Por: Xavier Villar
En los últimos meses, a raíz del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, se ha hablado mucho de un acercamiento similar entre la República Islámica y Egipto. De producirse este acercamiento diplomático, se pondría fin a más de 40 años de ausencia de relaciones entre ambos países. Por lo tanto, el objetivo de este artículo es explicar las relaciones entre estos dos países y las posibles repercusiones políticas y geopolíticas del mismo.
Relaciones entre ambos países hasta 1979
Las relaciones entre ambos países han pasado por diferentes fases a lo largo del tiempo. En 1952, después de la revolución que derrocó a la monarquía del Rey Farouk, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser estableció una alianza con la Unión Soviética. Esta decisión fue considerada como una amenaza por parte de la monarquía Pahlavi iraní, que mantenía estrechos vínculos políticos, diplomáticos y económicos con Estados Unidos y la Entidad Sionista. Como resultado, las relaciones diplomáticas entre El Cairo y Teherán se interrumpieron en 1960 y no se restablecieron hasta 1970, unos meses antes del fallecimiento de Nasser.
Con la llegada al poder de Anwar Sadat en 1970 y la implementación de su política neo-liberal llamada Infitah -”apertura” en español-, las relaciones entre Egipto y el Irán Pahlavi alcanzaron niveles de colaboración y coordinación sin precedentes.
En los años 70, antes del triunfo de la Revolución Islámica de 1979 en Irán, ambos países compartían una visión política que, en líneas generales, seguía el marco discursivo establecido por la idea de “modernidad occidental”. Este discurso se basaba en la movilización de símbolos, retóricas y narrativas que giraban en torno a la supuesta superioridad de Occidente como ideología. Como señala el historiador indio Dipesh Chakrabarty, “Esta modernidad política no puede concebirse sin invocar ciertas categorías y conceptos cuyas raíces se remontan a las tradiciones intelectuales e incluso teológicas de Europa”. Una de esas categorías, indispensable para comprender el discurso de la modernidad occidental, es la del secularismo entendido como regulación del Islam bajo control del estado.
En el caso de Irán bajo el régimen Pahlavi, el secularismo se expresaba a través de la despolitización del Islam, con el fin de diferenciarse del Islam político de los islamistas, un Islam que ponía en cuestión el status quo político. Por otro lado, en Egipto, se llevaba a cabo la cooptación del Islam por parte del poder para desarticular las críticas provenientes de los grupos islamistas, principalmente de los Hermanos Musulmanes.
En términos geopolíticos, esa visión común se materializó en el reconocimiento de la Entidad Sionista y la firma de los Tratados de Camp David por parte del gobierno de Anwar Sadat en 1978. Desde Irán, este acuerdo, alcanzado bajo la supervisión de Estados Unidos, se percibió como un respaldo a la política pro-occidental de la dinastía Pahlavi, que había estado colaborando con los sionistas durante años. Un ejemplo destacado de esta colaboración fue la creación de los servicios de inteligencia iraníes, conocidos como SAVAK, en 1957, con la asistencia de la CIA estadounidense y el Mossad sionista.
La República Islámica y Egipto
Toda esta afinidad político-idelógica entre El Cairo y Teherán experimentó un cambio drástico en 1979 con el triunfo de la Revolución Islámica, el exilio de Mohammad Reza Pahlavi y el establecimiento de la actual República Islámica. Con la llegada al poder del fundador de la República Islámica de Irán, el Imam Jomeini (P), Egipto decidió romper todas las relaciones políticas y económicas con la nueva república islámica, materializando esta ruptura en 1980. En marzo de ese mismo año, el gobierno de Sadat concedió asilo al depuesto Shah, quien padecía un cáncer terminal y fallecería pocos meses después. Este gesto fue interpretado por la República Islámica como un insulto al pueblo iraní y a las nuevas autoridades del país.
Como era previsible, Jomeini rechazó los Acuerdos de Camp David, acusando a Egipto de haber traicionado a los palestinos. En relación a este tema, resulta interesante recordar que ya en 1964 Jomeini fue obligado a exiliarse de Irán después de pronunciar un discurso público en el que criticó de manera contundente las relaciones entre la dinastía Pahlavi e Israel.
El distanciamiento entre El Cairo y Teherán se hizo notable durante la década de los años 80. Cuando estalló la guerra entre Irak e Irán en septiembre de 1980, una guerra que comenzó cuando las tropas de Sadam Husein invadieron territorio iraní, Egipto, al igual que la mayoría de países árabes y occidentales, apoyó a Irak. Este respaldo a Saddam Hussein se mantuvo a lo largo de toda la guerra, hasta su finalización en 1988, ya durante el mandato de Hosni Mubarak, quien asumió el cargo tras el asesinato de Sadat en 1981.
Fue en 1991, durante la presidencia de Ali Akbar Hashemi Rafsanjani cuando ambos países volvieron a restablecer las relaciones, aunque de forma limitada, centrándose principalmente en intercambios comerciales y sin apertura de embajadas.
Las relaciones entre Teherán y El Cairo continuaron experimentando una mejora durante la administración iraní liderada por el presidente Mohamed Khatami. En 2001, por ejemplo, tuvo lugar una reunión entre el presidente Mubarak y el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Kamal Khazarri, que supuso el primer encuentro de alto nivel entre ambos países desde 1979. Entre 2006 y 2008, se realizaron varias visitas de altos representantes iraníes a Egipto, como la del presidente del Parlamento, Qolam Ali Haddad Adel.
En 2008, con Ahmadinejad ya como presidente, Irán ofreció un acuerdo diplomático a Egipto en el cual se comprometía a reabrir su embajada si El Cairo aceptaba hacer lo mismo en Teherán. Sin embargo, en ese momento, y bajo presiones de Arabia Saudí y Estados Unidos, el presidente Mubarak rechazó el acuerdo diplomático argumentando que el programa nuclear iraní constituía un obstáculo insalvable para el restablecimiento de relaciones.
Las autoridades iraníes consideraron la Revolución egipcia de 2011, que resultó en el derrocamiento de Hosni Mubarak, la convocatoria de elecciones y la victoria de Mohamed Morsi, como una oportunidad para lograr el restablecimiento completo de relaciones diplomáticas. El presidente Ahmadinejad incluso realizó una visita a Egipto, lo que simbolizó el inicio de una nueva relación entre ambos países.
Es importante detenerse, aunque brevemente, en las relaciones entre los Hermanos Musulmanes y la República Islámica. A pesar de que los Hermanos Musulmanes son un grupo islamista suní y la República Islámica es una entidad política chií, no se puede entender la relación e influencia mutua a través de un análisis esencialista de estas identidades. En consecuencia, se puede decir que tanto el islamismo iraní como los Hermanos Musulmanes egipcios, son parte de la misma familia política y, como tal, expresan sus acuerdos y desacuerdos dentro de una misma gramática.
El gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto, liderado por Mohammed Morsi, dio pasos significativos hacia una nueva era en las relaciones diplomáticas. Estos avances alcanzaron su punto máximo con la visita de Morsi a Teherán en 2012, siendo la primera visita de un presidente egipcio a Irán desde 1979. A pesar de estos acontecimientos, no se lograron avances efectivos hacia una normalización total de las relaciones. Varios expertos señalan que la razón detrás de esto fue la falta de libertad del gobierno islamista egipcio para llevar a cabo una política exterior independiente y lograr un acuerdo. Arabia Saudí, que mantenía una influencia considerablemente mayor que Irán en el país, continuaba obstaculizando cualquier intento de diálogo político.
La contra-revolución de 2013, que resultó en el golpe de Estado contra Mohammed Morsi y la posterior instauración de un régimen militar liderado por Abdel Fatah al-Sisi, no provocó un cambio significativo en los esfuerzos diplomáticos de ambos países. Desde una perspectiva política, la República Islámica condenó el golpe de estado llevado a cabo por el ejército. Teherán también condenó la masacre perpetrada por el ejército egipcio en agosto de 2013, que resultó en la muerte de más de 1000 personas (según los islamistas, la cifra podría haber superado los 2000), la mayoría de ellas en la mezquita de Rabaa al-Adawiya en El Cairo. Por su parte, desde el lado egipcio se llegó a acusar a Morsi de revelar secretos de estado al Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán.
A pesar de esta enormes diferencias políticas, Irán volvió a demostrar su espíritu de flexibilidad sin abandonar sus principios políticos. Principios que en política exterior podemos resumirlos en cuatro puntos básicos:
-El establecimiento de canales institucionales regionales que promuevan el diálogo y las soluciones diplomáticas a los posibles conflictos.
-El diseño conjunto de objetivos regionales.
-El énfasis en la cooperación regional.
-La reducción de la presencia militar extranjera en la región.
Actual situación política
En los últimos dos años, ha habido una clara mejora en las relaciones entre Irán y Egipto, que no se puede analizar sin tener en cuenta la reciente normalización diplomática entre la República Islámica y Arabia Saudí. Esta normalización ha facilitado, por ejemplo, una disminución de la presión saudí sobre las autoridades egipcias en lo que respecta a las negociaciones directas con los iraníes. En mayo de este año, el Líder de la Revolución Islámica de Irán, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, dio su aprobación, de manera pública, a la restauración de las relaciones diplomáticas con Egipto durante una reunión con el Sultán de Omán en Teherán.
Desde el punto de vista egipcio, esta mejora en las relaciones bilaterales con Irán tiene objetivos geopolíticos claros, entre los que destaca la búsqueda de seguridad en el Canal de Suez y el estrecho de Bab El-Mandeb, que conecta el Mar Rojo con el Golfo de Aden, y que se ha visto afectado por el genocidio en Yemen.
Por su parte, la restauración y normalización de las relaciones con Egipto también tendría importantes beneficios para Irán. En primer lugar, como ya sucedió con el acuerdo diplomático con Arabia Saudí, un acercamiento diplomático con Irán significaría un nuevo fracaso de la estrategia conjunta sionista-estadounidense de aislar a la República Islámica. Y en segundo lugar, abriría el mercado egipcio a las exportaciones iraníes, lo que representaría una oportunidad para expandir el comercio y fortalecer la economía.
En conclusión, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Egipto e Irán tendría unas implicaciones significativas para la región. Sin embargo, es importante reconocer que la disposición de ambos países para abordar los desafíos pendientes aún es incierta, especialmente en el caso de Egipto debido a sus alianzas políticas y estratégicas. Por lo tanto, resulta prematuro predecir el resultado final del actual proceso de negociación entre ambas naciones.
Xavier Villar es Ph.D. en Estudios Islámicos e investigador que reparte su tiempo entre España e Irán.