Por Xavier Villar
La ceremonia se llevará a cabo el domingo 23 de febrero en la capital libanesa y promete convertirse en una de las mayores concentraciones en la historia del movimiento.
Las calles exhiben un paisaje distinto. Banderas del Líbano y de Hezbolá ondean en distintos puntos de la ciudad, mientras enormes retratos de los líderes fallecidos y otros mártires de la resistencia cubren plazas y fachadas, acompañados de consignas y mensajes de homenaje.
El estadio Camille Chamoun, epicentro de la ceremonia, es un hervidero de actividad. Miles de personas trabajan en los últimos detalles, y la capacidad del recinto ha sido ampliada de 50 000 a 85 000 personas para acoger a la multitud esperada. Además de ciudadanos de diversas regiones del Líbano, han llegado delegaciones de 79 países, según fuentes de Hezbolá. Aquellos que no han podido viajar han enviado mensajes de apoyo desde la distancia.
Nasralá, el arquitecto de la resistencia
Este funeral marca el fin de una era. Hassan Nasralá, quien lideró Hezbolá durante más de tres décadas, no solo fue la cara visible del movimiento, sino también una figura clave en la política regional. Su relación con Irán, consolidada a lo largo de los años, marcó la estrategia del grupo y lo posicionó como un actor determinante en Oriente Medio (Asia Occidental).
Nacido en 1960 en un entorno humilde del este de Beirut, Nasralá creció en una comunidad chií marginada. Desde joven mostró un interés especial por el islam y la política. Su admiración por Musa al-Sadr, fundador del Movimiento de los Desposeídos, fue decisiva para su formación ideológica. Como muchos otros líderes de Hezbolá, Nasralá comenzó su militancia en el movimiento Amal, pero en 1982, tras la invasión israelí del Líbano, rompió con la organización y se sumó a la recién creada resistencia islámica, con el respaldo de Teherán.
A partir de entonces, su carrera política avanzó con rapidez. En 1985 asumió la dirección del Consejo Ejecutivo de Hezbolá y se integró en el Consejo de Shura, el principal órgano de decisión del grupo. Sus constantes viajes a Irán fortalecieron los lazos entre Hezbolá y la República Islámica, una relación que quedó sellada bajo la doctrina de Wilayat al-Faqih, el principio que otorga al Líder de la Revolución Islámica de Irán la máxima autoridad en asuntos político-teológicos.
La resistencia como única opción
El punto de inflexión llegó en 1992. Ese año, Abbas Mussawi, entonces secretario general de Hezbolá, fue asesinado en un ataque aéreo israelí. Nasralá, su mano derecha, asumió el liderazgo del movimiento y endureció su postura frente a Israel. Durante el funeral de Mussawi, pronunció un discurso que definiría el rumbo de la organización: “Continuaremos este camino... incluso si somos martirizados, incluso si nuestras casas son destruidas sobre nuestras cabezas, no abandonaremos la opción de la Resistencia Islámica”.
Desde entonces, su retórica no dejó espacio a la ambigüedad. Bajo su mando, Hezbolá consolidó su estructura militar, expandió su influencia en la política libanesa y reforzó su alianza con Irán. Sus vínculos con Teherán no solo fueron ideológicos, sino también operativos: miembros del movimiento recibieron entrenamiento en Irán, mientras que el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán les proporcionó armamento y apoyo logístico.
Más que un simple aliado de Irán
A pesar de su estrecha relación con Teherán, Hezbolá no fue una simple extensión de la política iraní en la región. La idea de que el movimiento actúa como un proxy sin autonomía propia ha sido criticada tanto desde dentro como desde fuera del Líbano. La conexión entre los chiíes libaneses e Irán se remonta siglos atrás, mucho antes de la creación de Hezbolá en los años 80.
En el siglo XVI, la dinastía safávida atrajo a clérigos chiíes de la región libanesa de Jabal Amil para consolidar el chiismo duodecimano en Irán. En los siglos posteriores, miles de estudiantes libaneses viajaron a Qom para estudiar en seminarios islámicos y formaron lazos familiares y políticos con la comunidad iraní. Esta interconexión se intensificó en el siglo XX, cuando figuras clave como Musa al-Sadr y Mustafa Chamran jugaron un papel fundamental en la reconfiguración del chiismo político en el Líbano.
En los años 70, militantes iraníes exiliados entrenaron junto a combatientes de Amal en campos del sur del Líbano. Durante la guerra Irán-Irak, voluntarios libaneses combatieron en las filas del Cuerpo de Guardianes.
Un legado que trasciende fronteras
Nasralá solía rechazar la idea de que Hezbolá fuera una creación artificial de Irán. Según él, el movimiento surgió espontáneamente como respuesta a la invasión israelí de 1982. Sin embargo, reconocía abiertamente la influencia de la Revolución Islámica y su alineación con los principios de Wilayat al-Faqih.
Más allá del suministro de armas y financiación, lo que une a Hezbolá con Irán es una visión política compartida. Ambos actores consideran la resistencia a la influencia occidental como una cuestión de supervivencia. Como afirmó en una ocasión Abdulá Safi al-Din, representante de Hezbolá en Irán: “Nos une nuestra adhesión a los principios de Wilayat al-Faqih, así como la lucha contra los enemigos comunes”.
Hezbolá e Irán: una simbiosis más que una relación de dependencia
En un discurso de 2018, Hassan Nasralá dejó claro que lo que une a Hezbolá e Irán no es el apoyo financiero o militar, sino una visión política compartida. “Los occidentales no creen en cosas como la ideología. Su mayor error está en considerar a la Resistencia en general como mercenarios iraníes”, afirmó. Según el líder de Hezbolá, Occidente no comprende que la resistencia no opera bajo una lógica de subordinación, sino de afinidad ideológica.
Nasralá, quien estudió en la ciudad santa chií de Najaf, en Irak, compartió desde sus inicios la visión de que el mundo se encuentra en un antagonismo permanente entre los oprimidos (mostazafin) y los opresores (mostakberin). Cuando Hezbolá publicó su manifiesto fundacional en 1985, la defensa de los oprimidos contra los opresores fue uno de sus principios fundamentales.
Desde esta perspectiva, la relación entre Hezbolá e Irán no se basa en un esquema de patrocinio, sino en una convergencia política y teológica. El concepto de Wilayat al-Faqih, la autoridad del Líder de Irán sobre la comunidad islámica, trasciende el marco del Estado-nación. Para los seguidores de esta doctrina, Irán no es solo un país, sino el epicentro de un proyecto político-revolucionario islámico que aspira a ser referente para toda la umma (comunidad musulmana). Por ello, el ayatolá Seyed Ali Jamenei no es visto únicamente como el Líder de Irán, sino como una figura con autoridad religiosa y política más allá de sus fronteras.
Nasralá ha insistido en que Hezbolá no actúa bajo imposiciones de Teherán: “Alianza no significa obediencia. No significa que cuando uno toma una decisión, los otros grupos le siguen sin cuestionar las motivaciones. Esto sería presión, no alianza”. Esta independencia es clave para entender la dinámica entre ambos actores.
Hezbolá y la guerra en Siria: una estrategia propia
Uno de los episodios más reveladores de esta autonomía se dio en la guerra en Siria. Según el parlamentario y miembro del CGRI (Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán), Ismail Kowsari, fue Hezbolá quien lideró la intervención en el conflicto y persuadió a Irán para unirse. El general iraní Hosein Hamedani confirmó en sus memorias que Nasralá dirigió la estrategia de la Resistencia en Siria y que incluso las operaciones en las que participó el CGRI fueron diseñadas por Hezbolá.
Además, diversas estimaciones sugieren que incluso si Irán retirara su apoyo material y financiero al grupo, Hezbolá podría seguir operando de manera independiente. Esto demuestra que el movimiento ha consolidado una estructura de autosuficiencia y una red de financiación propia, más allá del respaldo iraní.
Más que un proxy, un aliado estratégico
Por todo lo anterior, la etiqueta de proxy resulta reduccionista. Hezbolá no es simplemente un brazo ejecutor de Irán, sino un actor con capacidad de decisión y acción propia. La relación entre ambos es más bien simbiótica: si bien comparten objetivos estratégicos y una cosmovisión común, Hezbolá mantiene su autonomía en la toma de decisiones.
En este contexto, el funeral de Nasralá y Hashem Safi al-Din no será solo una despedida para Hezbolá, sino un evento con una fuerte carga política. Representará un momento clave para la Resistencia en Líbano, en un contexto de crecientes tensiones con Israel. Además, será una oportunidad para que el pueblo libanés exprese unidad en medio de un panorama regional complejo. El mensaje es claro: la Resistencia sigue firme y no cederá ante presiones externas.