Publicada: viernes, 6 de diciembre de 2013 16:39
Actualizada: jueves, 10 de diciembre de 2015 11:19

Por: Rasul Gudarzi El tema del despliegue del sistema antimisiles de EE.UU. en Europa se ha convertido en una cuestión polémica en las relaciones entre Washington, Moscú y la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Rusia considera que este sistema misilístico en Europa, sobre todo alrededor de su país, pone en peligro su seguridad. En caso de que se materialice su despliegue, Moscú ve en peligro la capacidad de sus bases estratégicas en su parte europea, debido al supuesto montaje de instalaciones militares de la OTAN en el noroeste de su territorio. Hoy, teniendo en cuenta el acuerdo nuclear suscrito entre Irán y el Grupo 5+1 en Ginebra, a la OTAN no le queda excusa alguna para seguir con su programa misilístico. En este sentido, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, afirmó “si se implementa el acuerdo con Irán, desaparecerán las causas que justificaban la necesidad de crear un sistema antimisiles en Europa”. ¿Qué objetivos buscan la OTAN y EE.UU. a través de este programa? ¿Podrían considerarse los misiles iraníes como un peligro para la seguridad de EE.UU. y Europa? ¿Qué medidas adopta Rusia como represalia? Un repaso al conflicto misilístico La tensión entre Rusia y EE.UU. inició en 2007, cuando Jorge W. Bush gobernaba en EE.UU. y Vladímir Putin cuplía su segundo periodo de mandato. A mediados de enero de aquel año, EE.UU. propuso a Polonia y la República Checa desplegar un sistema antimisiles, es decir 10 misiles interceptores y un sistema de radares, en el territorio checo, algo que provocó una fuerte e inmediata reacción de Rusia. Teniendo en cuenta la oposición de Moscú al respecto, EE.UU. decidió entonces desplegar su sistema en Rumanía, y el 13 de septiembre de 2011, la entonces secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, suscribió el acuerdo del sistema de misiles con su homólogo rumano, Teodor Baconschi. Según este acuerdo, Washington estaba legalmente autorizado a empezar a desplegar los misiles balísticos SM-3 en la base de Deveselu, en el sur de Rumanía. Este tema, a parte de las consecuencias de seguridad y estratégicas que conllevaba para Rusia, tenía un impacto sicológico y era muy difícil para este país ser testigo tal acción en uno de los países antiguamente miembro de la Unión Soviética. En Deveselu, serán instaladas tres baterías con 24 interceptores SM-3. Se espera que la base rumana, cuyo costo se estima en más de 130 millones de dólares, entre en servicio en 2015. La Cancillería rusa, tras la firma de este acuerdo emitió un comunicado en el que declaró: “En la situación actual, no ha habido ni habrá avance alguno en los diálogos entre Rusia, la OTAN y EE.UU. en el campo de la seguridad misilística de Europa, por lo que Moscú exige a Washington garantías legales al respecto”. ¿Por qué EE.UU. insiste en este escudo antimisil? Washington afirma que el sistema tiene como objetivo contrarrestar la amenaza de países como Irán y Corea del Norte, no obstante, Rusia descarta esta alegación diciendo que los misiles Irán no cuentan con capacidad suficiente para poner en peligro los intereses de Estados Unidos. A la vez, asegura que el montaje de bases en Rumanía es otro aro de la cadena de instalaciones de defensa misilística mundial estadounidense que tiene como blanco controlar Rusia. Es de mencionar que Moscú no se opone a la colaboración con EE.UU. y la OTAN en este campo, pero su visión es totalmente diferente a la de su contraparte occidental. Rusia propone que algunas de las estaciones de radares, como el de conducción de batalla DON-2N, se utilicen en la colaboración con la OTAN, algo que provocó la oposición de EE.UU. y la alianza atlántica. De hecho, Moscú, mediante esta propuesta buscaba dos objetivos: por un lado, demostrar su disposición a colaborar y, por el otro, mostrar que sus preocupaciones no son para nada en vano, teniendo en cuenta la negativa de la contraparte. En estas circunstancias, la postura de Rusia se ha intensificado más que nunca. El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, Nikolái Makarov, advirtió en mayo de 2012 que: “Nuestros países están ante un dilema, o aprobamos el test de colaboración y reacción colectiva a los desafíos y amenazas de ataques o tendremos que aplicar medidas de carácter técnico-militar”. El ministro de Defensa ruso, Anatoli Serdiukov, dijo: “En la conferencia (internacional sobre el escudo antimisiles de EEUU) hemos expresado reiteradamente nuestra preocupación que lógicamente nos induce a destruir el escudo antimisiles”. Añadió que los misiles “Iskander” están capacitados para superar el potencial del escudo antimisiles, y que Rusia esperará de la parte estadounidense propuestas concretas al respecto. Lo que se puede interpretar de la situación entre estos dos países, es que Rusia no está interesada en ceder, por lo que su oposición al respecto conduce a una guerra nueva fría entre Moscú y Washington. Algo que resulta evidente en las actividades defensivas estratégicas que está realizando el país euroasiático, entre ellas el reforzamiento de las fuerzas estratégicas mediante la formación de una Fuerza de Defensa Aeroespacial. Rusia instaló una estación de radar de alerta temprana en Kaliningrado, el territorio más occidental del país, situado entre Polonia y Lituania, y desplegó los misiles Iskander-M, capaces de portar ojivas nucleares. Asimismo, ha amenazado que si EE.UU. insiste en el despliegue del escudo antimisil, se retiraría del Tratado START II. Por lo tanto, las recientes declaraciones de Lavrov basadas en que, tras los pasos positivos en el tema nuclear iraní, el despliegue de dicho escudo carecía de sentido, ponen de relieve la seriedad de Rusia en este tema, por lo que si la contraparte no actúa de forma apropiada, no habrá ninguna duda de que el objetivo principal de la OTAN y EE.UU. es el de impedir la capacidad nuclear rusa.