• Un grupo de manifestantes en EE.UU. porta pancarta con el lema ‘Paren asesinatos de personas negras’ en señal de rechazo a la muerte de George Floyd.
Publicada: martes, 2 de junio de 2020 10:33
Actualizada: martes, 2 de junio de 2020 14:28

La discriminación y el racismo sufridos por afrodescendientes en EE.UU. es una triste realidad que ninguna autoridad del país se ha atrevido a negar con hechos.

Los sucesivos Gobiernos de Estados Unidos han alegado sentirse preocupados por las libertades, los derechos y la dignidad humana, y han instrumentalizado el término derechos humanos para justificar sus políticas, intervenciones y guerras contra otros países. Aquellos que se oponen a sus términos y dictados son tildados de régimenes enemigos. De hecho, EE.UU. quiere mostrarse como el guardián de los intereses de los más oprimidos.

¿Quién puede creerse esto?, ¿y quién está convencido de que Estados Unidos protege y respeta los derechos humanos, especialmente bajo la Administración de Donald Trump? Tal vez solo aquellos que no han estado al tanto de los sucesos de los últimos días en este país, a raíz del asesinato de afrodescendiente George Floyd.

Lo que está sucediendo en EE.UU. en estos días es una fusión de racismo, discriminación, violencia y odio, con Donald Trump como su factor común. Si la red social de Twitter hubiera aprovechado al máximo su autoridad desde el principio, habría censurado muchos de los mensajes incitadores del presidente estadounidense, los cuales han dado pie a muchos de los crímenes de odio y racismo en el país.

George Floydafroamericano asesinado en la ciudad de Minneapolis (Minesota) por un policía blanco, es el último de una larga lista de víctimas de la violencia policial y del racismo arraigados en la sociedad estadounidense.

Floyd, que iba desarmado, murió el lunes tirado en el suelo, mientras un policía blanco lo inmovilizaba presionándole el cuello con la rodilla. “No puedo respirar”, se escucha decir al detenido en el vídeo captado por un transeúnte.

Este terrible suceso ha provocado masivas protestas contra la brutalidad y el abuso de la Policía. En diversas ciudades, las movilizaciones han derivado en disturbios y saqueos, no obstante, Trump atiza más los ánimos tachando a los manifestantes de “matones” y amenazándolos con dar orden de disparar.

El presidente estadounidense dice que no es racista y que sus partidarios tampoco lo son, mientras que las escenas de grupos de extrema derecha asistiendo a los mítines de Trump muestran todo lo contrario.

De lo que se enorgullece el Gobierno y los medios de comunicación estadounidenses cuando hablan de libertades y derechos humanos es simplemente una ilusión de Hollywood, la enorme industria filmográfica asentada en California, un espejismo que muestra una realidad edulcorada de EE.UU.

Las estadísticas, relacionadas con la violencia policial ejercida contra las minorías étnicas, especialmente contra los afrodescendientes, muestran que los discursos de Trump y su Administración, así como de los Gobiernos anteriores, sobre los derechos humanos en EE.UU. son simples farsas al servicio del poder establecido en Washington.

- El Departamento de la Policía de EE.UU. mató a 1099 personas en el año 2019.

- En los 365 días transcurridos el año pasado, los agentes policiales no dispararon a matar a sospechosos en solo 27 días.

- El número de afroamericanos asesinados por agentes del orden es tres veces mayor que el de los blancos.

- Entre 2013 y 2016, la tasa de criminalidad promedio fue del 12 por ciento en Búfalo (Nueva York), donde no se registró ningún tiroteo contra atacantes blancos, mientras que en Orlando (Florida) la misma tasa de criminalidad fue del 9 por ciento, pero los policías mataron a 13 personas, todas de raza negra.

- El dato más preocupante es que el 99 % de los agentes de policía que estuvieron implicados en algún asesinato entre 2013 y 2019 salieron impunes de sus actos.

 

El racismo sigue latente en EE. UU., algo que se ha puesto en evidencia, con la orden de Trump impartida a la Guardia Nacional para sofocar las marchas, con uso de balas, si fuera necesario, y lo peor es que desde su Ejecutivo describen a los manifestantes como “matones” y “saboteadores”.

El juego en torno a la retórica segregacionista y racista se mantiene. Trump designó a Antifa (abreviatura de antifascistas) como un grupo terrorista y le incluyó en la lista de organizaciones terroristas de EE.UU., solo porque, según él, son una banda de “criminales de extrema izquierda” responsables de convocar y alentar masivas protestas tras el asesinato Floyd en ciudades como Mineápolis, Los Ángeles y Nueva York, entre otras.

Empero, parece que Trump se ha olvidado de que más de 32 grupos y organizaciones de extremistas de la izquierda están operando dentro de suelo estadounidense, y sus movimientos se han hecho más visibles intensificándose desde que llegara a la Casa Blanca, allá en enero de 2017, así como durante los recientes llamados de sus líderes a movilizarse en contra de los toques de queda declarados en aquellas urbes inmersas en una espiral de violencia a causa del racismo policial.

 

Ante un panorama como el descrito, resulta fácil de imaginar que un afrodescendiente estadounidense tenga una menor probabilidad de encontrar un puesto de trabajo que de ser asesinado a manos de algún agente de policía que supuestamente está encargado de velar por mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos, del mismo modo que no se puede pasar por alto la alta tasa de homicidios raciales cometidos por agentes, ni aparentar que Trump no es racista y que los episodios de racismo se están atenuando en Estados Unidos.

Pese a que los principios básicos de la Carta Magna estadounidense recogen los ideales de libertad e igualdad de todos los ciudadanos, las semillas del racismo están tan arraigadas entre la sociedad estadounidense como para que las autoridades de esta nación vengan a proclamar que estos principios de igualdad de derechos y respeto por los derechos humanos rigen en Estados Unidos. 

Los antecedentes históricos del racismo en Estados Unidos se remontan a la formación de este país y la migración de los europeos a estas tierras. Al emigrar a este país, a los anglosajones británicos, franceses y españoles se les ocurrió plantear la idea de superioridad de su raza y de catalogar de “salvajes” a los verdaderos pobladores de estos territorios: los pieles rojas, siendo este el preámbulo de una mascare y genocidio sin igual en contra de los nativos americanos a fin de apoderarse de sus tierras ancestrales.

Una colonización cruel que le complementó un régimen esclavista, implantado por los políticos terratenientes, en base al sometimiento de la población esclava africana, procedente del continente negro en contra de su voluntad, para contribuir con su mano de obra en la reconstrucción del llamado nuevo mundo.

Todos son conscientes de lo que significó la esclavitud para los derechos humanos y la dignidad de los esclavos africanos en las fincas y las plantas de producción agrícolas, plasmadas en un sinfín de obras literarias y adoptadas en la industria de cine hollywoodiense, hasta que se abolió la inhumana práctica en 1865, tras la Guerra Civil de Estados Unidos. Desde esa fecha, los afrodescendientes se han visto obligados a continuar luchando por la independencia, la autonomía, la igualdad y la justicia económica de su comunidad.

Una trágica y desgarradora situación que se vuelve a repetir, y ya van unas cuantas desde que los padres fundadores de EE.UU. leyeran la Declaración de Independencia del imperio británico en 1776, como resultado de la represión, la violencia, la brutalidad y el abuso policial contra afrodescendientes, como es el caso de Eric Garner, que murió asfixiado en 2014 por el abrazo mortal de un policía en Nueva York, tras gritar hasta 11 veces: “No puedo respirar”, y que se volvió símbolo del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan); o el caso de Michael Brown, de 18 años, que murió en Ferguson (Missouri) a manos de otro oficial blanco en 2014, entre otros.

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