Los decisivos resultados de la votación de este domingo en Brasil marcan un antes y un después en la historia del país más grande de América Latina. Estas son consideradas como las elecciones presidenciales más trascendentales desde el retorno a la democracia en 1985.
A la segunda vuelta llegaron Jair Bolsonaro y Fernando Haddad, lo que ha sido interpretado como la prueba más evidente de la polarización en Brasil: por un lado se encuentra el ultraderechista con unos discursos que se basan en el fascismo y el racismo, y por otro, la izquierda, que ha sido golpeada por los supuestos escándalos de corrupción. Los dos candidatos ya han representado proyectos de un país diametralmente opuestos.
El carácter autoritario del exmilitar Bolsonaro, nostálgico de las dictaduras, es factor de preocupación. Ha insultado a los pobres, las mujeres y los negros que son una comunidad muy importante en Brasil. Y si a esto se le suma que reniega de la democracia, y su promesa de abrir la región amazónica a la explotación comercial, el horizonte no puede ser más oscuro.
Las declaraciones polémicas de Bolsonaro han desatado una ola de protestas, sobre todo por parte de las mujeres. Las noticias falsas, también, han caldeado las campañas de la segunda ronda de presidenciales de Brasil.
La izquierda acusó en reiteradas ocasiones a la campaña de su rival de extrema derecha de difamarlo con historias falsas difundidas en redes sociales y aplicaciones de mensajería.
El 7 de octubre, Bolsonaro se ubicó primero con un 46 por ciento de los votos, mientras que Haddad obtuvo el 29 por ciento. En la primera vuelta, de los más de 147 millones de brasileños habilitados, participaron unos 117 millones, lo que significó una abstención de apenas el 20 por ciento.
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