Publicada: miércoles, 4 de diciembre de 2024 4:43
Actualizada: miércoles, 4 de diciembre de 2024 5:19

Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las regiones estratégicas del mundo se han visto atrapadas en un fenómeno denominado “guerras tácticas”.

Por Xavier Villar

Estas contiendas no buscan una victoria definitiva, sino crear un estado de inestabilidad e incertidumbre en zonas clave para los intereses globales de Estados Unidos.

El lema “América Primero”, que ha sido central en la agenda de Trump, solo puede materializarse si Washington logra mantener su hegemonía sobre las principales áreas geográficas estratégicas. Sin embargo, esta dominancia solo es posible si se garantiza algo esencial: una presencia militar activa y sostenida en dichas regiones.

En estos territorios sensibles, Estados Unidos enfrenta una creciente resistencia tanto de gobiernos locales como de movimientos populares que exigen la retirada de sus tropas. Si Washington cediera a estas demandas y abandonara Afganistán, Irak, Siria o el Golfo Pérsico; renunciara a su intervención en Ucrania y el Cáucaso bajo el pretexto de la OTAN; o redujera sus actividades en el Mar de China, correría el riesgo de convertirse en una potencia más, incapaz de mantener su supremacía global.

Para evitar este declive, Estados Unidos considera imperativo mantener su presencia en estas regiones estratégicas. Su despliegue militar continuo, aunque costoso y a menudo impopular, es visto como el único medio para garantizar su posición como potencia dominante en un mundo cada vez más competitivo.

Como explica el diplomático iraní Mohammad Rasul Musavi, la estrategia para preservar la presencia militar de Estados Unidos se basa en avivar las llamadas “guerras tácticas”. Estas guerras no buscan una resolución definitiva, sino prolongar el conflicto. Por un lado, debilitan a los países involucrados; por otro, permiten a Estados Unidos justificar e imponer su presencia en esas regiones.

Musavi interpreta el resurgimiento del conflicto en Siria como una clara manifestación del enfoque estratégico de Estados Unidos. En el contexto actual, se puede observar cómo Washington intenta consolidar su presencia en la región. A pesar de evitar asumir responsabilidad por la guerra liderada por los yihadistas respaldados por Turquía, Estados Unidos insiste en que la solución al conflicto pasa irremediablemente por su presencia militar en Siria, una presencia que, sin el conflicto como pretexto, resultaría difícil de justificar.

Además, existe una evidente contradicción en la postura de Estados Unidos. En la ofensiva actual contra el gobierno de Bashar al-Asad, las unidades principales que combaten junto a las fuerzas anti-Asad pertenecen mayoritariamente a Hay'at Tahrir al-Sham (HTS). Este grupo, que se separó de Al-Qaeda en 2016, ha mantenido una fuerte presencia en Siria.

Desde 2018, el Departamento de Estado de Estados Unidos designó a HTS como una organización terrorista extranjera.

HTS sigue siendo un actor central en el conflicto sirio, especialmente en las regiones de Alepo y Hama. El grupo está encabezado por Abu Muhammad al-Jolani, quien anteriormente lideró el Frente Nusra, la filial de Al-Qaeda en Siria. En 2016, al-Jolani declaró la separación de HTS de Al-Qaeda, alegando un distanciamiento de la red terrorista global. Sin embargo, sus vínculos con Al-Qaeda siguen siendo una carga que persiste en la atención internacional. Estados Unidos, por ejemplo, sigue ofreciendo una recompensa de 10 millones de dólares por la captura de al-Jolani, lo que refleja la desconfianza hacia el grupo y su ideología.

De manera general, Siria es un escenario donde convergen diversos intereses geopolíticos. En el caso de Turquía, la posible caída de Bashar al-Asad tendría importantes implicaciones estratégicas. A través de sus grupos aliados en Siria, como el autodenominado Ejército Nacional Sirio y HTS, Turquía podría consolidar y expandir significativamente su poder e influencia en un territorio que formó parte del Imperio Otomano desde 1516 hasta 1918.

La retirada de Rusia, su histórico rival en la región, representaría una victoria política clave para Recep Tayyip Erdogan, al tiempo que constituiría una derrota para Vladimir Putin, debilitando la influencia rusa en Oriente Medio. Además, el debilitamiento o la eliminación de las fuerzas kurdas en Siria, un punto de fricción constante para Ankara, sería uno de los objetivos principales de la estrategia turca.

Por último, una vez que Siria se encontrara “pacificada” por HTS y sus aliados, Erdogan podría aprovechar la situación para facilitar el retorno de los millones de refugiados sirios actualmente en Turquía, presentando la caída de Asad como el fin de la guerra. Esta medida tendría el potencial de aumentar el apoyo al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en futuras elecciones.

La posible caída de Bashar al-Asad tendría consecuencias trascendentales para Rusia, ya que podría redefinir tanto su influencia en Siria como su proyección en Oriente Medio. La pérdida de su principal aliado en Damasco significaría el fin de su influencia política en el país, constituyendo una derrota estratégica que alteraría el equilibrio en la región. Además, Rusia se vería superada por Turquía, que consolidaría su poder e influencia en Siria, lo que daría lugar a una reconfiguración geopolítica en favor de Ankara.

La presencia militar rusa, fundamental para su influencia en Siria, podría verse considerablemente reducida o incluso eliminada, lo que supondría una pérdida significativa de poder en la región. Además, Moscú perdería el control de la base naval de Tartus, una instalación estratégica que mantiene desde 1971, durante la era soviética, y que representa su única base militar permanente en el Mediterráneo. La pérdida de Tartus sería un golpe considerable a la proyección de poder ruso en Oriente Medio.

La posible caída de Bashar al-Asad traería consigo una serie de implicaciones estratégicas para Israel que afectarían directamente su seguridad en la región. Con Siria bajo el control de los yihadistas, Irán se vería incapaz de continuar su ruta de suministro de armas por tierra, desde Irán a través de Irak y Siria hasta su aliado Hezbolá en Líbano. Además, con el aeropuerto de Beirut y los puertos libaneses bajo el control de facto de las fuerzas navales y aéreas israelíes, Hezbolá quedaría sin capacidad para reabastecerse, lo que representaría una victoria estratégica clave para Tel Aviv. Asimismo, la caída de Asad significaría la pérdida para Irán de su acceso a Líbano y Siria, debilitando considerablemente su capacidad para proyectar poder en la región.

Para Irán, la caída de Bashar al-Asad traería consigo una serie de consecuencias devastadoras en términos políticos y estratégicos. En primer lugar, perdería a un aliado clave en la región, lo que representaría un desastre total para Teherán, al desbaratar su influencia en Siria y en el Levante.

La caída de Asad también significaría el cierre de la ruta terrestre que Irán utiliza para rearmar a su aliado Hezbolá en Líbano, dificultando seriamente su capacidad para abastecer y mantener a su proxy en la región.

Además, el ascenso de Turquía como potencia regional sería un golpe a los intereses de Irán, que vería cómo su rival expande su poder mientras su propia presencia política y militar en Siria y Líbano se desmorona. Este escenario resultaría en el debilitamiento de los intereses chiíes en Siria, Líbano e incluso en Irak, alterando el equilibrio regional y minando la influencia iraní en estos países clave.

Finalmente, para Estados Unidos, la caída de Bashar al-Asad tendría implicaciones estratégicas significativas. En primer lugar, significaría la salida de Rusia de Siria, lo que debilitaría considerablemente la influencia de Moscú en la región, reduciendo su proyección de poder en el Medio Oriente.

Además, Estados Unidos lograría una victoria clave al ver caer al gobierno de Asad, considerado uno de los principales aliados de Irán, con quien Washington mantiene una relación de abierta rivalidad. Esto marcaría el fin de una larga lucha para desplazar a un gobierno que ha sido un obstáculo en la política estadounidense en la región, consolidando la influencia de Washington y sus aliados en Siria y el Levante.