“Da la impresión y hay una alta probabilidad de que termine en sangre”, ha advertido este domingo el ministro de seguridad pública del régimen israelí, Amir Ohana, en declaraciones a la radio pública hebrea Kan.
Sin embargo, cuando se le ha preguntado de quién es la sangre que cree que se derramaría, no ha ofrecido respuesta alguna.
Por quinta semana consecutiva, miles de israelíes hicieron el sábado retumbar la ciudad de Al-Quds (Jerusalén) con la mayor protesta frente a la residencia de Netanyahu —con la participación de casi 5000 manifestantes— para pedir su dimisión, denunciando la corrupción, el desempleo y la muy mala gestión de la crisis provocada por la pandemia del nuevo coronavirus, causante de la COVID-19.
La policía del régimen de Tel Aviv reprimió con mano dura las protestas que se celebraron en los territorios ocupados palestinos y empleó cañones de agua para dispersar a los manifestantes, además de arrestar a algunos de ellos.
El ministro israelí ha expresado su preocupación por “el odio” que se siente en el aire, admitiendo que los bloqueos de calles son parte de una violencia contra el público.
Ohana, que está al mando de la policía y es muy cercano a Netanyahu, anteriormente había pedido a la policía que actuase con más energía contra quienes protestan contra el premier israelí y que prohibiese las manifestaciones junto a su residencia oficial.
El primer ministro de Israel está acusado formalmente de una serie de casos de corrupción, en los que supuestamente recibió obsequios de amigos multimillonarios e intercambió favores con magnates de los medios de comunicación para una cobertura más favorable de su persona y su familia.
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