El pasado fin de semana, con la ayuda de un especialista en georradares, la cruda verdad de los hallazgos preliminares salió a la luz: la confirmación de los restos de 215 niños que fueron estudiantes de la escuela residencial indígena de Kamloops.
El descubrimiento ha conmovido a todo Canadá, entre ellos, el premier Justin Trudeau, que lo tachó de desgarrador.
El cuestionado internado fue inaugurado en 1890 y estuvo operativo hasta 1978. Fue una de las 139 instituciones de este tipo, que eran gestionadas por la Iglesia católica en nombre del Gobierno nacional, desde 1840 hasta 1990.
Unos 150 mil niños indígenas fueron reclutados en estas escuelas a la fuerza, siendo apartados de sus familias, lengua y cultura. El objetivo era convertirlos por la fuerza al cristianismo. Muchos fueron sometidos a malos tratos, abusos sexuales, desnutrición y otras atrocidades.
Al menos 3 mil 200 murieron, según las conclusiones de una comisión nacional de investigación, que en 2015, tras seis años de pesquisas, definió los sucesos como genocidio cultural.
En 2019, el mismo premier canadiense reconoció que el daño infligido a los pueblos indígenas en Canadá equivalía a un “genocidio”.
Eso tras publicarse un informe sobre las mujeres y niñas indígenas desaparecidas y asesinadas. Según el estudio, las mujeres y niñas indígenas constituyeron casi el 25 por ciento de todas las mujeres víctimas de homicidio en este país entre 2001 y 2015.
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