Por: Musa Iqbal *
El acalorado intercambio entre el presidente de EE.UU., Donald Trump, y el presidente de Ucrania, Volodímirr Zelenski, en la Oficina Oval reveló la verdadera naturaleza —y el costo— de ser un supuesto aliado de Washingtn.
La reunión, que tuvo lugar el 28 de febrero, terminó abruptamente con la expulsión del mandatario ucraniano de la Casa Blanca, lo que llevó a la cancelación del almuerzo y la conferencia de prensa conjunta.
En un encuentro transmitido públicamente, se intercambiaron palabras encendidas cuando Trump acusó a Zelenski de “provocar la Tercera Guerra Mundial” y lo responsabilizó por su negativa a llegar a un acuerdo con el presidente ruso, Vladímir Putin.
Zelenski respondió con firmeza, alegando que desde 2014 no se han cumplido garantías de paz reales entre Rusia y Ucrania, y que un alto el fuego forzado sin garantías de seguridad no resolvería el problema para el pueblo ucraniano.
El enfrentamiento verbal escaló cuando el vicepresidente J.D. Vance acusó a Zelenski de llevar a funcionarios de la administración anterior en “giras de propaganda” y de no ser “agradecido” con el apoyo estadounidense.
Trump, crítico del gasto militar de EE.UU. en la guerra de Ucrania, insistió en que Zelenski no está interesado en la paz. Más tarde, publicó en redes sociales que el presidente ucraniano será bienvenido de regreso a la Casa Blanca cuando esté “listo para la paz”.
Zelenski, quien entra en su tercer año de guerra con Rusia tras la “Operación Militar Especial” lanzada por Moscú en 2022, ha estado bajo una intensa presión de Washington para “darle un cierre” al conflicto con rapidez, con el objetivo de salvar vidas y poner fin a la desastrosa guerra orquestada por la OTAN.
Trump ha rechazado por completo la idea de que Ucrania se una a la OTAN, incluso después de un eventual fin de las hostilidades, una promesa que se le hizo a Zelenski durante meses previos a la guerra de 2022.
De hecho, Washington parece estar dispuesto a seguir adelante con o sin Ucrania. Recientemente, se llevaron a cabo negociaciones entre Rusia y Estados Unidos sobre el conflicto en Riad y Turquía, sin que Ucrania fuera invitada a la mesa.
Además, en una resolución de la ONU para condenar la operación militar rusa, Estados Unidos, bajo la administración de Trump, dio un giro de 180 grados respecto a la postura de Biden y votó junto a Rusia en contra de la condena.
Mientras que la administración Biden prometió un apoyo inquebrantable —aunque limitado— a los ucranianos, Trump ha optado por un rumbo distinto, insistiendo en que si Kiev decide continuar el conflicto, no debería esperar un respaldo ilimitado de EE.UU., sino depender de sus aliados europeos.
Esto ha provocado indignación entre los funcionarios europeos, quienes de inmediato publicaron declaraciones en apoyo a Ucrania y en condena a Rusia, mostrando una aparente unidad en su discurso.
El giro de Trump respecto al compromiso de la administración Biden no debería sorprender a nadie. Esta es, en esencia, la naturaleza de la política exterior de Estados Unidos: el amigo de ayer es el enemigo de mañana, el enemigo de hoy es el aliado del futuro, y así sucesivamente.
La humillación pública a la que fue sometido Zelenski debe servir como un recordatorio contundente para quienes observan que puede ser peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser su aliado puede ser fatal—parafraseando al exsecretario de Estado estadounidense y célebre artífice de conflictos, Henry Kissinger.
Las mismas promesas de seguridad y compromiso fueron hechas a Afganistán, poco antes de la infame y desastrosa retirada estadounidense en 2021.
Es el mismo tipo de compromiso que Estados Unidos asumió con una versión temprana del Talibán y Al-Qaeda cuando le convenía debilitar a la Unión Soviética en la década de 1980, solo para enfrentarse a ellos en guerra dos décadas después.
Y, por supuesto, el otrora aliado de Washington, el dictador iraquí Sadam Husein, también cayó víctima de esta maldición cuando Estados Unidos invadió Irak en 2004 para continuar su expolio en Asia Occidental.
Zelenski es la última incorporación a una larga tradición de actores armados y respaldados por Estados Unidos, solo para ser descartados cuando su causa deja de alinearse con los intereses inmediatos de Washington.
También es un error fatal creer que el interés de Trump es la paz, como insisten algunos de sus partidarios.
Lejos de ello. El nuevo alineamiento estratégico no responde a un noble propósito de acabar con las hostilidades, sino a un reposicionamiento para un nuevo conflicto.
Trump busca no solo quebrar las relaciones entre Rusia e Irán, sino también entre Rusia y China. Ha sido extremadamente claro en su oposición al crecimiento de los BRICS y, aún más importante, a la posibilidad de que esta alianza adopte una moneda alternativa que desafíe la hegemonía del dólar estadounidense como divisa de reserva global, un escenario que los capitalistas estadounidenses rechazarían categóricamente.
Los críticos occidentales, en particular aquellos de tendencia liberal y neoconservadora, insisten en que Trump está “entregando” Ucrania a Rusia sin recibir concesiones aparentes.
Pero esto está lejos de la realidad. Es probable que Ucrania esté siendo utilizada como una mera ficha de negociación por Estados Unidos para avanzar en sus intereses en otros frentes, como contra Irán en Asia Occidental y contra China, su principal desafiante económico en la lucha por la hegemonía global.
Detrás de escena, Trump probablemente busca maniobrar para frenar la creciente colaboración entre Rusia, China e Irán.
Zelenski está atrapado en medio de un juego sobre el cual ha tenido poco control desde el principio. Desde el golpe de Maidán de 2014 —un levantamiento patrocinado y orquestado por EE.UU. que destituyó a un gobierno ucraniano neutral en favor de uno alineado con Washington— diferentes funcionarios en la capital estadounidense han tomado las decisiones clave que desembocaron en la guerra de 2022.
Activos de inteligencia de países de la OTAN comenzaron a colaborar con el nuevo régimen, mientras se iniciaban transferencias masivas de armamento al ejército ucraniano, con algunas facciones dirigidas por grupos de extrema derecha y neonazis.
Esta fue una estrategia de largo plazo para provocar a Rusia hasta forzarla a tomar acción militar contra Ucrania, que, bajo la influencia de EE.UU., buscó unirse a la OTAN y albergar misiles estadounidenses en su territorio. La operación militar rusa fue respondida con un régimen de sanciones que prácticamente aisló a Moscú de los mercados occidentales, obligándola a fortalecer sus intercambios con países neutrales.
Con la guerra entrando en su tercer año, EE.UU. apuesta a que Rusia busque cierto alivio económico. A pesar de la expansión de la alianza BRICS, el camino hacia una moneda de reserva respaldada por este bloque es largo y está lleno de obstáculos.
Trump no es menos severo que Biden en la imposición y endurecimiento de sanciones contra Rusia para dejar en claro su postura.
Qué concesiones hará Rusia, si es que hace alguna, está por verse, pero la estrategia de EE.UU. es evidente: utilizar a Ucrania como moneda de cambio para frenar el ascenso de un mundo multipolar o, en su defecto, moldear una multipolaridad que siga favoreciendo a Washington.
Tampoco debe cometerse el error de creer que la administración Biden estaba interesada en —o confiaba en— una victoria ucraniana. La estrategia de Biden consistía en desgastar a Rusia, obligándola a invertir su fuerza militar en Ucrania mientras era golpeada económicamente a través de sanciones y presiones financieras.
Las mismas hostilidades que la administración Trump mantiene contra China e Irán también han estado presentes en el mandato de Biden, aunque con enfoques y estrategias distintas.
La culminación de estos cambios estratégicos e intereses quedó en evidencia con el colapso público entre Zelenski, Vance y Trump.
Mientras los funcionarios europeos buscan rediseñar la estrategia de guerra sin contar con EE.UU., Washington persigue el fin de las hostilidades para concentrarse en otros frentes. La humillación pública que sufrió Zelenski culminó con el lenguaje favorito de Estados Unidos: los ultimátums.
“O cierras un acuerdo, o nos retiramos. Y si nos retiramos, tendrás que pelear solo—y no creo que eso termine bien”, advirtió Trump.
Aún está por verse qué pasos se tomarán para finalmente poner fin a este conflicto. Pero los líderes mundiales deberían tomar nota: al igual que antes, ahora también queda claro que EE.UU. no tiene amigos, solo intereses.
* Musa Iqbal es un investigador y escritor radicado en Boston, especializado en política interna y exterior de EE.UU.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.