Por Xavier Villar
Al término de la reunión, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China instó al levantamiento de las sanciones “ilegales y unilaterales” impuestas contra Irán, en un desafío directo a la estrategia de presión de Washington.
El encuentro se produjo en un contexto de renovadas tensiones entre Estados Unidos e Irán, con la Casa Blanca tratando de reactivar un nuevo acuerdo nuclear con Teherán. Pekín, en un movimiento que refuerza su papel como mediador global, expresó su disposición a facilitar el diálogo entre Irán, Rusia y Estados Unidos, subrayando la necesidad de negociaciones basadas en el respeto mutuo. “El diálogo diplomático sigue siendo la única vía eficaz para resolver las diferencias”, declaró Ma Zhaoxu, viceministro de Asuntos Exteriores de China, en una rueda de prensa posterior a la reunión.
En el encuentro participaron los viceministros de Asuntos Exteriores de Irán y Rusia, Kazem Gharibabadi y Sergey Ryabkov. En un comunicado conjunto, los tres países instaron a “abandonar las presiones basadas en sanciones, amenazas y el uso de la fuerza” y defendieron la necesidad de soluciones políticas que aborden las causas fundamentales de las tensiones actuales. Tanto China como Rusia respaldaron a Irán, destacando su “insistencia en el carácter pacífico de su programa nuclear” y su “pleno cumplimiento” de los compromisos establecidos en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y el Acuerdo Integral de Salvaguardias.
Teherán y Moscú, por su parte, elogiaron el “papel constructivo de China” y su “hospitalidad al acoger la reunión en Pekín”. Los tres países reafirmaron su compromiso de mantener consultas periódicas y fortalecer su cooperación en diversos ámbitos. Aunque el programa nuclear iraní y las sanciones centraron la agenda, la declaración conjunta subraya que también se abordaron otras cuestiones regionales e internacionales.
La reunión trilateral se celebró apenas unos días después de una sesión a puerta cerrada en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el programa nuclear iraní, convocada a petición de varias potencias occidentales. Paralelamente, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha expresado su preocupación por el aumento del nivel de enriquecimiento de uranio en Irán hasta el 60 %, un umbral cercano al necesario para la fabricación de armas nucleares.
Los tres países insistieron en la necesidad de respetar la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU, que establece plazos y compromisos sobre el programa nuclear iraní. También reafirmaron la relevancia del TNP como pilar del régimen internacional de no proliferación. Pekín y Moscú acogieron con satisfacción la postura de Irán de que su programa nuclear tiene fines exclusivamente pacíficos y pidieron evitar acciones que obstaculicen el trabajo del OIEA. En el comunicado, insistieron en el derecho de Irán, como Estado miembro del TNP, al uso pacífico de la energía nuclear.
El encuentro trilateral coincidió con unas maniobras militares conjuntas de Irán, China y Rusia en el Golfo de Omán, una señal de la creciente disposición de los tres países a profundizar su cooperación estratégica en distintos ámbitos. Mientras Donald Trump reaviva su política de “presión máxima” contra Irán tras su regreso a la Casa Blanca, Teherán refuerza sus alianzas con sus socios orientales.
El acercamiento entre China, Irán y Rusia ha consolidado un eje estratégico con el potencial de desafiar la posición dominante de Estados Unidos en la región. Esta nueva alianza, cimentada en intereses compartidos en materia nuclear, económica y de seguridad, no solo refleja un cambio en las dinámicas geopolíticas globales, sino que también apunta a una coordinación más estrecha entre las tres potencias frente a la política exterior de Washington.
Pekín, Moscú y Teherán han consolidado en los últimos años su cooperación en diversos frentes: económico, militar y político. Sus relaciones con Occidente, en particular con Washington, han oscilado entre la rivalidad y el conflicto abierto. Sin embargo, los tres países han encontrado un punto de convergencia en su rechazo a la hegemonía estadounidense y su apuesta por un mundo multipolar, libre de las acciones unilaterales de Estados Unidos.
Uno de los principales instrumentos de esta estrategia ha sido el rechazo territorial, una forma de soft balancing que busca reducir o eliminar la presencia militar de una potencia extranjera en una región específica. Esta táctica quedó en evidencia durante la guerra en Siria, cuando Irán, China y Rusia se opusieron a cualquier intervención militar o intento de cambio de régimen en Damasco. Su respaldo al presidente Bashar al-Asad, en un momento en que Washington presionaba para su salida, no solo debilitó la influencia estadounidense en Oriente Próximo, sino que también reforzó el eje de cooperación entre las tres potencias.
Más allá del caso sirio, este patrón de coordinación estratégica se ha replicado en Afganistán tras la retirada estadounidense en agosto de 2021. Desde entonces, Pekín, Moscú y Teherán han celebrado múltiples reuniones sobre la situación en el país, reforzando la idea de un triángulo de poder capaz de contrarrestar la influencia de EE.UU. en Asia Central.
El ámbito económico ha sido otro pilar fundamental de esta alianza. Durante la campaña de "máxima presión" de la administración de Donald Trump, que reinstauró sanciones contra Irán tras la retirada de EE.UU. del acuerdo nuclear (JCPOA), China y Rusia ampliaron su cooperación con Teherán en sectores clave como la energía, la infraestructura, la minería y la agricultura. Estos acuerdos no solo aliviaron el impacto de las restricciones impuestas por Washington, sino que también limitaron su efectividad, desafiando abiertamente el régimen de sanciones.
Para reducir su vulnerabilidad a las medidas económicas de EE.UU., los tres países han intensificado sus esfuerzos por abandonar el dólar en sus intercambios comerciales. Desde 2018, el uso de monedas nacionales ha ganado peso en sus transacciones bilaterales, cubriendo una parte significativa del comercio entre Irán y sus dos principales socios. Esta estrategia no solo mitiga el impacto de las sanciones, sino que también erosiona la supremacía del dólar y los intentos de Washington por aislar a Teherán.
El fortalecimiento de la cooperación económica entre China, Rusia e Irán también se ha extendido al ámbito tecnológico. En un momento de creciente competencia en el sector digital, Irán y Rusia han intensificado su colaboración con China en el desarrollo de redes de telecomunicaciones, integrándose en la infraestructura 5G de Pekín. En un desafío directo a las advertencias de Washington sobre los riesgos de seguridad asociados a las empresas chinas, Teherán y Moscú han eliminado componentes de fabricación estadounidense de sus redes, optando en su lugar por tecnología china.
Esta colaboración no solo refuerza la independencia tecnológica de los tres países, sino que también consolida su estrategia de resistencia frente a las presiones estadounidenses. A medida que su cooperación se amplía, el eje trilateral busca afianzar su influencia en sectores estratégicos como el financiero, el energético y el militar.
El análisis de las iniciativas conjuntas entre China, Rusia e Irán desde 2018 revela un intento coordinado por construir una alternativa al orden global dominado por Estados Unidos. A través de la diplomacia en foros multilaterales, el rechazo territorial y la cooperación económica, estas tres potencias han tratado de contrarrestar las decisiones unilaterales de Washington.
Maniobras militares conjuntas y un desarrollo armamentístico moderado han complementado esta estrategia, aunque sin alcanzar un nivel que sugiera una transición hacia un equilibrio militar más agresivo. Sin embargo, el conflicto en Ucrania y las crecientes tensiones en Asia-Pacífico podrían acelerar esta evolución, configurando un escenario en el que el eje Pekín-Moscú-Teherán se convierta en un desafío estructural para la hegemonía de EE.UU. en Eurasia.