño más inmediato a los estadounidenses. El aumento de los aranceles propuestos podría desencadenar una guerra comercial mundial y elevar los precios para los consumidores en Estados Unidos. A largo plazo, sus ideas sobre el papel de Estados Unidos en los asuntos internacionales podrían socavar la diplomacia estadounidense y debilitar instituciones que han sido fundamentales para apuntalar la hegemonía estadounidense, como la OTAN y las Naciones Unidas. Estas decisiones podrían tener efectos duraderos sobre el panorama geopolítico, de manera similar a las acciones emprendidas durante su primer mandato.
Trump también retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el clima, un pacto global que comprometía a todos los firmantes a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Otras pérdidas diplomáticas durante su mandato incluyen la salida del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), un acuerdo de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia que limitaba el desarrollo de armas nucleares de alcance corto y medio.
Respecto a la región y, en particular, a Irán, se espera que la administración Trump busque poner fin a las campañas militares activas israelíes en Gaza y Líbano. Sin embargo, esto no implica que Trump y su equipo busquen necesariamente un acuerdo beneficioso para los palestinos o los libaneses.
Según expertos en política internacional, como Mehdi Janalizade, es muy probable que, en su segundo mandato, Trump se enfoque en fortalecer los llamados Acuerdos de Abraham, una serie de acuerdos de normalización entre Israel y varios países árabes.
Por su parte, Ghassan Jatib, analista político palestino, considera que Trump probablemente continuará apoyando a Netanyahu en sus enfrentamientos en Gaza, Líbano y posiblemente en Siria, sin permitirle entrar en una guerra a gran escala contra Irán.
En este contexto, Netanyahu podría intensificar las acciones contra Irán, creyendo que es el momento perfecto para hacerlo. Sin embargo, los iraníes también podrían decidir que ha llegado el momento de responder a Israel. Una forma de convencer a Trump de que un conflicto directo con la República Islámica no es fácil sería enviar un mensaje contundente, posiblemente en el marco de una operación como la operación “Verdadera Promesa III”.
Por el momento, el primer nombramiento de Trump ha sido el de Brian Hook, una figura belicista de su primera administración, que previamente sirvió bajo George W. Bush. Hook ha recibido aparentemente la tarea de comenzar a reclutar personal para el Departamento de Estado en esta nueva etapa.
Hook, quien fue Representante Especial de EE.UU. para Irán y asesor del secretario de Estado Mike Pompeo durante los últimos dos años de la presidencia de Trump, desempeñó un papel clave en un período marcado por el asesinato del general iraní Qasem Soleimani y la expansión de sanciones devastadoras, diseñadas para provocar un cambio de régimen en Irán.
Aún es pronto para saber cómo será el segundo mandato de Trump en lo que respecta a su política exterior y, en particular, a su visión sobre Irán. Tanto el presidente electo como su vicepresidente, JD Vance, han declarado que una guerra con Irán no es del interés de Estados Unidos. Sin embargo, sus continuos cambios de política, así como el nombramiento de Brian Hook, un declarado partidario de un conflicto abierto con Irán, hacen que cualquier opción sea posible en el futuro.