Publicada: viernes, 8 de diciembre de 2023 7:24

Las declaraciones del presidente israelí, Isaac Herzog, en la cadena estadounidense MSNBC, donde explicaba que “Esta guerra no es solo un conflicto entre Israel y HAMAS, es una guerra que verdaderamente busca preservar la civilización occidental y sus valores”, resaltan nuevamente la naturaleza colonial de la situación.

Por: Xavier Villar

Cualquier análisis de Palestina debe considerar las dimensiones de la modernidad, el racismo, el capitalismo y, sobre todo, el colonialismo. Todas estas estructuras opresivas funcionan de manera conjunta y son fundamentales para la instauración del llamado colonialismo de asentamiento.

Paralelamente, una de las características políticas fundamentales del colonialismo de asentamiento, tanto en Palestina como en otros lugares, es la creación de la categoría de “indígena”, lo que facilita la identificación del grupo a eliminar y/o desposeer.

Como señaló el intelectual Fayez Sayegh, el colonialismo de asentamiento sionista es “incompatible con la existencia continua de la población nativa”. Todo esto no es posible sin un cambio en el discurso sobre pertenencia, propiedad, entre otros aspectos. En otras palabras, implica una modificación en la articulación discursiva que conlleva la construcción y despliegue de múltiples jerarquías, todas ellas orientadas hacia el objetivo final de eliminar/desposeer a los palestinos, ahora caracterizados como “indígenas”.

Esta reorganización discursiva que implica la instauración de múltiples jerarquías es un ejercicio marcado por la violencia en todas sus manifestaciones. Es por esta razón que la desarticulación de la opresión colonial, o la decolonización, será un proceso igualmente violento. Aquí no solo se trata de la violencia del conflicto armado, sino más bien de la violencia al romper con las jerarquías coloniales y desestabilizar el mundo colonial y sus formas de control y opresión asociadas. Es, en consecuencia, una reestructuración fundamental del mundo.

La resistencia palestina hace precisamente eso: confronta las diversas opresiones impuestas por la ocupación sionista y facilitadas por la estructura del supremacismo blanco. Es precisamente esta lucha la que hace que una supuesta vuelta a un status quo “pre-Colonial” sea considerada insuficiente. Palestina, a través de su resistencia, aboga por un mundo más justo y digno.

Palestina es un símbolo que va más allá de su propia geografía. Conecta las luchas en Kashmir con las luchas contra el supremacismo blanco en Occidente, como el movimiento “Black Lives Matter”, por ejemplo. La existencia de Palestina y su eventual victoria representan el triunfo de las múltiples descolonizaciones que aún deben realizarse.

La conexión entre el movimiento nativo en Estados Unidos y Palestina es un destacado ejemplo de la unión en la lucha contra el colonialismo de asentamiento, que opera como una estructura común de desposesión en ambos lugares.

En ese sentido, es comprensible que haya existido un diálogo continuo entre los pueblos indígenas en América del Norte y los palestinos durante varias décadas. Este intercambio comenzó durante el auge del Movimiento Indio Americano, cuando los activistas indígenas, al igual que sus compañeros de los Panteras Negras, buscaron inspiración y solidaridad en las luchas de liberación a nivel global. En este contexto, Palestina se convirtió en una inspiración política ideal para los oprimidos, no solo en los Estados Unidos, sino también en lugares tan diversos como la Sudáfrica del apartheid o la actual Nigeria.

La solidaridad entre estas diversas ubicaciones geográficas destaca la similitud estructural del colonialismo de asentamiento más allá de las diferentes formas en que esta estructura se manifiesta. Comparar la lucha palestina con la de los pueblos indígenas de América del Norte, por ejemplo, ayuda a comprender las estructuras de poder y dominación compartidas por los estados colonizadores.

En este sentido, se puede destacar que la noción de indigenidad proporciona un marco para reconsiderar el proyecto político palestino, considerando a todos los palestinos como individuos indígenas que enfrentan intentos de borrado. Por otro lado, la indigenidad no debería ser percibida como algo opuesto a la formación de una identidad islámica. Más bien al contrario, Palestina es una causa islámica que demuestra que el islamismo como proyecto político no está en conflicto con la pluralidad.

Desde el movimiento de resistencia palestino, que se manifiesta como un movimiento indígena expresado en el lenguaje del Islam, es posible construir un movimiento de solidaridad con otros pueblos que sufren la misma opresión. En Palestina, considerada como un símbolo político, se generan dos tipos de solidaridad: por un lado, la solidaridad ummática construida en torno al lenguaje del Islam y, por otro lado, una solidaridad “extra-ummática” establecida con aquellos lugares de opresión que expresan sus diferentes resistencias en lenguajes no islámicos.

Se puede afirmar, por tanto, que el triunfo de Palestina en su lucha contra la opresión colonial sionista no solo será beneficioso para los palestinos, sino para todos aquellos pueblos que están sometidos bajo una estructura colonial similar.

Finalmente, las palabras del presidente israelí al inicio del artículo arrojan luz sobre lo explicado, pero en sentido inverso. Al utilizar un lenguaje deshumanizador similar al empleado en otros contextos coloniales, se evidencia la similitud de las luchas que enfrentan la misma estructura colonial y pone el foco en las solidaridades.