Por: Lama Al-Makhour *
Era un libro gris sobre la Edad Media, detallando las guerras de los romanos, italianos, cartagineses y otros. Exploraba el arte del sarcasmo amargo en el pensamiento político, humano y social —una historia de guerras despojada de su sangre.
En estos relatos, no importa cómo ni por qué matas, saqueas o destruyes. Lo que realmente importa es el resultado de tu huracán, dirigido a cualquiera que se atreva a interponerse en tu camino. El mundo se convierte en una masa de megalomanía, consumida por la usurpación de derechos y tierras.
Esto es lo que estudiábamos en los libros de historia, en las Conquistas Históricas y el Arte de Cambiar la Geografía. Sin embargo, no estoy aquí para escribir sobre filosofías históricas envueltas en nombres grandilocuentes, enseñadas en las universidades y archivadas como lo que “el mundo lee para volverse culto”.
Lo que somos testigos hoy —lo que casi parte los cielos y la tierra con su horror— es la llamada “santidad” de las guerras del sionismo, presuntamente sancionadas por el “Señor”.
Los extremistas de derecha, en particular, no necesitan el “Libro Sagrado” para justificar las numerosas víctimas —niños y mujeres por igual— que son arrojadas sobre el altar de su llamado “Sábado glorioso”.
David Ben-Gurion, menos de una década después de que se estableciera la entidad israelí ilegítima, durante su mandato como primer ministro israelí en 1948, lideró la Nakba (lo que los defensores del sionismo llaman la “Guerra de Independencia”). Dijo: “Los viejos mueren y los jóvenes olvidan”.
La entidad sionista abrazó esta creencia como un principio filosófico y político, para luego convertirla en una doctrina religiosa que atraería a los judíos de todo el mundo al lodazal de estos genocidios.
Mientras tanto, nuestros ancianos entregaron sus recuerdos solo después de entregar sus almas. Nuestros niños, sin embargo, aprenden desde la cuna que la memoria de la tierra reposa firmemente en sus manos.
En la madrugada del 29 de septiembre, un ataque aéreo israelí apuntó a la casa de Ali al-Jawhari en Hermel, Líbano, reclamando su vida junto con la de su esposa, Sahar, sus dos hijos, Mohammed y Shadi, así como su hijo menor, Fawaz.
Solo Husein, el miembro más viejo de la familia, y Qamar, la única hija de la familia y mi amiga de la infancia, sobrevivieron al ataque.
O tal vez son los mártires quienes realmente sobrevivieron —la guerra de la conciencia, la conciencia de la sangre. Escribo por Fawaz, el niño de ocho años cuya vida fue brutal y abruptamente arrebatada.
Desde el comienzo del ‘frente de apoyo’ a Gaza en Líbano, la entidad israelí amenazó repetidamente con extender la guerra genocida a Líbano si el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) no separaba los frentes de Palestina y Líbano, conociendo bien la capacidad de Hezbolá.
A pesar de estas amenazas, nosotros, el pueblo de Líbano, no levantamos bandera blanca. Nos mantuvimos firmes por Gaza, soportando derramamientos de sangre e intentos de borrar nuestros recuerdos y nuestra patria. Nos negamos a jurar lealtad a la vergüenza ni a sus promotores árabes y occidentales.
El Seyed Hasan Nasralá conocía a sus hombres tan bien como conocía a sus hijos. Conocía a Fawaz, así como conocía a cada hombre del sur de Líbano, listo con el dedo sobre el gatillo.
Esta verdad fue evidente en un vídeo en el que la hermana de Fawaz le preguntaba si tenía miedo de los bombardeos israelíes sobre Hermel en represalia por el apoyo de Líbano a Gaza. Sonriendo, Fawaz respondió: “No detendremos la guerra desde Líbano hasta que se detenga la guerra sobre Gaza. Esto es lo que dijo Seyed”.
Sin embargo, tanto Seyed como Fawaz dejaron en alto el estandarte de la verdad —avanzando, no retrocediendo.
Las toneladas de explosivos de Benjamín Netanyahu no pudieron silenciar la poderosa voz de Fawaz. El odio y la opresión destinados a destruir la Resistencia y sus líderes fracasaron en apagar su causa.
¿Acaso Ben-Gurion imaginó alguna vez que un niño libanés destruiría su endeble teoría 75 años después de la creación de la ilegítima entidad sionista? Su visión de los sábados utilizados para justificar órdenes militares criminales ahora vacila ante la memoria que no puede ser borrada por catástrofes que van del mar al río.
Fawaz tal vez nunca leyó la teoría de Ben-Gurion, pero encarna la conciencia de la sangre —un legado de Resistencia que ninguna ceniza de destrucción puede sofocar.
Como escribe Tamim al-Barghouti en su poema Mi Alma es un Sacrificio: “Sé que no temes a un niño vivo, pero te llamo a temer a los niños muertos”.
Nuestros niños te conocen, sionistas. Te asustan en vida y te persiguen en muerte. Fawaz, el niño libanés, destruyó décadas de creencias y falacias sionistas.
Lo más importante es que Fawaz murió como mártir, como todas las almas libres. Llevó las espinas de la injusticia, las arrojó al fuego y entregó su espíritu, no corrompido por la vulgaridad de este mundo.
* Lama al-Makhour es una escritora libanesa que perdió a varios familiares y amigos en la reciente agresión israelí contra su país.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.
Este artículo fue originalmente escrito en árabe y traducido al inglés por Roya Pour Bagher.