Publicada: viernes, 1 de marzo de 2024 19:47
Actualizada: sábado, 2 de marzo de 2024 12:18

La reciente masacre perpetrada por Israel contra la población palestina, ampliamente reconocida como la “matanza de la harina”, puede ser examinada desde diversas perspectivas.

Por: Xavier Villar

Por un lado, se observa una clara intención por parte de las fuerzas de ocupación de Israel de inducir una situación de hambruna entre la población palestina. No resulta descabellado pensar que, dentro de la visión colonial de la Entidad Sionista, se pretenda utilizar el hambre como una herramienta de negociación para presionar a los grupos de resistencia palestinos.

Además, Israel busca utilizar las escenas de “caos” relacionadas con los suministros de alimentos como una justificación para su presencia en la zona. Según la imaginación colonial de Israel, la entrega de ayuda sería una necesidad prioritaria, e Israel sería la única entidad capaz de restaurar la ley y el orden. Esto otorgaría a Israel un control total, ya sea directo o indirecto, sobre una Gaza “indisciplinada” que requiere administración colonial.

La imaginación colonial sionista comprende que su presencia es crucial para controlar, domesticar y disciplinar la lucha anti-colonial, especialmente personificada por HAMAS. Si esta presencia “indisciplinada” no se controla, no solo existe la posibilidad de contaminar al resto de la población nativa ocupada, sino que todo el proyecto sionista corre el riesgo de perecer.

 

La resistencia anticolonial se presenta y se representa como un virus que infecta los cuerpos nativos y provoca una pérdida de control por parte del colonizador. En esta narrativa de autojustificación colonial, se hace necesario que el colonizador controle el espacio y los cuerpos para evitar que la “indisciplina” de los colonizados ponga en riesgo el proyecto político, en este caso, sionista.

La “matanza de la harina”, que dejó al menos 112 palestinos asesinados por las fuerzas de ocupación sionistas, cumple con el doble objetivo sionista: disciplinar a cualquier precio a los “palestinos indisciplinados” y negar su humanidad.

Además de la materialidad de la matanza, lo interesante, desde un punto de vista político, es observar cómo el ejército israelí y la mayoría de los medios de comunicación occidentales presentaron la imagen de un dron para ilustrar el supuesto “caos” creado alrededor de los camiones que distribuían alimentos.

En este sentido, es importante analizar lo que podría denominarse la fenomenología del dron, que básicamente se pregunta: ¿cómo ve un dron? Si bien muchos analistas han comparado la visión del dron con los videojuegos, esta comparación carece de sentido en cierto modo, ya que los videojuegos ofrecen un entorno profundamente inmersivo en el que al menos la vida virtual del jugador está en juego. Lo que caracteriza la visión del dron es precisamente el desapego que genera hacia esas imágenes borrosas que se ven en la pantalla. Este desapego facilita la capacidad de matar porque las imágenes carecen de “cuerpos” que las humanicen.

La distancia física y ética que ofrecen las imágenes de dron utilizadas para ilustrar la matanza son reveladoras de la visión deshumanizadora que Israel tiene de los palestinos. Estas imágenes de dron sirven para crear la sensación de un mundo fantasmal en el que las figuras, en este caso los palestinos, parecen no estar vivas, incluso antes de ser asesinadas.

El dron siempre ofrece una perspectiva única, que refleja la asimetría entre una mirada que no puede ser devuelta. Específicamente, mientras el operador del dron ve pero no escucha, la situación de las personas en el terreno es exactamente la contraria. Dado que la mayoría de los drones pueden volar a una altitud de alrededor de 9,000 metros o más, son en su mayoría invisibles para las personas debajo de ellos. Sin embargo, pueden ser escuchados. En muchos casos, la población palestina describe un zumbido constante en el cielo, una señal clara de que un ataque podría ocurrir en cualquier momento.

La imagen de dron utilizada para “explicar” lo ocurrido en la "matanza de la harina" no da voz a las víctimas, sino que las invisibiliza al convertirlas en figuras borrosas carentes de humanidad. Esta deshumanización, que es el objetivo prioritario de toda la ocupación sionista de Palestina, se basa en una manera específica de entender la categoría de “persona”. Solo un ser que piensa y se comporta de una cierta manera puede ser introducido en el recinto soberano de la personalidad. El sionismo opera como una maquinaria que se fundamenta en la exclusión de todos aquellos seres que no son incluidos en la categoría de “persona”. Esta exclusión implica que todos aquellos identificados como “desobedientes” se convierten en “objetos reemplazables” sin humanidad en sus cuerpos. Estos individuos pueden ser asesinados sin ningún tipo de cuestionamiento ético. En otras palabras, la única forma de apoyar a Israel es creyendo que los palestinos no son seres humanos.

Las imágenes del dron, por tanto, mantienen la mirada hegemónica y exclusiva que incluso niega a las víctimas la capacidad de contar su tragedia. Contada desde arriba, desde una perspectiva de pájaro, la visión es de caos y desorden, sin ningún tipo de contexto político y sin ninguna responsabilidad por parte de los sionistas. Su presencia, a través de esas imágenes, es simplemente la de un “actor desinteresado”, tan distante del suelo que parece no tener responsabilidad alguna en la hambruna y en la matanza subsiguiente.

Si se utilizan las imágenes proporcionadas por el colonizador mediante su control del espacio aéreo palestino, se está consumiendo, consciente o inconscientemente en el mejor de los casos, un discurso sacado directamente de la guía del colonialismo, aquel que dice que el subalterno no puede hablar. Del mismo modo que se entiende la necesidad de dar voz a los y las palestinas para que sean ellos y ellas quienes cuenten su historia de resistencia anti-colonial, es necesario dejar de consumir las imágenes deshumanizadoras producidas por el discurso sionista.

Se puede concluir diciendo que “la matanza de la harina” demuestra, una vez más, cómo la única manera que tiene el sionismo de mantenerse como proyecto político es mediante la combinación de la maquinaria que despliega deshumanización, exclusión y muerte.