La ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, Melanie Joly, también anunció que impondría nuevas sanciones contra 25 personas y 9 entidades iraníes, debido a lo que denominó “medidas represivas y violación de los derechos humanos y el derecho internacional”.
¿Realmente se trata de los derechos humanos o el hecho de que Irán resiste a capitularse ante la hegemonía occidental?
En 1979, la victoria de la Revolución Islámica marcó el fin de la injerencia occidental en Irán. Desde entonces, EE.UU. ha impuesto oleadas de sanciones a las instituciones gubernamentales, los sistemas financieros, las personas, los bancos y las compañías navieras iraníes, entre otros.
Al respecto, para Washington no hubo diferencia entre lo que clasifica como gobiernos “moderados” o “extremistas”. Los trató por igual, ya que se negaron a someterse a la hegemonía estadounidense.
Durante los últimos 43 años, se han hecho varias ofertas occidentales a Irán a través de canales directos e indirectos para abandonar la causa palestina, renunciar a postura hostil hacia el régimen israelí y, en general, poner fin al apoyo a los pueblos oprimidos, débiles y vulnerables en todo el mundo.
A cambio, EE.UU. aseguraría de que Irán siga siendo un aliado de Occidente y controle la región de Asia Occidental, como fue el caso del último rey de Irán, Mohamadreza Pahlaví, apodado el “policía de Oriente Medio” de EE.UU.
La República Islámica rechazó todos esos ofrecimientos, entregó la misión diplomática israelí en Teherán a la Organización para la Liberación de Palestina y dio el nombre de Palestina a la calle que alberga la embajada (Número 347, la calle Palestina) en la capital iraní.
A lo largo de años, algunos gobiernos iraníes, el último presidido por Hasan Rohani, creyeron que EE.UU. o Europa buscaban tener relaciones comerciales, económicas y diplomáticas plenas con Teherán.
Así fue cómo iniciaron los diálogos nucleares y culminaron en el acuerdo de 2015. Sin embargo, sus términos nunca fueron completamente respetados por la administración de Obama (que lo firmó) o por Europa, que retiró su apoyo a Irán inmediatamente después de que Donald Trump rompiera el pacto en 2018.
Irán es el único país en Asia Occidental que no accedió a la hegemonía estadounidense incluso cuando Rusia y China reconocieron el dominio estadounidense desde 1991 hasta 2015, cuando Moscú participó en la guerra de Siria. Irán fue el único país “rebelde” en toda Asia, desafiando a la llamada nación más grande y poderosa del mundo.
El Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, siempre ha mostrado su profunda comprensión del comportamiento occidental poco constructivo hacia Irán y destacó el aprendizaje de una lección crucial: Estados Unidos no dormirá siempre que Irán sea fuerte e Israel tenga miedo de este Irán.
El ayatolá Jamenei nunca creyó que un presidente estadounidense “demócrata” sería mejor que un “republicano” porque el propio Estado de EE.UU. es inmutable en lo profundo. La hostilidad de Estados Unidos hacia Irán se transmite de una administración estadounidense a otra.
Algunos piensan erróneamente que en la Administración de Joe Biden hay los llamados funcionarios “pro-iraníes”, como Robert Malley, el enviado especial para las negociaciones nucleares.
Absolutamente, al contrario, hay una dura tendencia contra Irán, que no se modifica sino que se intensifica. Cuando Rusia desafió el unilateralismo global y anunció que permanecerá “junto a Irán y China frente a la hegemonía estadounidense”, esta tendencia se acentuó.
Bajo el Gobierno de Seyed Ebrahim Raisi, Irán optó por adoptar la “economía de resistencia” y alejarse del comercio y el desarrollo económico promovidos por Occidente (que representa solo el 11 por ciento de la población mundial), acercándose a dos tercios del mundo.
El comportamiento de Europa demostró su falta de disposición para desligarse de la hegemonía estadounidense, donde los líderes europeos han creado una brecha considerable entre sus decisiones y la satisfacción de las necesidades de sus poblaciones.
Las decisiones tomadas por la mayoría de las naciones europeas son incompatibles con el bienestar de la población europea, alimentando la falta de energía doméstica, el aumento de los precios de los productos de primera necesidad y una fuerte inflación debido al boicot al suministro de gas (y próximamente petróleo) de Rusia.
Europa cree que sus problemas son los problemas del mundo y que los problemas del mundo no son sus problemas. Esta teoría se basa en el enfoque colonial que funcionó hace siglos contra una población más débil, pero que ya no es válido en la actualidad.
Por lo tanto, la ira hacia Irán se debe a su resistencia al colonialismo occidental endémico y porque ha decidido construir su economía y defensa lejos de la dependencia occidental.
Por esta razón, el acuerdo nuclear ya no es la máxima prioridad de Teherán, sin que necesariamente se abandone. Sin embargo, está dispuesto a reavivarlo si eso no afecta la seguridad nacional de Irán.
Finalmente, Washington se dio cuenta de lo que estaba en juego y de que estaba lejos de forzar con éxito su sumisión a Irán. Por esta razón, Washington está recurriendo a su pasatiempo favorito, esgrimiendo los “derechos humanos” y la “democracia” como excusa para imponer más sanciones a Irán.
Una carta abierta recibida por el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, en febrero de 2018, le indicó que “Estados Unidos no utiliza las violaciones de los derechos humanos contra sus aliados, sino contra sus enemigos, como Irán, China, Cuba, Rusia y Corea del Norte”.
Además, ante el Congreso estadounidense, el senador Christopher Murphy admitió que su país “dio paso a la violación de los derechos humanos de sus aliados a cambio del suministro continuo de energía para servir los intereses de los Estados Unidos de América”.
Por lo tanto, la narrativa de los “derechos humanos” tiene un significado diferente cuando los EE. UU. la utilizan de manera selectiva: en cambio, se convierte en sinónimo de “cambio de régimen” y “revolución de color” cuando el país en cuestión no se rinde ni sucumbe a las demandas y políticas estadounidenses.
Al igual que los recientes acontecimientos en Irán, las manifestaciones se convierten en “disturbios”, con apuñalamientos de agentes de seguridad, incendio de ambulancias y destrucción de bienes públicos y privados. Sin embargo, en una población de 85 millones, es saludable tener oposición política y críticas contra las políticas o prácticas del gobierno. Ese es el sistema de democracia de la República Islámica de Irán.
Sin embargo, en Irán, las manifestaciones no son tratadas como los manifestantes franceses “Gilets Jaunes”, cuando la práctica policial estaba mucho más allá de cualquier nivel aceptable en una democracia occidental. O incluso a EE.UU., donde al menos 1049 civiles fueron asesinados dentro de las estaciones de policía en el último año.
En Irán, las manifestaciones son recibidas especialmente con los brazos abiertos por los principales medios de comunicación, bajo la influencia de los líderes occidentales, para torcer la reacción de enojo de un grupo de personas en “la voluntad de la población (de hecho, es la voluntad de los EE.UU.) para cambiar el régimen actual”.
Esta no es la primera vez que Irán se enfrenta a la manipulación estadounidense de las airadas manifestaciones callejeras iraníes, y ciertamente no será la última. Por lo tanto, está claro que la hostilidad de Estados Unidos hacia Irán continuará hasta que termine el dominio global de Washington. Este proceso ha comenzado visiblemente en Ucrania.
Además, incluso el reciente intercambio de prisioneros entre Estados Unidos e Irán no tiene nada que ver con un acercamiento entre los dos países. En cambio, fue un éxito para la diplomacia iraní, que aceptó una oferta de EE.UU. para el canje de prisioneros y recuperar el dinero robado en manos de varios países (Corea del Sur y otros), que sucumbieron a las sanciones unilaterales e ilegales de EE.UU.
Estados Unidos y sus aliados no han entendido que la ideología iraní es consistente y sólida. Tampoco se trata del velo o de los derechos de la mujer. Haga lo que haga, Estados Unidos es manifiestamente impotente para doblegar la voluntad iraní y obligar a Irán a arrodillarse: pero no se espera que deje de intentarlo.
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Elijah J. Magnier es un veterano corresponsal de guerra y analista principal de riesgos políticos con décadas de experiencia cubriendo los acontecimientos en la región de Asia Occidental.