Más de 5000 personas, en su mayoría kurdos, murieron el 16 de marzo de 1988, después de que los aviones iraquíes lanzaron bombas químicas en Halabja y sus alrededores bajo la dirección de Ali Hasan al-Mayid, conocido como Ali el Químico, primo del exdictador ejecutado Saddam Husein.
El ataque fue parte de un plan genocida, conocido como la operación de Al-Anfal (Los Botines de Guerra), contra los kurdos y otros grupos étnicos en el norte de Irak. Otras 7000 resultaron heridas, mutiladas, o han sufrido problemas de salud de por vida por el efecto de los gases tóxicos.
Los kurdos fueron acusados por Saddam Husein de apoyar a Irán en la guerra impuesta por Irak al país persa (1980-1988), por eso ordenó una campaña militar, de 1986 a 1988, contra esta etnia, en la que murieron más de 182 000 civiles.
El ataque contra Halabja fue el punto álgido de la campaña de Al-Anfal para aleccionar a los kurdos.
El ejército iraquí también destruyó aldeas sistemáticamente y mantenía a los habitantes en campos de concentración en malas condiciones, asimismo ejecutaron a miles de personas entre 1986 y 1988.
Asimismo, el 29 de junio de 1987, el régimen del ejecutado dictador iraquí perpetró un bombardeo químico contra la ciudad de Sardasht, noroeste de Irán. El horrendo incidente es considerado uno de los peores ataques químicos de la historia, que costó la vida de 113 civiles y dejó más de 5000 heridos.
Los países occidentales y árabes cerraron los ojos a las atrocidades cometidas por el régimen de Saddam durante los años de la guerra impuesta a Irán.
Durante ocho años de agresión a Irán, Irak contó con el firme apoyo de EE.UU., el Reino Unido y otras potencias regionales e internacionales. El país dispuso de préstamos, equipos militares e imágenes satelitales. Irak también utilizó armas químicas letales, como el gas mostaza, tanto contra Irán como contra los kurdos iraquíes que apoyaban al país persa.
Según anunció el vicecanciller iraní para Asuntos Consulares, Parlamentarios y Migratorios, Hasan Qashqavi, al menos “400 compañías extranjeras cooperaron con el régimen baasista iraquí en la preparación de los materiales necesarios para las bombas químicas”.
Mientras tanto, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) publicó unos documentos desclasificados en 2013 que muestran que el Gobierno estadounidense fue cómplice de dichos ataques químicos mortales.
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