El expresidente de EE.UU., Ronald Reagan (1981-1989), siempre que se le presentaba la ocasión solía recurrir a un dicho popular para describir a Estados Unidos: “una ciudad brillante y ejemplar sobre una colina”. Aunque el exmandatario aclaraba que esa expresión no era de su propia cosecha, en la historia política estadounidense, el uso de esta frase se ha asociado en gran medida con el nombre y la personalidad de Ronald Reagan.
El objetivo principal del uso de dicha expresión era que Estados Unidos siempre debe ser visto como un modelo e incluso una “utopía” a seguir por el resto del mundo. De hecho, Reagan creía que todos deben “alabar” a Estados Unidos.
Sin duda, el periodo que le tocó vivir y gobernar a Reagan es muy diferente al de hoy. El último presidente en funciones del Partido Republicano, Donald Trump, durante sus cuatro años del mandato, que terminará en unos pocos días, ha puesto seriamente en cuestión la idea de que EE.UU. debe ser un modelo a seguir para otros países del mundo. En una entrevista en 2014, Trump declaró que “no aceptaba bajo ningún concepto el término de excepcionalísimo para referirse a Estados Unidos”.
Es más, Trump tachó de muy “peligroso” el uso de este término en la referida entrevista y señaló que había escuchado al presidente de Rusia, Vladímir Putin, describir la situación de la siguiente manera: “¿los estadounidenses realmente qué piensan que son, para que constantemente alardeen de su país, diciendo que son una nación única y excepcional por encima de las demás naciones del mundo?”. En realidad, el líder republicano ha rechazado repetidamente la idea del excepcionalísimo estadounidense porque no quería ofender a su homólogo ruso.
En cambio, Trump siempre ha insistido en que Estados Unidos, en un mundo cruel como este, debe desempeñar el papel de un actor más despiadado y dedicarse a buscar solo la satisfacción de sus propios intereses.
A partir de lo descrito, a uno se le plantea la siguiente pregunta: ¿Acaso Estados Unidos, que siempre ha pretendido actuar como si fuera una superpotencia y modelo a seguir por el resto del mundo, como una ciudad brillante sobre la colina que ilumina por encima de los demás países, todavía puede seguir sosteniendo esa idea, después de los repetidos escándalos protagonizados por el aún presidente estadounidense, Donald Trump?
Del mismo modo, surgen otras cuestiones: ¿sigue permaneciendo intacta la idea del excepcionalísimo estadounidense? o ¿acaso el poder blando estadounidense todavía es capaz de atraer a otros países a la órbita del sistema económico, político, social y cultural estadounidense? Para responder a estas preguntas, se debe considerar dos premisas básicas.
Trump y el ataque a la estructura del poder blando de Estados Unidos
Uno de los mayores daños ocasionados por Donald Trump durante sus cuatro años en la cúspide del poder ha sido el severo debilitamiento que ha provocado al poder blando de Estados Unidos. De hecho, las medidas de este líder republicano han puesto en serio cuestionamiento “el atractivo” y “la belleza” que ha venido proyectando EE.UU. en la opinión pública mundial, dos valores relevantes que los sucesivos líderes estadounidenses han fomentado durante muchos años en la esfera internacional.
Durante años, por ejemplo, los presidentes estadounidenses han tratado de retratar a su país como una entidad única, e incluso, una utopía global, presentando modelos atractivos del sistema económico, basado en el neoliberalismo, y del sistema político, basado en la libertad y la democracia, e ilustrando a Estados Unidos de América como un “paraíso terrenal”, atrayendo así la atención de todos hacia el “sueño americano”.
Sin embargo, con la llegada de Trump al poder en enero de 2017 quedó demostrado, en la práctica, que la utopía estadounidense no es más que un espejismo. La praxis seguida por el mandatario republicano violó muchas de las normas y leyes internacionales suscritas por sus antecesores en el cargo y, al adoptar el mero unilateralismo y crear todo tipo de situaciones de tensión en la esfera internacional, con su llamada ‘America First’ (América Primero), mostró a la comunidad internacional que la imagen proyectada de Estados Unidos es, de hecho, una tapadera de las ambiciones de los líderes de este país que intentan alcanzar sus metas e intereses a cualquier precio, incluso iniciando guerras comerciales, retirándose de acuerdos internacionales, utilizando procedimientos antidemocráticos y creando crisis internacionales.
En cuanto al panorama político interno de EE.UU., Trump ha demostrado, con sus controvertidas medidas, como desafiar el resultado de las elecciones presidenciales de 2020, que no valora ni respeta la democracia y, menos aún, el voto del pueblo estadounidense. Dicha coyuntura ha supuesto un descredito profundo a la idea exportadora de la democracia estadounidense por los líderes de la nación de las barras y las estrellas.
De hecho, con la llegada de Trump a la cúspide del poder establecido por la clase política de Washington se ha manifestado claramente la fuerte dependencia EE.UU. del poder duro en lugar del poder blando, lo que a su vez ha supuesto un cambio de opinión sobre Estados Unidos en la comunidad internacional, en particular de sus rivales globales, es decir, China y Rusia.
Pekín y Moscú, aprovechando esta oportunidad que les ha brindado Washington en estos cuatros años del mandato de Trump, han fortalecido su poder blando y, al mismo tiempo que han estado enfatizando la faceta violenta de EE.UU., se han encargado de apuntalar su posición global en detrimento de Estados Unidos en el campo de las ecuaciones internacionales.
Trump y el espectro de descredito y desconfianza a nivel internacional hacia la estructura política estadounidense
Uno de los mayores daños causados por Donald Trump al “sueño americano” —una manifestación del poder blando de EE.UU. que, al enfatizar la fama global y la singularidad del estilo de vida y los valores estadounidenses, valiéndose de factores culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos, es capaz de proyectar un modelo idílico y atractivo entorno a un estilo de vida reservado en un principio solo para los estadounidenses y fuera de alcance del resto— ha sido la proyección de un sentimiento de desconfianza generalizado hacia Estados Unidos.
En el contexto actual, no son pocos los líderes mundiales que evalúan y analizan el futuro político de Estados Unidos con más detenimiento. Muchos, en la situación actual, desconfían de Washington y han llegado a la conclusión de que, cuando la estructura política estadounidense permite que alguien como Trump llegue al poder, no queda duda del futuro incierto de este país y, menos aún, de confiar en que sus autoridades sean capaces de respetar con la firmeza necesaria los valores del pueblo norteamericano. En realidad, esta situación descrita es lo que más daño ha hecho a Estados Unidos.
Sin lugar a dudas, el mundo interactuará con Estados Unidos con más cautela en las futuras elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 y no se sorprenderá en caso de que personas como Trump lleguen a ocupar la Casa Blanca. Sin embargo, los líderes mundiales ya estarán curados y no se llevarán un sobresalto si irrumpen personajes como Trump, cuya política se basa en desconocer adrede todo principio y leyes del derecho internacional, así como los acuerdos bilaterales y multilaterales.
La era de Trump ha establecido un precedente en las relaciones internacionales de EE.UU. con el resto de los países del mundo, en concreto, con sus aliados tradicionales, es decir, los europeos.
Aquí es donde se puede decir que los líderes estadounidenses en este momento no pueden hablar de ninguna manera de la utopía estadounidense. De hecho, las medidas políticas impulsadas por Trump han deteriorado la imagen de esta idea y, es posible, que lleve mucho tiempo para restituir el estropicio.
En definitiva y contrariamente a lo que dijo Ronald Reagan, Estados Unidos ya no es una ciudad brillante sobre una colina global, y básicamente no se puede mantener esta narrativa por su propio peso, ya que la imagen de EE.UU. como paradigma del estilo de vida idílico se ha desvanecido por completo.
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